Foto Unsplash/Luca Bravo

Vacaciones. La ventana del asombro

Un centenar de personas pasan unos días en el lago de Garda. Una ocasión para volver a mirarse a la cara, aunque sea con mascarillas. Excursiones y encuentros, uno de ellos con Azurmendi, pocos días antes de morir

«Un lugar donde no podía esconderme». Así describió Bea en la asamblea final los días de vacaciones que habían pasado en Tignale, un pueblo precioso a seiscientos metros del Lago de Garda. Un centenar de personas repartidas entre un hotel “central” y varios alojamientos secundarios para garantizar el respeto a la normativa anticovid. ¿Qué pasó allí? Porque muchos, como Bea y otros, podían decir que llegaron cargados de problemas y cuentas pendientes en su familia y en su trabajo, la vida les aprieta, «pero estos días aquí ha pasado algo que me ha situado».

Giorgio les propuso un desafío la primera noche: volver a casa un poco más “yo”. ¿Cómo? Tomando en serio, cada uno personalmente, la provocación de descubrir que dentro de cada cosa hay una grieta por la que entra la luz, mantener abierta la pregunta: ¿qué es lo que queda? E «interceptar esos ojos que nos han traído hasta aquí». Ese era el “programa” de las vacaciones. Unos días de convivencia sencilla, la ocasión de poder mirarse a la cara después de tanto tiempo, disfrutando de la belleza de los alrededores, como el Santuario de Monte Castello, con unas vistas del lago impresionantes desde lo alto, dedicado a la Virgen María, Estrella de la mañana. Una visita que disfrutamos aún más gracias a la explicación de Ceci, una joven profesora de historia del arte, que se lo preparó a conciencia para que pudiéramos disfrutar de lo lindo. También hubo una excursión al “refugio alpino” de Tignale, desde donde se puede admirar la inmensa belleza del paisaje y de cantar juntos, como no hacíamos desde hacía mucho tiempo.

El viernes por la tarde nos conectamos con Mikel Azurmendi para charlar con él. Fue un diálogo muy rico, entre amigos, aunque nunca nos habíamos visto personalmente. ¿Qué puede anular de tal modo las distancias? Hablamos de muchas cosas durante una hora larga, pero sobre todo nos impactó su mirada, su apertura, su persona, siempre en tensión, totalmente conquistada por Otro. Unos ojos así nos habían llevado hasta allí a cada uno de nosotros. De la mirada, del mirar, Mikel habló mucho, ayudándonos a entender una vez más cómo llegar al conocimiento de algo, no de manera intelectual sino real, hasta llegar a tocarnos y cambiarnos. No basta con ver algo hermoso, hace falta toda nuestra razón y una apertura, «la ventana del asombro», como él decía, que nos permita interceptar algo imprevisto, fuera de nosotros. Pero eso tampoco es suficiente. Hay que secundarlo, ir detrás de ese impacto, como cuando te enamoras. Como le pasó a él y a su mujer siguiendo a los españoles del movimiento que conocieron. Igual que nos pasó a nosotros, y como les pasó a Juan y Andrés con Jesús.

También a Mikel le planteamos la misma pregunta: pero ahora, hoy, ¿qué es lo que queda? Y su respuesta nos conmovió. «Cuando fui a confesarme porque quería convertirme, el primer cura que me encontré no quiso confesarme. Me confesó un amigo sacerdote y como penitencia me mandó leer el “sí” de Pedro. A mí me pasó lo mismo. Cuando uno es perdonado, es como si volviera a renacer. Yo, a los 78 años, igual que le preguntó Nicodemo a Jesús, me he visto renacer de nuevo. Y ahora mi vida consiste en esta tensión por volver a tomar conciencia, en cada instante, de que “yo soy Tú que me haces”. Este Tú tiene una cara, un rostro concreto: la cara y los rostros de aquellos que ha conquistado. Nuestra cara, nuestros rostros». Nos explicó el significado de la expresión enchufado, en el sentido de estar conectado a la toma de corriente. Y decía: «nosotros estamos enchufados en Jesús».

