Voluntarios de Bocatas

Madrid. «Se trata de vivir»

«¿Qué han encontrado estas personas para estar tan seguras de que el bien tiene la última palabra?». Un joven cuenta la fiesta con la que empezaron el verano los amigos de la caritativa de Bocatas

Hay una lucha constante en mí, que me lleva persiguiendo desde hace mucho tiempo de manera realmente fuerte y dramática, que es la de, por un lado, sentir desconfianza y escepticismo hacia el ir hasta el fondo en las relaciones de amistad que uno encuentra en el camino de la vida, por el hecho de que siempre me planteo si, pasado un tiempo, cuando se haya podido «pudrir» u olvidar esta relación, habrá merecido la pena esta amistad o si, por el contrario, la pena de la ruptura sale más cara e hiriente, y por otro lado, el deseo que siempre he tenido de encontrar a personas ante las que pueda decir: «Sí, contigo sé que la vida va a crecer, y no necesito preguntarme por el qué pasará después, ¿te traicionaré?, ¿me traicionarás?, ¿te darás cuenta de que soy un miserable?, ¿me daré cuenta yo?».

Pues bien, algo verdaderamente revolucionario y transformador lleva sucediendo en mí desde hace un par de años: he descubierto una compañía y un lugar en el que estas preguntas que me hacía continuamente sobre el miedo que me estremece al mirar hacia el futuro con las personas que quiero en el presente ya ni se me pasan por la cabeza, pues una nueva mirada y una alegría sostenida me invaden a través de esto, y es Bocatas, un grupo de amigos interminable en el que hay todo tipo de gente; como hemos dicho varias veces, un «circo» donde nunca sabes qué te vas a encontrar, pero un «circo» formidable.

Me centraré, por ser de lo más reciente, en la fiesta que se celebró en la parroquia Santa María de la Esperanza, en Alcobendas, para inaugurar el verano con Bocatas. Era una fiesta con todas las de la ley —con cervezas, cubatas, hamburguelos, comida y mucha música que animaba a bailar—, pero algo más se podía percibir allí, y era el gesto de agradecimiento y verdadera alegría que se podía ver en los rostros concretos de las personas que allí había. Pondré varios ejemplos.
Cuando llegué, Chules estaba sentado debajo de la carpa de Bocatas con un hombre que iba a dar testimonio de su tremenda y turbulenta vida, y así fue. Este, con cada frase que soltaba de la boca, te daba una sorpresa porque no paraba de hacerte imaginar momentos verdaderamente surrealistas: camello en Malasaña, caído en la adicción a la droga, enamorado de una mujer sueca, viaje a Suecia, cárcel, viajes desastrosos y aventureros a Panamá caminando… Todo realmente increíble, pero más sorprendente era ver cómo se respiraba allí una escucha del drama humano atenta, despierta, una fascinación por la aventura concreta de la vida de un hombre que no tenía nada que ver con nuestra circunstancia individual.

Luego, durante el concierto hubo algo que me dio un impulso a decirme: «¿pero cómo he acabado aquí, con esta gente, con esta alegría?». Lo que me empujó a pensar esto fue la vitalidad y energía de Nachito cuando se subió a cantar, dejándose las cuerdas vocales. Se notaba la emoción con la que estaba viviendo ese momento, por la fuerza que transmitía, donde se podía ver el agradecimiento que mostraba a la vida. ¿Qué han encontrado estas personas para estar tan vivas, tan seguras de que el bien tiene la última palabra?

Algo me hace pensar en cuánta razón tenía Jesús cuando, al llegar a Galilea, decía que no había venido a traer la paz, sino la guerra (Mt 10,34-36), pero no una guerra de trincheras y bombardeos, sino un bombardeo del hombre en sí mismo, una renovación del yo que se refleja en la relación con el otro, un impulso de alegría formidable cautivada por el amor de la comunidad del acogimiento cristiano, un decir sí al otro porque eres igual de amado que yo.

Estando físicamente reventado por la actividad del día —y, por tanto, debiendo volver agotado a la cama—, ocurrió totalmente lo contrario: iba sentado en el autobús de vuelta con una alegría y una vitalidad que sobrepasaban toda mi circunstancia puntual; con un sobrecogimiento que pocas veces he vivido y que me hizo volver a confirmar a qué y a quiénes deseo juntarme en el camino de la vida. Estoy seguro de que esto con lo que me he encontrado de manera gratuita e inesperada no ha venido a traerme la paz, sino la guerra, y esta guerra que me hace estallar de ganas de juntarme a ellos no cesa, pues el camino continúa. Y ojalá nunca termine, porque no dejo de aprender, de atreverme a vivir, como decía Albert Camus: «Pero es malo detenerse, difícil contentarse con una sola manera de ver, privarse de la contradicción, la más sutil, quizá, de todas las formas espirituales. Lo que precede define solamente una manera de pensar. Ahora se trata de vivir» (Albert Camus, El mito de Sísifo, 1942).
Tommy, Madrid