Fratel Elio rodeado de niños

Elio Croce. La misión de un cristiano

Murió el 11 de noviembre. Durante más de cuarenta años vivió en Uganda entre los pobres, la guerrilla, el ébola, los huérfanos y los hospitales. Un amigo cuenta cómo vivió, hasta su definitivo «aquí estoy, totus Tuus»

Cwinya cwer, mi corazón llora. ¡No solo se inundan los ojos! Es una delicada expresión en la lengua de la tribu de los acholi al norte de Uganda, donde viví mucho tiempo con mi familia y donde nacieron cuatro de mis hijos. En esas tierras vivió toda su vida misionera el hermano Elio Croce, comboniano italiano que subió al cielo la noche del miércoles 11 de noviembre por una pulmonía que se complicó debido al Covid-19.

En esas tierras bendecidas por los mártires, ensangrentadas por los enfrentamientos y golpeadas por las epidemias, Elio empezó su vida misionera en Kitgum, trabajando en el hospital donde yo trabajaba con mi mujer, Luciana, en los años ochenta. Sabía hacer de todo. Constructor de salas de quirófano y plantas hospitalarias, también fue promotor del cultivo de girasol, abriendo en la misión una auténtica almazara donde cientos de campesinos trabajaban en la siembra y regresaban al pueblo con aceite para la familia y para vender en el mercado. En 1985 se trasladó a Gulu, al gran hospital de Lacor puesto en marcha por los esposos Lucille y Piero Corti, el hospital más importante del norte de Uganda. Allí, Elio desafió a la guerrilla durante veinte años e hizo frente a la epidemia del ébola en el año 2000. Su coraje, su fe, su caridad se describen en sus apasionantes diarios, titulados Más fuerte que el ébola y Diarios de guerra y de paz.

Testimonios de masacres y descripciones de la maldad humana, incansable en la organización del hospital para hacer frente a cualquier emergencia (miles de desplazados buscaban refugio durante la noche dentro del hospital), no temía ningún peligro porque sabía que la misión del cristiano es transformar el mal en bien. Abordaba de día y de noche las pistas de la sabana para socorrer a enfermos y heridos. Organizaba la peligrosa caridad de dar sepultura a los muertos del ébola. Acogía y curaba a los más débiles, sobre todo a los niños huérfanos con discapacidad en el orfanato de St. Jude, que nació gracias a la providencia, a su gran corazón y sus fuertes brazos, y a tantos amigos que la Providencia hizo que nunca le faltaran. Actualmente, junto al hospital, un centenar de niños muy especiales representan a los ángeles custodios de médicos, enfermeras y enfermos. En el hospital de los héroes del ébola, Matthew Lukwiya y compañía, ahora se hace frente a la pandemia.

En la cabaña de los combonianos dentro del hospital, al lado de la capilla donde confiaba a su amigo Jesús todas sus preocupaciones y compromisos, en su humilde habitación de amontonaban cantidad de libros que nutrían sus pocas horas de reposos. Entre ellos destaca, en el video de su última entrevista, el libro de don Giussani Afecto y morada. Después de trabajar durante más de cuarenta años en hospitales, sirviendo a los enfermos y alos pobres, su última obra fue una iglesia, grande, hermosa, llena de cuatros e imágenes de los santos y mártires de estas tierras y de la misión. Una iglesia para el pueblo del barrio en torno al hospital, para todos.

La gente, cuando lo necesitaba, le llamaba, porque el buen Dios les había puesto allí a un servidor, ingenioso y arisco, sonriente y decidido, valiente y amable, generoso y fuerte. Ahora Dios le ha llamado: «Elio». «Aquí estoy».

Desde Gulu, ya grave, fue trasladado al hospital de Mulago, en Kampala, la capital. En cuidados intensivos, dos enfermeras lo reconocieron. «Tú nos pagaste los estudios, éramos huérfanas. Ahora eres nuestro padre, deja que te ayudemos a curarte. Apwoyo. Gracias». El aislamiento solo permitió alguna foto que mostraba tras la máscara del respirador sus ojos vivaces de siempre, con esa mirada intensa que se hundía en el infinito y te conquistaba. Luego, los dos últimos mensajes: «Abandonado a Su santa Voluntad» y, el último, «totus Tuus».

Elio regresó a Gulu para ser enterrado en el hospital, tal como había pedido, delante de la imagen de Virgen, junto a los esposos Corti, Matthew y sus compañeros víctimas del ébola. Durante la misa de sufragio, un hombre del “pueblo fiel” exclamó: «Si alguien me preguntara cómo es posible seguir a Cristo hoy, la respuesta para mí sería muy fácil: siguiendo a alguien como Elio».
Filippo Ciantia