El Monte Blanco (foto Unsplash/Pierre Ducher)

Vacaciones. «¿Qué cambia así nuestros rostros?»

En La Thuile con amigos universitarios con los que «puedo ser lo que soy», sin censurar preguntas ni dificultades, porque me invitan a ir siempre más allá

«Tienes otra cara, ¡tengo otra cara!». Este asombro y gratitud me invaden mirando a mis amigos, universitarios como yo de la Estatal de Milán, y dejándome mirar por ellos durante unos días de vacaciones juntos en La Thuile.

Antes de partir, Mateo estaba muerto de miedo pensando en el próximo año, pues se irá a vivir a una ciudad en la que no conoce a nadie. La última noche decía: «Ya me puedo ir. La verdad que he visto aquí no tendrá menos fuerza allí».

Yo también descubro en mí una nueva e insospechable posibilidad de ser plenamente yo misma. En la última excursión empecé a encontrarme mal. La imagen de alguien indestructible que he construido desde siempre me obligaba a continuar, pero a los pocos pasos tuve que parar y decir: «No estoy bien». Aquí puedo ser como soy. A estos amigos puedo mostrarles todo, también mis dificultades. Al cabo de unos minutos, Piero se apartó de la fila, retrocedió y me dijo: «No te vas a quedar aquí sola». Reconocer un cambio que me devuelve el rostro de mis amigos de una manera tan potente, iluminando también el mío, me invita siempre a ir más allá: ¿por qué?, ¿qué me ha pasado?

Desde el primer día, una pregunta se abrió paso en mí con fuerza y urgencia, una pregunta que se expresaba también en las notas de la canción La guerra de Claudio Chieffo, una pregunta que se oculta detrás de la nostalgia y que se oculta en la espera de una Presencia que arranque el velo de mi soledad, como me ha pasado tantas veces este año, durante el confinamiento o en el Triduo pascual, y que a veces echo de menos. Una Presencia capaz de abrazarlo todo, salvando incluso la «tierra quemada» de mis errores y de mis continuas guerras perdidas: «Solo queda el lamento de un día desperdiciado y queda la espera de Ti».

Gracias a algunos de nosotros que prepararon las veladas y los momentos culturales, pude encontrarme con compañeros que han reabierto mi herida, que yo tantas veces tapono, ensanchando así también mi espera. Escuchamos a Cesare Pavese gritando: «Todo el problema de la vida es este: cómo romper la propia soledad, cómo comunicarse con otros». También a Giorgio Gaber, al que dedicamos otra velada, que entre ironías expresa la misma necesidad: «No me consuela la costumbre / de mi soledad forzosa / no pretendo el mundo entero / solo quiero un lugar, un sitio más sincero / donde tal vez un día, muy pronto, / por fin pueda decir: “este es mi sitio”».

Mirando cada noche los doscientos chavales que se reunían conmigo en el salón del hotel, sus ojos brillantes bajo las mascarillas, los sentía cada vez más amigos. Todos estábamos ahí por la misma razón, hemos encontrado a alguien que nos ha salido al encuentro y nos ha hecho una promesa, aun cuando parecía imposible, una compañía distinta a todas las demás, que en último término son incapaces de disipar la sombra de soledad que nos acecha.

Durante la asamblea en conexión por video, respondiendo a un amigo que hablaba de la soledad que sentía en cuarentena y pedía un amor que él pudiera experimentar realmente, Julián Carrón nos desafiaba así: «No estamos aquí para perder el tiempo en vacaciones porque no tenemos otra cosa que hacer, sino porque hemos tomado muy en serio lo que tú estás diciendo y, si no encontramos respuesta a esto, aunque vayamos al fin del mundo, al lugar más espectacular, no podremos evitar estar igual que tú en cuarentena, solos, esperando ser amados. No es un problema de más o menos simpatía o afinidad de carácter. Somos amigos porque nos hemos encontrado con el Único que es capaz de borrar esa sombra que nos acecha como una amenaza que no nos deja en paz. Solo es posible por un don así de grande, de Alguien que nos dice: “no os llamo siervos, sino amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. Solo esto nos puede liberar».

Los días se fueron convirtiendo en una lenta, silenciosa y conmovedora ocasión para tomar conciencia de que la verdad más auténtica de mí misma no es algo que yo sea capaz de decir, no es algo que yo soy, ni mi temperamento, ni mis logros, ni mis errores. Ante todo yo soy querida. Algunos pusieron en escena el espectáculo Interrogatorio a María, de Giovanni Testori, cuyas palabras se me quedaron clavadas.

Coro: Pero el Dios que te ha elegido…
María
: También te ha elegido a ti, y a ti, / y a todos. / Cada uno de vosotros ha tenido una historia concreta, / un fundamento para Su corona, / un siervo de Su sagrada espina, / una figura, un ansia, / un corazón, un rey.

También he podido recuperar el “sentido de ser querida” gracias a los testimonios que escuchamos. Pigi, Tommaso, Berto: hombres de diversas edades, con historias y temperamentos muy distintos, pero atravesados por un mismo juicio al contar su propia vida. «Hemos sido amados, somos amados, por eso “somos”».

Tal vez el momento más claro de conciencia fue durante la presentación del libro de don Giussani A través de la compañía de los creyentes. Giussani, con su capacidad sintética y poética al describir lo que más le preocupa en la vida, escribe: «Aquel hecho con el que se toparon Juan y Andrés se prolonga en la historia hasta el fin del mundo: Cristo –camino hacia lo eterno, hacia el sentido último– permanece presente a través de la unidad orgánica de los que creen en Él, elegidos para ver, que aceptan mirar, que escuchan como pueden, que avanzan según sus posibilidades, siendo todos pecadores, pero amados por el Misterio».

«Es increíble cómo desaparece toda extrañeza entre nosotros», contaron en varios momentos Filippo, Riccardo y Monica hablando de sus “burbujas”, personas que al principio no conocían pero con las que, por medidas de seguridad sanitaria, han tenido que compartir mesa en todas las comidas: una circunstancia que se presentaba como un obstáculo pero que se ha mostrado muy reveladora.

Lo que he ganado en estas vacaciones para el resto de mi vida es que crecer, incrementar la conciencia de mí misma, no significa adquirir una capacidad mayor de autoanálisis, sino una conciencia cada vez más conmovida de que “soy hecha”, elegida por un Amor que se hace presente en estos amigos y que solo me pide que le diga “sí”. Vuelven a resonar en mi cabeza las palabras de Testori:

Coro: Ser querido, / ser decidido, / eso es lo que Te pido, / eso es lo que Te pedimos. / Si también es posible para nosotros, / ¿cómo aferrarlo?
María: Tal vez aceptando, / tal vez diciendo sí, / aquí estoy, Señor.

Sofía, Milán