Perú. Llamados a vivir cada instante

Las protestas por la incierta situación política del país provocan un sinfín de preguntas entre los universitarios y un deseo de «salir, pero no a las calles, sino al encuentro del otro»

En las últimas dos semanas se desbordó la crisis política al vacar al hasta entonces presidente Martín Vizcarra, lo que conllevó a que muchas personas, principalmente los jóvenes, salieran a la calle a protestar con y sin violencia en muchas regiones del país. Los medios televisivos reportaban a toda hora lo que ocurría en las calles y en el Congreso de la República. Un nuevo presidente asumía el cargo y renunciaba seis días después al ocurrir el deceso de dos jóvenes en Lima durante las manifestaciones.

En simultáneo, mi amiga Daniela me preguntaba si aquí en Huánuco había marchas, lo que me obligó a detenerme y prestar atención a lo que sucedía, pues, aunque ocurriera frente a mis narices no era para nada evidente que me cuestionara. Así que nos reunimos algunos amigos de CL para dialogar y rezar por la situación del país. Empezaba a darme cuenta allí mismo de que nuestra amistad no giraba en torno a nuestras diferencias de pensamiento sino en Aquel que nos ha mostrado su amor a través de una compañía que no nos suelta, y de ninguna manera esto quiere decir ser irreales y no ver nuestras diferencias, sino valorarlas y ayudarnos a responder a nuestras preguntas.

Llegado el fin de semana tuvimos una asamblea de universitarios del Perú. Mi amiga Danae expresaba su inquietud por buscar, moverse por la justicia para tener un país mejor, y María Luisa nos recordaba que don Giussani nos ha educado en que las actitudes razonables deben tener en cuenta todos los factores de la realidad. Yo salía conmovido hasta las lágrimas porque ese momento me dotaba de una capacidad de hacer memoria: ¡el otro es un bien para mí!

Para mayor sorpresa aún, no terminaba la asamblea cuando Daniela me agrega a un grupo de whatsApp en el que se coordinarían los aspectos para una conversación sobre la coyuntura nacional titulada “Llamados a vivir cada instante”. Al iniciar el encuentro me ceden la palabra y leo mi escrito con un pequeño temblor en mis manos: «Lo primero que me asombró fue ver cómo esta comunidad a la que pertenezco se comprometía con nosotros, especialmente los jóvenes, buscando que estas preguntas, tan nuestras, no quedaran en segundo plano, sino generando espacios de diálogo y compañía. He vuelto a reconocer que la primera justicia no era salir o no a la calle, sino acoger mi deseo». El diálogo continuó con respeto y asombro por las nuevas cosas que salían de los que participaban. El temblor inicial poco a poco se fue convirtiendo en energía para escuchar y anotar, y una alegría me empezó a invadir.

De todo lo compartido logro apreciar que esta simultaneidad y sucesión de encuentros pone en evidencia que todos tenemos el deseo de salir, pero no a las calles, sino al encuentro del otro, pues hemos sido alcanzados por Otro (con mayúscula). Y es justamente esto lo que significa un encuentro, «no indica simplemente que nos topamos con algo que entra en el horizonte de nuestra existencia, sino que aparece en dicho horizonte una presencia capaz de cambiar la vida por entero: el encuentro adquiere así el derecho de llamarse “acontecimiento” en el pleno sentido del término», como dice el libro de Escuela de comunidad. Esta es la propuesta de Iglesia en salida del papa Francisco, hacia una cultura del encuentro; resaltando que san Pablo «quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo».

La crisis no se ha ido, pero la certeza del Señor generándonos constantemente me llena de gratitud y, como dijo Tista en el último encuentro, «queda una pregunta respecto al futuro: “¿Qué esperamos?”».
Tobías, Huánuco (Perú)