¿No sientes envidia de esa alegría?

Después de un año muy intenso, un grupo de universitarios españoles se pregunta por lo que han aprendido y comparten aquí la sorpresa que se ha introducido en sus vidas

Me gustaría compartir aquí, en unas pocas palabras, lo que ha supuesto para mí este primer año en compañía de los universitarios de CL que he sentido como un gran hecho, especial y novedoso que me veo movido a dar nombre y compartir. Es una tarea a la que verdaderamente siento que a uno le va la vida en ello por cuánto deseaba yo todo esto que he visto y por cuán excepcional ha sido lo vivido. Todo comenzó en un esporádico Camino de Santiago. Debió de ser en la experiencia de vivir con estas personas, a base de convivir con ellas, de las muchas conversaciones, de los cantos, de los gestos y afectos, donde se despertó en mí un apasionamiento por la forma de vivir que tenían estos. Pero, más aún, fue el abrazo de estos amigos que apenas conocía y con los que podía verdaderamente sentirme íntegro, sentirme acogido por todo eso que dentro de mí hervía.
El último día del camino, volviendo en coche con algunos de los amigos que ya conocía de Torrelodones, me preguntaron qué me había parecido el viaje y yo les expuse todo un embrollado discurso, con todas las dificultades que sentía pero también todo aquello que me persuadía de ellos. Al despedirme, pese a todo lo que yo podía saber o ignorar, Fer me dio un abrazo que se me grabó en el alma. Recuerdo cómo me decía con insistencia que, si les buscaba, estaban por las tardes en la biblioteca de Historia, “al fondo a la izquierda”, estudiando. Su presencia, como la de muchos otros, fue para mí toda una promesa. Tan igual como entonces, en las muchas comidas y cenas, en las horas de estudio en la biblioteca de Historia, en los Ejercicios de Ávila o en los oficios de Semana Santa, uno volvía a reconocer la razón apasionante de ese mismo “gran hecho”, conociendo cada vez más y de modo distinto su singularidad. Un día, era viernes, supe que unos amigos se iban a la caritativa y entre muchos titubeos reuní el valor para preguntarles si podía ir con ellos. Aquella noche en la plaza de Ópera, con un frío tremendo, dando de comer y de beber a los sintecho, conocí aquel lado humano y necesitado de estos amigos, como también enormemente afectuoso y cercano con aquellos necesitados. Verlos darse y dejarse impactar un viernes a las diez de la noche no dejaba de sorprender a cualquiera. «Estar aquí te hace ver cuál es tu verdadera necesidad al despertarte por las mañanas», dijo Javi. Así salen estos amigos al mundo.
Una semana después, en los oficios celebrados por Semana Santa, se despertó con claridad este mismo “gran hecho”. Sentí, al igual que en el Camino de Santiago, como si hubiera sido perdonado por todo ese sinsentido y sufrimiento que venía arrastrando entonces, recibiendo el don de esta compañía, de una compañía bien concreta, a la que podía arrimarme, a la que podía seguir, con la que podía hablar de tú a tú. Una compañía viva que despertaba una simpatía profunda por algo tan importante para la propia vida.
El domingo de Resurrección, tras la vigilia pascual, recuerdo que algunos volvíamos juntos en coche. Uno de nuestros amigos estaba algo incómodo y expresó su incomprensión respecto a la velada y los cantos que habían coronado la noche, plenos de emoción. No entendía bien qué significaba para su vida la supuesta resurrección de aquel Hombre, ni la alegría de todos los que estuvimos allí. Yo, la verdad, me sentía también algo frío, como si no me hubiera impactado el gesto, pero no dije nada. La amiga que conducía, tras un largo rato, respondió: «pero, ¿no sientes envidia de esa alegría?». Mira los rostros y juzga, podría habernos dicho. Quien tenga ojos para ver, que vea.
Diego

