Edificio bombardeado en Kiev (Foto: Daniel Ceng Shou-Yi/ANSA)

Rusia. «Hace falta alguien que venga de fuera»

Una profunda impotencia le invade al enterarse de que su país ha invadido Ucrania. Cuando la extrañeza empieza a abrirse paso, la memoria recupera un juicio que «me permite volver a respirar ahora»

Una impresión de vacío cósmico, como si la realidad ya no existiera… No sé cómo describir los pensamientos que me asaltaron la mañana del 24 de febrero, cuando me enteré de que el ejército ruso había entrado en Ucrania. Lo que mis amigos ucranianos llevaban semanas diciendo, algo que para mí era sencillamente inconcebible en la Rusia en la que vivo, estaba pasando.

El país que he aprendido a amar durante los últimos treinta años de mi vida («Amad a Rusia, a pesar de todo», es el testamento que nos dejó el padre Romano Scalfi) había decidido sacar sus tanques para hacer justicia atacando a sus hermanos eslavos. Me asaltaba una sensación total de impotencia, ¿cómo vivir ahora?

Nuestros amigos de la comunidad de Kazajistán me ayudaron mucho cuando, a principios de enero, ante las revueltas violentas en las calles de Almaty, nos testimoniaron que el análisis de la situación deja un regusto amargo, no ayuda a empezar a construir, a ser una presencia original en el mundo. Esa era una primera certeza, pero aún no respondía a mi pregunta: ¿cómo vivir ahora?

Recordé que no era el primer momento dramático entre nuestros pueblos, ni el primero de incomprensión entre nuestras comunidades. En 2014 –tras las manifestaciones del Maidán, la anexión de Crimea y las revueltas del Donbas– el primer encuentro con todas las comunidades de CL de nuestra región (Rusia, Ucrania, Bielorrusia, Kazajistán y Lituania) empezó con un cierto malestar compartido. Apenas nos mirábamos entre los 120 que estábamos en el hotel. Faltaba un juicio. Todos pensábamos que el juicio debía ser la condena del mal… Después de la primera asamblea por la mañana, donde nadie se atrevió a tocar el tema, por la tarde un amigo ruso encendió la mecha: «¿Cómo podemos ayudarnos para que este desafío que nos ha tocado vivir sea un camino que nos construya dentro de nuestra historia?».

El recorrido que nos propuso Julián Carrón en aquella asamblea es el mismo que me permite volver a respirar ahora. «No podemos concebir la paz como ponerse de acuerdo», nos dijo inmediatamente. «Debemos reconocer nuestra incapacidad para hacer justicia con nuestras manos. Hace falta alguien que venga de fuera. Solo a través de otra cosa –que viene de fuera– puede el hombre llegar a ser él mismo». Esta conciencia de mi impotencia, como dice don Giussani, que «acompaña cualquier experiencia serie de humanidad», ya no es una condena, sino «un recurso para buscarle a Él, para implorarle».

Y eso es lo que hicimos desde el día siguiente a la invasión, por la noche, rezar juntos. El drama de las circunstancias permanece, pero la vida adquiere un rumbo. Se convierte en súplica al Rostro que hemos encontrado y que genera nuestra comunidad. Me escribía un amigo, hace unos días, resumiendo en cierto modo este mismo camino: «Es un gran dolor que en estos momentos se abra paso en mí una auténtica angustia sofocante que me haga percibir en viejos amigos un surco de extrañeza, cuando no de odio, alimentado por razones ciertas o supuestas, a un lado y a otro. Se abren heridas sangrantes que no podemos pensar que se curarán por un esfuerzo nuestro… Qué responsabilidad tan gigantesca tiene nuestra amistad a la hora de acompañar y “sostener la esperanza de los hombres”».
Carta firmada (Rusia)