Manifestaciones en Washington

USA. El respeto y el “sí” de Pedro

Las manifestaciones por el caso Floyd donde todos expresan su indignación y sus acusaciones, afirmando su propia idea de justicia. «¿Pero no somos todos pecadores?». ¿Qué permite mirar al otro –y a mí mismo– con verdad?

Agradezco mucho haber hecho este trabajo sobre la “moralidad” en los textos de don Giussani, sobre todo ahora, con todas las reacciones surgidas ante el caso de George Floyd. Todos expresan una indignación enorme. Todos parecen ofrecer un modelo de moralidad. Todos saben quién tendría que hacer algo para cambiar el mundo.

Mis hijos han ido a las manifestaciones, apoyando al Black Lives Matter. Pero luego parecen incapaces de respetar a sus padres o hermanos. Recuerdo que yo también, a su edad, me resistía a tener que respetar a mi padre, porque veía en él los defectos que tanto me molestaban y no era capaz de dejar a un lado. Entonces me parecía incluso que superaban a sus virtudes, lo cual no era cierto, pero esta es otra historia.

Si el respeto al otro viene determinado por su comportamiento, por su capacidad para ser bueno, entonces, sinceramente, no podremos respetar a nadie, menos aún a nosotros mismos. Todos somos pecadores, ¿o no? Entonces, ¿qué me permite respetar a un pecador? ¿El hecho de que sus pecados no sean demasiado grandes? ¿El hecho de que no me molesten mucho? Entonces, al final, ¿quién merece respeto? Sería realmente cínica si tuviera que juzgar a alguien, yo incluida, a partir de las incongruencias que veo, todos me parecerían una panda de hipócritas.

La moral, esa que nace de un “sí” a su Presencia misericordiosa, es la única propuesta que me corresponde. El respeto entendido como mirar al otro con la mirada dirigida a Aquel que nos hace, a él y a mí, es la única posibilidad real de respetar a cualquiera, blanco o negro, arzobispo o presidente, a mis hijos o a mí misma.

Ha aprendido a amar profundamente a Pedro por decir “sí” a Jesús, por guiar a esta compañía de personas, todos pecadores, pero que no pueden negar su amor por Cristo. Veo que mi afecto a Él no se mide por lo coherente que soy al cumplir sus mandamientos sino por mi dependencia de Él, por la certeza de que Él podrá cambiarme. Y por fin puedo respetar a mi marido, a mi padre, a mis hijos. A mí misma.

LEE TAMBIÉN – Estados Unidos. «La respuesta a la impotencia es una presencia»

Estoy verdaderamente sedienta de una conciencia así, porque tiendo a olvidarla y a recaer en el moralismo, en el escándalo, en el cinismo. Don Giussani me invita a renovar mi memoria en la oración de los laudes. Nuestra amistad me provoca todos los días a renovar esta conciencia.
Irene, North Bethesda, Maryland (USA)