Taipei. El regreso de Angie y Rosalia

Recibieron el bautismo en la parroquia de los curas de la San Carlos. Luego la vida las alejó, pero durante el confinamiento ambas encontraron los videos del padre Emanuele y quisieron volver a verse

«¡Hacía mucho tiempo que no era tan feliz!». «¡Es como haber vuelto a casa!». Angie y Rosalia, dos amigas taiwanesas que rondan los cuarenta, decían estas cosas con unos ojos brillantes en un restaurante de cocina occidental de Taipei después de una larga cena a finales de abril. Hablamos de un montón de cosas: historia, Europa (fueron compañeras en un máster de Estudios Europeos), familia. Pero lo más importante es que volvíamos a vernos después de años. Era el fruto más inesperado del paso del Covid19 por Taiwán.

Ambas se bautizaron hace una década en la parroquia de San Francisco Javier de Taipei, ambas se casaron con un no católico, ambas dejaron (casi) de ir a la iglesia después del bautismo. Rosalia, poco después de casarse, debido al trabajo de su marido, Mike, se mudó a las afueras de Guanzhou, en China, donde era complicado encontrar una iglesia cerca. Angie, cuyo marido es médico en un hospital católico de Taipei, simplemente nunca adquirió la costumbre de ir a la misa dominical.


Rosalia y Mike volvieron a Taipei a finales de enero para pasar el año nuevo chino con su familia de origen, como es tradición. Luego estalló la pandemia y se quedaron bloqueados en Taiwán. Hacia finales de marzo se suspendieron todas las celebraciones públicas en las iglesias. Como párroco, para acompañar cotidianamente a mis fieles, me transformé en cura-youtuber y grababa un video diario comentando las lecturas del día. Rosalia y Angie, que no habían vuelto a verse, se encontraron con mis videos y empezaron a sentir nostalgia de cuando nos veíamos en la iglesia, de la catequesis, de la alegría que vivían en aquella época.

Así que, después de un mes de videos, Rosalia contactó conmigo para preguntarme cómo estaba. Le respondí: «¡Podíamos vemos!». Y la noche siguiente cenamos juntos. Para la ocasión, ella invitó también a su amiga Angie, a la que volvía a ver ese día por primera vez desde su regreso a Taiwán. Durante la cena, con gran franqueza, me dijeron que aunque habían dejado de ir a la iglesia no habían perdido la fe. De vez en cuando leían la Biblia, rezaban alguna oración… pero cuando les pregunté cómo influía aquello en su vida veían claramente que eran experiencias muy distintas.

Todavía me pregunto qué sucedió en aquella cena, lo que está claro es que el Misterio actúa realmente en lo cotidiano más cotidiano, y al terminar era evidente que quien nos había hecho reencontrar esa amistad era Otro. Hasta tal punto que después del ritual de despedida con el habitual «¡nos vemos!», que siempre dices con todo el mundo, enseguida nos buscamos para volver a vernos efectivamente.

Y no solo eso, sino que la amistad empezó a hacerse más “operativa”. Después de un mes exacto, bauticé en la parroquia –al poco de reabrir para las celebraciones– a los dos hijos pequeños de Angie, Zoe y Francesco. La madrina fue Rosalia y luego fuimos a celebrarlo a un restaurante de comida biológica y saludable.
Desde entonces, Angie viene a la misa dominical con su marido, que saca tiempo a pesar de su intenso trabajo en el hospital. También les invité a la Escuela de comunidad que tenemos los sábados por la noche, en la que participan con alegría. Íbamos a leer el último punto de Los orígenes de la pretensión cristiana de don Giussani. Angie se compró rápidamente el eBook en chino por internet y, para prepararse bien para el encuentro, se lo leyó entero en un solo día.

Una mañana fui al hospital católico donde trabaja el marido de Angie para visitar a un cura anciano austriaco que está enfermo. Iba conmigo Steve, otro gran amigo taiwanés del movimiento. Puesto que ambas viven allí cerca, quedé después con Angie y Rosalia para comer. Esta vez fuimos a un restaurante vietnamita y luego a un café bohemio. Me hicieron un montón de preguntas sobre el movimiento, así que le pedí a Steve que les contara su experiencia, pues es de los primeros que conoció CL en Taiwán. Les habló de su pertenencia a la Fraternidad y Rosalia enseguida me dijo: «¿Pero cómo no me habías contado nunca que existía algo tan bonito?». En realidad, recuerdo perfectamente que hace años la invité a nuestros encuentros diciéndole que este lugar me había cambiado la vida, pero una cosa son las palabras y otra, la experiencia. Ahora Rosalia está viviendo una experiencia en primera persona. Y de todos modos, los tiempos del Misterio no están en nuestra mano.

A primeros de julio organizamos una excursión de un día con la comunidad del movimiento para vernos después de la pandemia. Rosalia y Angie se apuntaron rápidamente, y esta última llevó también a sus padres. Otra sorpresa. Sus padres son sordomudos, pero quisieron participar en todos los gestos: asamblea, misa, comida, juegos, paseo por el mar. Angie estaba contentísima: «Me parece un milagro que mis padres estén aquí. Tenía muchas ganas de que pudieran ver lo que yo he visto».

La vida continúa, la amistad continúa. Este sábado iremos juntos a ver a Xiao Ping, nuestra querida amiga del movimiento que está en fase terminal por un tumor cerebral. En septiembre, si es posible, haremos unas vacaciones de tres días en una montaña preciosa del norte de Taiwán, por lo que Rosalia me dijo: «No sé si tendré que volver a China por el trabajo de Mike, pero espero poder ir con vosotros». Le dije que también en China, concretamente en Guanzhou, hay amigos nuestros. «Entonces, si vuelvo allí, ¡tengo que conocerlos sin falta!», respondió.
Angie, por su parte, ya se ha hecho misionera. Enseguida me preguntó si podía invitar a las vacaciones a un pizzero italiano casado con una taiwanesa: «¡Tienen que conocer esto!». Le dije que claro que sí, pero que antes me encantaría ir a conocer su pizzería, que según Angie es la mejor de Taiwán. Me temo que la próxima cena juntos será con una buena pizza italiana…
Don Emanuele, Taipei (Taiwán)