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El céntuplo, entre filosofía y tractores

Clase online con el “peor” grupo, alumnos irrecuperables y que tienen que ayudar a sus padres en el campo. Y descubrir un amor por su destino semejante al amor por los propios hijos

Después de un comienzo de curso presencial, que tanto deseábamos, ha vuelto a aparecer el fantasma de las clases online. La verdad es que empecé de una manera un poco escéptica. Con el paso de los días veía a los alumnos del mejor grupo cada vez con menos ganas, resignados; siempre presentes, siempre diligentes, siempre estudiosos, pero escépticos.

Una mañana que tenía que explicar un tema de filosofía, surgió un inesperado movimiento de rebelión y les dije: «Vamos a parar por un instante la explicación, me gustaría que nos ayudáramos a entender juntos qué nos está pasando. Cuando podíais venir a clase os quejabais de todo lo que faltaba en la escuela o lo que no funcionaba. Luego llegó el confinamiento y todos nos quejábamos de las limitaciones y restricciones. Después del verano, por fin pudimos volver a clase, pero eso tampoco bastaba porque no podíamos movernos libremente y suponía un sacrificio tan grande que igual era mejor quedarse en casa. Ahora estamos en casa y nos quejamos aún más que antes. ¿Pero vosotros veis el presente? ¿Nos tomamos en serio lo que nos está pasando ahora?». Estas preguntas fueron una provocación incluso para mí, como si de repente me hubiera dado cuenta de que no estaba viviendo, que estaba en otra parte. Uno de los chavales me dijo al final de clase: «Profe, solo con usted podemos decir estas cosas, nos toma en serio».

Luego tenía clase con el peor de mis grupos, donde ningún profesor quiere estar, menos aún online. Después del alboroto habitual inicial, me impongo y empiezo a explicar pero, en medio de la clase oigo un ruido como de un tractor. Pienso que el gracioso de turno quiere interrumpir el clima de atención con lo que ha costado conseguirlo. Pero no, resulta que era un tractor de verdad. Uno de los más gamberros me cuenta que esa mañana han tenido que ir a la recogida de aceitunas. Ante mi cara de enfado, me dice: «Profe, tenía que ayudar obligatoriamente a mi padre esta mañana, pero no quería faltar a clase». Inmediatamente se me hizo evidente que yo tampoco quería faltar.

Entonces comenzó en mí una dinámica abrumadora e imparable, porque este alumno me contó, entre aceitunas, que no lograba entender una sola palabra del libro de filosofía, pero que en cambio las cosas que yo les explico sí las comprende. De pronto le respondí que le iba a ayudar y le invité a conectarse una tarde. Y allí se presentaron diez, los diez “peores”. Entre una broma y otra conseguimos avanzar un poco, explicando que la dialéctica de Johann Fichte, en el fondo, es como una carrera de obstáculos donde te acercas cada vez más a la meta, pero donde nunca llegas realmente, siempre estás en camino. Y que el juicio teleológico de Kant, para quien algo es bello por el objetivo que tiene y no porque sea placentero, «tiene que ver», dijo uno de ellos, «con la belleza del sacrificarse por alguien que lo necesita», y se puso a contar cosas que le habían pasado.

Al final de esta clase de recuperación de irrecuperables, otro comentó que ningún profesor, en cinco años, había hecho nunca nada parecido por ellos. Entonces les pregunté: «¿Pero vosotros os habéis preguntado por qué estoy aquí? ¿Por qué soy “buena”? ¿Pensáis que no tengo otra cosa que hacer? ¿O que me dedico a la asistencia social?». Se hizo el silencio y después de unos segundos el recolector de aceitunas dijo: «Yo lo sé. Porque vosotros no nos miráis igual que los que nos miden y valoran según las notas que saquemos, para vosotros somos todos iguales, sin distinción, y como la tarea de un profesor debería ser mirar la necesidad del alumno, vosotros siempre estáis ahí. No solo conmigo, con todos».

«En realidad yo también os necesito a vosotros», respondí. «No por una recompensa sino por un agradecimiento. Porque con todas las dificultades que existen, veo claramente que la vida es algo hermoso». Y se lo documenté, hablándoles de mí, de lo que me ha sucedido y me sigue sucediendo. Les dije que cuando caigo en la cuenta de estas cosas, me lleno de agradecimiento y no puedo hacer otra cosa que darlo todo. Que el problema no es ser limitados, entender o no a Hegel, sino tomar en serio, hasta el fondo, a alguien que te toma en serio.

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En la clase siguiente, hablamos hasta de la muerte de Maradona, de qué tiene que ver con nosotros lo que le pasó a él, de la diferencia que supone, en la vida de cada uno, estar acompañados no por personas que son un ejemplo a seguir sino testigos, es decir, gente que pone delante de todos una manera de estar que atrae más. Pero lo más sorprendente es que me descubro pensando en ellos siempre, con una pregunta viva y ardiente sobre su destino, igual que la que tengo respecto a mis hijos y a mí misma. Realmente estoy experimentando que dándolo todo se recibe el céntuplo.
Irma, Reggio Calabria (Italia)