Foto Unsplash/Javier Allegue Barros

Madrid. Un paso importante en la vida

Acabar la universidad en plena pandemia, luego la enfermedad y las incertidumbres. Y el deseo de poder revivir la fascinación del encuentro de hace unos años. Ana cuenta por qué ha decidido inscribirse a la Fraternidad

La inscripción a la Fraternidad de Comunión y Liberación ha sido un punto firme en medio de un mar de preguntas e incertidumbres. El inicio de la pandemia me pilló en París y tuve que volver a Madrid y de un día para otro cambiaron todos mis planes. En un primer momento acogí estas nuevas circunstancias que pasaban por vivir la enfermedad, la mía y la de las personas a las que quiero. Sin embargo, según pasaron los meses empezaron a salir a la luz preguntas que no quería mirar o creía resueltas. Entre ellas con mucha insistencia emergía la pregunta por mi destino. ¿Qué va a ser de mí? Recién terminada la carrera las oportunidades profesionales son mucho menores que las que me imaginaba. A mi alrededor veía amigos casándose, comprándose una casa, empezando a trabajar, teniendo hijos. ¿Y para mí qué hay?

Poco a poco se me iba introduciendo la idea de que en los últimos años no había ido tomando las decisiones adecuadas y por eso no iba superando los hitos de una vida completa. Para más inri la pandemia me impedía siquiera intentar poner solución a estos problemas. En medio de estas preguntas había un dato ajeno a estos cálculos y era que después de los años del CLU quería inscribirme en la Fraternidad. En el fondo me inscribí mendigando. Necesito mendigar aquello que hace cuatro años me fascinó, cuando tenía una herida enorme y Carrón nos propuso hacer un camino con él. Yo quería aprender a vivir como vivía él. Los problemas, el dolor, las preguntas no son para él un impedimento, al contrario, yo veía cómo le relanzaban. Allí comprendí que quizá las preguntas que ni me atrevo a confesarme son a través de las cuales puedo crecer.

Este año con la pandemia se ha reabierto la cuestión. Con una diferencia: sé cuál es el lugar al que volver a mendigar. Necesito una carne y una forma que me permita mirar mi corazón sin miedo. Sola estoy aterrorizada. Cuando me inscribía me daba cuenta de que este era mi primer acto adulto. Ante mi pregunta por el futuro estaba dando un paso hacia mi destino. Estaba reconociendo la verdad que ya estaba inscrita en mi corazón. Don Giussani, Carrón y todos estos que caminan con él son amigos, me ayudan a darme cuenta de mi pregunta.

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Al principio no entendía por qué le parecía a Giussani tan importante la pregunta «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?». Esta pregunta describe lo que me ha pasado con Carrón y lo que quiero que me siga sucediendo toda mi vida. Él toma mi necesidad más en serio que yo misma y la relanza, la abre y haciéndolo me pone delante del Misterio. Llevo toda la vida en la Iglesia y, sin embargo, no podía ni imaginarme que Cristo fuese una carne que exaltase mi deseo y me ofreciese la plenitud. En este lugar he conocido a Cristo en cada uno de los rostros que he encontrado, en la forma que tienen de mirar mi deseo y mi necesidad, y en la promesa que es su propia vida. Con ellos he conocido a Cristo, antes solo lo conocía de oídas. Por eso, este año he dado uno de los pasos más relevantes para mi vida adulta. Y no ha sido hipotecarme ni casarme. Ha sido inscribirme a la Fraternidad. No sé cuál es mi futuro pero sí que mi destino está unido al movimiento y, a través del movimiento, a Cristo.
Ana, Madrid