Foto Unplash/Basil Samuel Lade

Basilea. «¿Qué me hace caminar?»

En plena pandemia, descubrir la raíz de la amistad verdadera. La posibilidad de que todo se vuelva ocasión para conocerse uno mismo y al mundo. Como ese encuentro con una alumna nigeriana del doctorado…

Hace justo un año, a principios de 2020, en un encuentro de responsables de CL en Suiza, nos recordaban esa frase de san Pablo que dice: «No carecéis de ningún don». Ahora me pregunto: «¿Era verdad? ¿Es verdad?». Puedo responder que sí, igual que puedo decir que el año pasado fue un año de dones del Señor, en la medida en que veo cómo ciertas palabras se han hecho “mías”, han asumido un contenido existencial. Y la única manera en que esto sucede, para mí, es siguiendo la experiencia del movimiento. Pongo algunos ejemplos.

Estos meses he oído decir a varios amigos del movimiento, de distintas maneras, que «ya no somos (o no tanto) una comunidad porque no nos vemos». He tenido que preguntarme: ¿pero a mí qué o quién me acompaña? Es decir, ¿qué me hace parte de una “comunidad”, qué me hace caminar? ¿Qué me ayuda a vivir? Pienso en Carrón en Milán, Francesca en Roma, Tommaso en Ginebra, don Giussani… Relaciones donde la relación con Jesús se sostiene y se vive de manera transparente. Ya no son vínculos inmediatos en el sentido de la cercanía física, pero no puedo pensar en la compañía sin pensar en ellos. Y no los siento menos cerca, en absoluto. Esto no quiere decir que no pida y desee la misma intensidad de relación donde yo vivo.

De hecho, este deseo me abre a reconocer la verdad en todos aquellos que se me dan aquí, en Basilea, sean o no del movimiento. Pienso en los padres con los que estamos preparando un colegio porque compartimos la pregunta de qué significa educar. Solo así puedo entender y llenar de contenido las palabras de don Giussani: «La compañía está en el yo». Como decía Carrón en su carta a la Fraternidad, «es precisamente en este nivel de la cuestión –el reconocimiento de la naturaleza totalizadora del encuentro, que se convierte en forma verdadera de cada relación– en el que vienen en nuestra ayuda presencias verdaderamente “amigas” que nos testimonian el camino que nos permite vivir una situación como la actual».

Para mí, la pandemia (mi pandemia) es como si volviera a empezar cuando recibimos en marzo esa carta de Carrón a la Fraternidad, porque cambió mi perspectiva y abrió una grieta a la posibilidad de verificar, es decir, de hacerla mía. «En este momento en el que se expande la nada, el reconocimiento de Cristo y nuestro “sí” a Él, incluso en el aislamiento en el que cada uno de nosotros podría verse obligado a estar, constituye ya hoy la contribución para la salvación de cada hombre, antes de cualquier intento legítimo de hacerse compañía, cosa que hay que buscar dentro de los límites de lo permitido. Nada es más urgente que esta autoconciencia».

A partir de ese momento todo se convirtió en ocasión de verificación. Eso no quita el drama, la fatiga, el dolor en medio de una situación complicada. Me he visto, en tiempos de pandemia, al final del embarazo, con complicaciones, diciendo: «no tengo miedo de tener miedo». Me parece que es algo de otro mundo, una fe capaz de desafiarlo todo, sin evitar nada ni esperar a que pase.

LEE TAMBIÉN – Barcelona. No hay lugar para la tristeza cuando acaba de nacer la vida

Todo esto me ayuda a ponerme en modo en espera. Estos días he recibido una carta de una alumna de doctorado nigeriana, que al terminar regresó a su país. El día del examen me dijo: «Ha habido momentos duros en que pensaba “quién me manda estar aquí, lo dejo todo y me vuelvo a casa”. Luego me acordaba de ti y pensaba que no era justo, que no era verdad». Ahora me escribe: «Muchas gracias por todo lo que has dejado en toda mi vida, la historia de mi vida ya no se puede escribir sin mencionarte en todas sus ramificaciones. Estoy en deuda contigo y la única manera de mostrarte mi gratitud es seguir teniendo una actitud positiva y tratar bien a las personas que me encuentro, como tú has hecho conmigo».
La “responsabilidad y la decisión” y el “templo en el tiempo, la morada” de las que habla el texto de la Escuela de comunidad las comprendo a partir de estos dos juicios que hace mi alumna nigeriana. Pero yo la veo, veo su corazón, la verdad de lo que vive y dice, porque sigo a Carrón, es decir, me identifico con los pasos que él indica durante nuestras conexiones con él. Por eso me rechina que se reduzca el sentido de la compañía o la comunidad, que por otro lado dejaría fuera también mi relación con el Misterio.
Ilaria, Basilea