Bruselas, Grand Place (Foto Unsplash/Alex Vasey)

Bélgica. «Mi esperanza, dentro del sí de una amiga»

El trabajo y la pandemia, la provocación de los Ejercicios de la Fraternidad y esas preguntas que se abren paso, hasta darse cuenta de algo que «puede volver a despertar mi corazón»

Trabajo para una empresa que produce oxígeno para hospitales y durante la pandemia siempre he trabajado presencialmente, sin notar por tanto las dificultades que varios amigos experimentaban por el confinamiento. La introducción de los Ejercicios de la Fraternidad no me provocó especialmente, hasta que leí el punto en que Julián Carrón, retomando los diversos tipos de reacciones ante la pandemia y hablando del criterio de juicio, en un momento dado comentaba la postura que expresa como una esperanza natural en nosotros, la del «todo va a salir bien» que tantas veces hemos oído.

Recuerdo que enseguida me surgió la pregunta: «¿Pero esta esperanza ha resistido?». En el fondo, yo también vivía así en el trabajo: «Ahora todo cambiará, todo va a salir bien». Pero al mismo tiempo veía que seguía teniendo miedo a que no fuera así, incluso en el propio trabajo. Por ejemplo, los problemas relacionados con el abastecimiento a los hospitales durante la fase más aguda de la crisis parecían a veces insuperables.

Esa pregunta era como si de pronto se abriera una brecha en la concepción que tenía, por lo que intentaba entender “qué” podría ser la esperanza, algo que hacía que las cosas fueran bien, algo que al final me diera un poco de paz… Pero eso no podía responder del todo a mi inquietud. Con esta pregunta abierta, empecé a mirar las cosas que sucedían, también todo lo que no iba bien, pero no como una objeción sino diciendo: «Esta situación tendrá que resolverse, así que debo estar en paz y seguir adelante». Lo que más me interesaba descubrir era qué respuesta podía estar a la altura de esa inquietud.

Luego le pasó algo a una amiga que me ayudó. Participé con varios amigos en el bautismo de su cuarto hijo. Esta chica, Eleonora, lleva varios años viviendo en Bélgica. Los padrinos eran Lien y Willem, una pareja de amigos suyos –no del movimiento, católicos por tradición, aunque ya un poco abandonada– que hace un año tuvieron un accidente que dejo a su hija pequeña René atrapada por la puerta de su casa, lo que le hizo estar en coma y a punto de morir con solo cinco años. Luego la niña se recuperó y estaba presente en el bautizo en su sillita, todavía muy débil, y no se sabe cómo ni cuánto podrá recuperar.

Durante la celebración los observaba, impresionado por la ternura con que miraban a René. En un momento dado, casi al final de la ceremonia, la madre leyó una carta en la que decía: «Quiero dar las gracias a Eleonora y Hugh que para nosotros se han convertido en una segunda familia y que nos han ayudado a superar este momento dramático en que estábamos desesperados por lo que le había pasado a nuestra hija». Justo después del accidente, cuando René estaba en coma, entre las diversas hipótesis, los médicos plantearon incluso la posibilidad de la eutanasia, que en Bélgica también está permitida en el caso de niños que por diversas razones no puedan vivir una vida en condiciones “aceptables”.

Me quedé impactado, sobre todo por dos motivos: lo que veía suceder allí, la presencia de esos padres tan pendientes de una hija tan necesitada era el fruto del «sí» que Eleonora había dicho siempre, a veces de una manera discreta y silenciosa, dentro de las fatigas familiares que una madre de cuatro hijos afronta a diario, pero tan concreto que llegaba a construir una amistad tan verdadera con esa familia. Lo segundo que me impactó fue que a través de ese «sí» Dios ha introducido realmente la esperanza en la vida de Lien y Willem. Era evidente que lo que ha contribuido a devolverles la fuerza necesaria para seguir amando a René y aceptar el cambio de vida radical que han sufrido es el hecho de sentirse abrazados y amados dentro de una compañía tan profunda en sus vidas.

Estar allí fue para mí un momento de “memoria real”, como dice la Escuela de comunidad, un hecho que sucede y que no encuentra otra explicación más que el hecho de que Dios se hizo hombre hace dos mil años y que volvía a hacerse contemporáneo para mí, en esa circunstancia, mediante el rostro de Eleonora.

LEE TAMBIÉN – Hoy, aquí, ahora

Volví al trabajo con la petición de poder vivir todas las circunstancias cada vez más dentro de esta memoria, que es lo contrario de la práctica pietista a la que me limito tantas veces. Todavía vivo con la “esperanza” de poder poner las cosas en orden, intentar que las cosas vayan bien, pero ha sucedido un hecho, como pasa a veces en la vida, por gracia, que ha vuelto a despertar en mi corazón la verdadera esperanza para la que está hecho.
Mauro, Bruselas