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Acogida. Cuando ser padres es una revolución

Cinco años de matrimonio esperando un hijo que no llega. Ahora se abre la posibilidad de la adopción. Un camino «que nos ha conquistado», con dificultades y encuentros sorprendentes, como estos...

En noviembre, mi marido y yo, que llevamos casados casi cinco años, depositamos nuestra disponibilidad para la adopción en el tribunal y en julio tendremos la entrevista para la idoneidad. Hace unos meses, dos amigos nos presentaron a Nadia, una trabajadora social que podía ayudarnos a afrontar nuestro caso y a profundizar en el itinerario de adopción, tanto en un trabajo personal como de cara a as entrevistas con los servicios sociales. Esta persona nos impactó desde el principio, no solo por su preparación sino por su disponibilidad, humanidad y razonabilidad delante de nosotros y de la realidad entera.

Así que, tras varios meses de entrevistas por Zoom, la invitamos a un encuentro de Familias para la Acogida (asociación que acompaña la experiencia de la acogida, ndr) sobre la mirada de estima hacia los hijos y entre los cónyuges. Aceptó y, aunque le rechinaba un poco la oración inicial, le gustó mucho. Me dijo que para ella «amar la diferencia y no solo tolerarla requiere un trabajo continuo que se convierte en oportunidad porque invita a mirar el límite humano, muestra lo bello y bueno, y nos hace menos miopes». Incluso le habían dado ganas de intervenir, pero no se atrevió por no ser madre adoptiva. Cuando se lo contamos a Maria Grazia y Massimo, nos propusieron conocerla, así que un domingo quedamos a comer mi marido y yo con Maria Grazia, Massimo, Debora, Simone y Nadia. Fue un almuerzo sorprendente. Aunque la mayoría de nosotros nunca nos habíamos visto en persona, estuvimos charlando hasta las cinco de la tarde, yendo al fondo de la vida de cada uno. Nadia, que vive otro tipo de experiencia, habló de la necesidad de educar en la belleza a los chavales con los que trabaja y de que un padre vuelva a pronunciar su sí todos los días.

Las otras dos parejas nos contaron sus historias con sus hijos adoptivos, sin ahorrarse fatigas ni dificultades, relatos que sobre el papel darían miedo a cualquiera, aunque nos reconocieron que han tenido épocas de «dormir poco». Sin embargo en ellos se percibía ante todo una alegría. Era envidiable su certeza y su alegría. Eso nos animó a seguir adelante. Nadie nos iba a ahorrar los problemas, pero merecía la pena y con gente así era posible hacer este camino.

Me impactó oír a Massimo hablando de su hiji: «Milagro de milagros, nuestro hijo conoce a una chica por Facebook, quedan en una discoteca y llevan cuatro años de convivencia, hasta me han hecho abuelo». ¡Pegué un salto al oírlo! Cuántas veces pensamos que el bien del otro será el que nosotros tenemos pensado para ellos: graduarse, casarse, tener hijos, pertenecer al movimiento... Pero Massimo llama milagro al hecho de que su hijo, en un momento dado, intuyera un camino hacia su felicidad y lo siguiera.

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Esto es algo revolucionario porque no ahoga al otro. Al contrario, lo exalta. Me parece que tiene un gran valos para mí, antes aún de tener hijos, pues por temperamento tiendo a saber de antemano qué es lo más adecuado y a forzar un poco para que las cosas vayan como yo creo que está bien. Hace unos días discutía con mi marido por una banalidad. Lo malo es que con mis "teorías correctas" le estaba dejando fuera a él, su camino y su libertad. Al darme cuenta pensé en Massimo y su hijo.

Doy gracias por este camino que nos ha conquistado, que empezó por un dolor que me hizo llegar a maldecir mis primeros años de matrimonio. Hoy puedo dar gracias por la profundidad a la que me está llevando, por los encuentros que me regala y por la conciencia con la que está haciendo crecer nuestro deseo de ser padres.
Francesca (Milán)