Mujeres del Meeting Point International de Kampala jugando y bailando

Uganda. Conmovida por una experiencia que da gusto a todo

Esperando una hija, con un embarazo de riesgo y otras dificultades «que lo vuelven todo gris». Pero llega una invitación: «Ven conmigo al Meeting Point». Y se abre paso «la mayor novedad que sucede en mí al mirar»

Vivo en Uganda, mi marido y yo estamos esperando una niña y, por motivos de salud, no sabemos si el embarazo está yendo bien. Además, en este tiempo se han sumado otros problemas que, sin ser graves, empiezan a pesar y a volverlo todo gris.
Por el embarazo, empecé a trabajar desde casa y un día recibí este mensaje de Rose: «Ven a vernos». Me resistí y le dije: «Tengo una reunión de trabajo». Ella insistió: «Puedes seguir la reunión en mi casa, pero sal». Acabé cediendo. Crucé la ciudad, subí la colina de Kireka y llegué al Meeting Point. Las mujeres estaban sentadas con los niños, durante media hora cantamos y bailamos. Siempre me asombra cómo viven. No solo por lo viva que es la cultura ugandesa, sino porque no puedes estar con ellas sin ver que Cristo las ha conquistado y ellas viven diciendo “sí” a su Presencia en cada instante. Cuando acabaron los juegos y las danzas nos sentamos, recogí el dinero del cartel de Pascua y algunas dejaron la vuelta como donativo. Ellas, que viven en un suburbio, en unas casas que se inundan cuando llueve, son incapaces de mirar con indiferencia la necesidad de los demás. Yo solo las miro, no hago nada, pero eso basta para que dentro de mí suceda la mayor novedad: dejar entrar una Presencia que da sentido y gusto a todo.

En el grupo reconocí a la mujer de la que me había hablado Rose. Al enterarse del estallido de la guerra en Ucrania, fue a verla llevando el dinero que había ganado ese día diciendo: «Quiero dar este dinero para que los hijos de esas mujeres sepan que hay alguien que les quiere. También son hijos míos».

Rose estuvo hablando de un chico de 18 años, hijo de una de estas mujeres, gravemente enfermo, con hipertensión, para explicarles cómo reconocer los síntomas, prevenirlos y darles alguna recomendación de salud. Dos mujeres iban traduciendo al dialecto ugandés y al acholi, que se habla en Kireka. Me sorprendió ver cómo todo se convierte en juicio y en ocasión de estar atento a uno mismo y al otro cuando la vida se vive como «don conmovido de sí».

Rose lleva años repitiendo estas cosas y yo no dejo de conmoverme. Aún no termino de entenderlo, pero cuando me dejo tocar por esta experiencia, por la vida de estas mujeres, se abre paso dentro de mi ser, cada vez un poco más.
Francesca, Uganda