Liao Xinci

Taiwán. «Dejar que Dios me ame»

Liao Xinci recibió el Bautismo en Taipéi la noche de Pascua. Su historia comenzó hace ocho años, cuando conoció a unos amigos de CL en la universidad

Me llamo Liao Xinci (Allegra). He estudiado en el departamento de italiano de la Universidad católica Fu Jen de Taipéi, donde hace ocho años conocí el cristianismo y a la comunidad de CL. Antes de llegar a la universidad solo sabía estudiar. Era lo único que alimentaba mi autoestima. Siempre se me ha dado muy bien y en el colegio no tuve ningún problema, pero en el instituto empecé a notar que había compañeros de clase mejores que yo y no era capaz de vencer esa distancia. Todo aquello en lo que creía y sobre lo que había construido todo mi ser, la imagen de mi valor y mis convicciones –que coincidían de manera inexorable con mis capacidades– se derrumbó y dejó de tener sentido. Siempre estaba triste, sentía un vacío enorme en mi corazón y mi mente estaba repleta de preguntas: no sé quién soy ni qué sentido tiene mi vida. Eran preguntas que me costaba mucho afrontar en ese momento, me parecían abstractas y no tenían respuesta. No sabía con quién hablar ni cómo expresarlas, sentía que en mi interior había muchos nudos sin desatar. Intenté buscar respuesta en el psicólogo escolar, pero ni siquiera recuerdo lo que me dijo. No me ayudó demasiado. Me di cuenta de que no sabía hacer otra cosa que no fuera estudiar y preparar exámenes.

Con estas preguntas y este nudo en mi corazón, llegué a la universidad. Al principio intenté apuntarme en varios clubes y actividades, iba a conferencias y leía libros que estimulaban y confortaban el alma. Me levantaban la moral y me activaban un poco, pero no tardé demasiado en darme por vencida. Bastaba que los resultados no fueran perfectos o todo lo buenos que esperaba para dejarlo todo. Tenía tanto miedo al fracaso que prefería no hacer nada para no arriesgarme, pero luego me sentía culpable. Buscaba algo a tientas, midiéndome siempre con personas de éxito, virtuosas, valientes, esperando poder llegar a convertirme en alguien así, fuerte y útil. Hasta que un día, un profesor nos invitó a todos los alumnos a la Escuela de comunidad. Mi compañero de al lado ya había ido varias veces y me dijo que era muy interesante, así que fui.

Enseguida me atrajeron la música, el calor humano y la alegría, y empecé a experimentar una espera: esperaba el próximo encuentro porque quería seguir sintiendo la alegría de estar con ellos. Sentía que por fin podía volver a ser como una niña. No tenía que dar la talla, no necesitaba complacer a los demás, bastaba con “querer” ser feliz. Recuerdo que cuando me encontraba con un cura en el campus, a veces reunía el coraje necesario para preguntar. ¿puedo darte un abrazo? El calor y la serenidad que me daban ese abrazo eran algo que nunca había sentido con mis padres, a pesar de que solo nos conocíamos hacía unas semanas. Como habíamos leído en el libro de nuestros encuentros, «lo reconoces enseguida porque corresponde realmente con tu corazón».

Estos amigos de CL tenían la felicidad y la paz que yo deseaba, afrontan la vida muy en serio y te dicen que todo tiene un significado y es un don: tú eres un don, él lo es, ¡y yo también! Ellos dicen que hay Alguien que te ama hagas lo que hagas, que afirma toda tu bondad, tu paciencia, tu ternura y tu debilidad, tu ansiedad, tu vacío, el bien y el mal. Creo que el deseo del que tanto hablamos –el deseo de ser felices– es bastante complicado de reconocer. Aparentemente es sencillo, pero no fácil. Sin embargo, hace falta reconocerlo, pues de lo contrario cansa, pierde su sentido y su dirección.

Muchas veces pienso en lo bonito que habría sido encontrar antes el movimiento. Me habría sentido querida antes, habría sido feliz antes, comprendería antes el significado de mi vida. Pero ahora solo digo: qué gracia que Dios me haya encontrado y que estéis conmigo en los días que vendrán.

Esta certeza se fue abriendo paso gradualmente en mi corazón y se fueron estableciendo nuevos valores. Los encuentros con CL eran fructíferos y conmovedores, pero cuando volvía a la vida normal, a mi familia y al trabajo, era como si hubiera sido un sueño bonito pero alejado de la normalidad, casi contrario a ella, por ejemplo en la manera de amar o en el sentido de justicia… Todo eso empezó a hacerme dudar de mí misma. De nuevo dudas y autocrítica, ¿por qué no puedo? ¿Por qué no consigo encontrar la paz? Rezo, trabajo duro y me esfuerzo mucho. ¿Por qué es tan fácil sentirse derrotados, débiles e inseguros en la vida? Pero aquí se me recuerda constantemente que no estoy sola, que soy querida y que tengo valor.

Ahora es diferente. Antes necesitaba “crear” mi propio valor y cumplir determinados objetivos para considerarme una buena estudiante, hija, amiga y compañera. Como si tuviera que ganar premios. Ahora cuando me caigo, alguien me recoge. Caigo y me levantan.

Creía que con estos amigos todos los problemas se resolverían y seguía creyendo que si hubiera seguido trabajando duro alcanzaría alguna meta, que cuando fuera lo suficientemente buena todo se ordenaría. Porque, si Dios está a mi lado, escuchará mis oraciones, ¿no? ¿No es omnipotente?

En la segunda mitad del año 2021 me topé con varias dificultades en el trabajo y en la familia. Problemas inesperados y complicados. Pero en nuestros encuentros también se hablaba de cuando suceden cosas inesperadas, aunque no lograba entender qué había de bueno en esos “imprevistos”. Solo me sentía impotente, enfadada, víctima de injusticias, incluso abandonada, y seguía preguntándome: ¿dónde está la esperanza?, ¿dónde está Dios?

Incluso cuando decidí pedir el Bautismo esas palabras de desesperación volvieron a mi mente. No me sentía preparada, temía no ser una buena cristiana. Imaginaba que pedir el Bautismo sería como una escena fulminante, como la caída de san Pablo. Creía que todos mis problemas y mis penas desaparecerían al decidir creer en Jesús. Pero no fue así. Cuando sentí que lo quería de verdad, empecé a ir a catequesis para bautizarme en Pascua, pero no fue un momento extraordinario.

Soy tan frágil como antes, una persona normal que suele perderse, pero dice don Giussani: «¿Sabéis por qué no hemos actuado? ¿Sabéis por qué nos hemos equivocado? ¿Sabéis por qué hemos estado distraídos? ¿Sabéis por qué hemos sido de forma innoble… por qué hemos olvidado de forma innoble? ¿Sabéis por qué ayer traicionamos cien veces, mil veces? ¿Sabéis por qué? Dios ha permitido esto para que hoy, ahora, tú uses este desastre como instrumento para acordarte de Él…». ¡Lo permite! Eso significa que no tengo que hacer nada, solo dejar que Él me ame. Dios no me ama por lo fuerte, valiente o buena que pueda llegar a ser. Eso es la fe, “信” (creer) y “仰” (mirar a lo alto), un acto sencillo pero que requiere trabajo, constancia y coraje para levantar la mirada y decir: «¡Sí, quiero! Quiero ser Tu hija, quiero crecer entre Tus brazos, quiero ser Tuya para siempre».
Liao Xinci, Taipéi (Taiwán)