«La fuerza de un sujeto es la intensidad de su conciencia». Y esa intensidad es lo que queda. Durante las vacaciones, hemos podido experimentar un lugar, concreto y sencillo, que no baja el listón, que no te pide censurar nada de lo que eres, tal como eres, con tus dificultades, tus incapacidades y tus límites, que te abraza por entero. Ilaria, que venía por primera vez a unas vacaciones del movimiento con su familia, invitada por un amigo común, decía al terminar: «Gracias por estos días. Yo soy budista y muchas cosas las vemos de distinta manera pero aquí he visto que es posible estar juntos por un bien. Tenemos un bien en común. Y espero que volváis a invitarnos». Para así poder vivir la vida, «la vida normal», pudiendo vivir como protagonistas, no en virtud de una capacidad nuestra sino por ser generados, ahora, continuamente, por ese Tú que nos ha alcanzado con una forma tan concreta como este carisma. “Estar enchufados”, como decía Mikel, es el trabajo de cada instante. Es un camino, no como un esfuerzo titánico, sino dejando abierta esa grieta por la que entra la luz.

El 6 de agosto, pocos días después de las vacaciones, estábamos cenando algunos amigos cuando nos llegó la noticia de la subida al Cielo de Mikel. No podíamos creerlo. Me impactó mucho que en nosotros prevaleciera una extraña paz, una mezcla de dolor y leticia, pero sobre todo la gratitud por haberlo conocido y por ese momento tan precioso que habíamos vivido con él. Con gran sencillez, cuatro o cinco de nosotros nos pusimos a cantar La canzone del Melograno, que Mikel nos había pedido para empezar el encuentro con él durante las vacaciones.

Al día siguiente quisimos enviar a Irene, su mujer, un mensaje: «Queridísima Irene, no nos conocemos, pero en realidad te sentimos cercana y amiga, gracias a Mikel. (…) Solo queríamos expresarte nuestra cercanía en este momento tan doloroso, aseguraros nuestra oración por vosotros y por nuestro querido Mikel, y compartir contigo todo nuestro agradecimiento por haberlo conocido. Me impactó mucho, leyendo su libro pero sobre todo durante el encuentro que tuvimos con él, cómo hablaba Mikel de “vosotros”, de él y de ti, en este camino de descubrimiento. Un “nosotros” que era el signo de una gran comunión. Por eso, conociéndole a él, te sentimos cercana y amiga. Nos conmovió cuando (…) nos contó cómo había renacido en el perdón, como Pedro con Jesús, que todo estaba definido por la tensión, en cada instante, de decir sí a ese Jesús que ahora reconocía tan presente. La semana anterior, cuando nos vimos para preparar el encuentro, en un momento dado también nos sorprendió. Parecía que iba a hacer un agujero en la pantalla con su ímpetu por decirnos que Jesús estaba presente allí, en aquel momento, porque ya dijo que “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Ahora contempla cara a cara ese rostro que os tocó, os alcanzó y os conquistó. Queríamos haceros llegar nuestro pequeño abrazo, que es parte y signo de ese gran abrazo que ahora se estrecha en torno a vosotros».

El día que nos vimos para preparar el encuentro, Mikel empezó diciendo, sonriendo: «Yo no soy un “profesional” del testimonio, pero en mi experiencia los testimonios han sido fundamentales. Encuentro y testimonio coinciden». Conocer a Mikel ha sido un encuentro de este tipo, el encuentro con un hombre totalmente conquistado –o asombrado, como él mismo me corrigió afablemente–, un hombre que transparentaba a Jesús presente. Lo más sorprendente es que todo esto no nos deja parados, como algo sentimental, sino que relanza a cada uno al camino que le espera. Todo se juega en tomar conciencia, cada vez más, de Otro que actúa, que me toma por entero y que vive dentro de una forma, de una compañía con rostros concretos que nos abre al mundo.
Andrea, Novara