Acabo la vida universitaria. Mi hermano acaba de conocer esta vida, esta amistad, esta forma de ver las cosas, esta belleza, este confrontarnos con las cosas que cada uno tenemos en el corazón. Y yo me voy de ella, de esta vida, pero sin irme. Mi hermano no lo entiende: «¡yo no podría dejar esta vida!». «¿Acaso yo la dejo?», me pregunto ante él siempre. Me doy cuenta de que no, de que solo la hago más mía. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué novedad para mi vida han introducido estos cuatro años del CLU? Mi forma de ver las cosas, de estar en la realidad, el modo de relacionarme, los amigos, las relaciones afectivas, la familia, cada una de mis responsabilidades han tomado un color nuevo. Empezar este camino con una intuición de vida grande y que se empiece a cumplir ya, que abarque todo, cada vez más, es una revolución. Todo ha nacido de la Escuela de comunidad, de cómo otros la seguían. Yo me pegaba a la vida del CLU por el deseo de que se mirara con ternura todo lo que yo era, por el deseo de descubrir que yo estoy bien hecha, que era posible ser feliz. Sin embargo, para mí la Escuela de comunidad no era tan importante. Era de las que la leía el día antes de que nos juntáramos, me costaba mucho prepararla bien.
Sin embargo, hace un año, empecé a ver cómo para ciertos amigos, como para María, para Pilar o para Javi entre otros, la Escuela era una compañía diaria. Recuerdo que María la leía todas las mañanas o Pilar siempre quería ir hasta el fondo de lo que no comprendía. Por la necesidad que empezaba a vivir, comencé a pegarme a ellos y a cuidar este gesto tan sencillo cada día. Y de repente te descubres empezando los días siendo una con la Escuela. Cada vez más durante el día salía la sorpresa de portar conmigo algo excepcional que es para el mundo, y empezar a mirar las cosas con otros ojos, en primer lugar mi humanidad, quién soy yo. Seguir a esta compañía, confrontarme con las propuestas del CLU, pegarme a la carne, ha introducido una positividad en mi vida, un horizonte nuevo, ha introducido el conocimiento de una Presencia a la que mi corazón tiende constantemente. Que cada uno de los movimientos de mi corazón, de mis deseos, de mis heridas, tenga un lugar donde descansar, que sean el regalo más grande, permite que uno pueda moverse allá donde vaya con otra mirada, más libre. Que cada vez conozca más que el objeto de mi deseo es Cristo, esa Belleza, esa Verdad, solo lo ha introducido este camino con los universitarios que empezó hace cuatro años. Donde la vida se vuelve más bella e introduce una aventura fascinante. Por eso, no me voy de esta vida, sino que me introduzco más en ella, diciendo sí al paso de salir al mundo, con una mirada nueva, porque lo que he empezado a conocer no se va, permanece para siempre, aunque adquiera una forma nueva. Este lugar me ha introducido en una relación con el Misterio que continúa allá a donde vaya.
Ana

He empezado a trabajar este curso como profesora en un colegio. En septiembre decidí pedir la inscripción a la Fraternidad. Los años de universidad han sido de una belleza que no podría ni haber imaginado. Desde que me encontré con el carisma, mi vida ha florecido de una forma inesperada. El origen de esta experiencia ha sido encontrar personas que me han ayudado a entender quién soy. Antes de encontrar el movimiento yo me sentía extraña a mí misma, no sabía por qué valía la pena despertarse por las mañanas, no sabía quién era o qué buscaba. Sin embargo, desde que encontré el movimiento he descubierto mucho más quién soy, por qué hago las cosas, por qué merece la pena vivir. Delante de rostros concretos he podido poner todas mis preguntas y he encontrado un lugar donde son acogidas con un horizonte infinito. Esta ternura sobre mí me ha permitido descubrir que tengo una necesidad infinita de ser amada, y que esto es lo que me mueve a cada segundo. Mirando hasta el fondo esta necesidad, descubro que mi deseo es ya petición y anhelo de Cristo, porque solo Él puede cumplir hasta el fondo toda mi necesidad de afecto. Conocer algunos rasgos inconfundibles del Misterio a lo largo de la universidad, a través de la compañía de los rostros que participan del carisma, ha coincidido con el descubrimiento de quién soy yo, y de cuánto necesito a un Cristo real y encarnado para poder vivir en plenitud cada circunstancia de la vida. Como dice la Escuela estas semanas, Cristo es todo lo que busco, es la vida de mi vida, y nada quiero fuera de Él. Cómo cambia la vida si en cada circunstancia hay Uno que te pregunta: «Pero Almudena, ¿tú me quieres?».
Esto no es ni mucho menos una experiencia abstracta, sino que este camino de conocimiento lo he ido haciendo de la mano de mis amigos en el CLU y de los responsables a los que seguíamos, siendo esto lo que nos ha hecho crecer en una verdadera amistad. ¿Qué sería de mí sin haber encontrado estos rostros delante de los cuales he descubierto quién soy y para quién estoy hecha? Por eso me he inscrito en la Fraternidad, porque es el lugar donde Cristo se ha hecho carne para mí y me ha desvelado quién soy.
Almudena