Rocco De Gaspari.

El privilegio de un «tiempo lleno de su presencia»

La enfermedad de Rocco, la imposibilidad de verse nada más que por pantalla, las novenas… hasta ese mensaje de primeros de mayo: «Ha subido al cielo». Eva cuenta el regalo de cuatro años de amistad

Hace cuatro años cambié de empresa y unos meses más tarde me enteré de que allí trabajaba Rocco, amigo de un amigo de mi juventud. Enseguida nos encontramos, un tipo vivo, lleno de pasiones: por la música, por las motos, por los materiales… Lo opuesto a cuando se habla del «torpor del yo que frena nuestra implicación con lo que sucede». Poco a poco, a pesar de nuestras diferencias (yo soy una persona mucho más tranquila), descubrimos un punto de origen que nos unía y que nos hacía estar pendientes el uno del otro. Con el tiempo, esa familiaridad creció hasta llegar a ayudarnos en todo, problemas laborales incluidos, sin necesidad de decirnos nada, bastaba con un café y alguna broma.

Luego Rocco enfermó. A finales del año pasado ya casi estaba listo para un trasplante, pero en enero, antes del Covid19, su enfermedad reapareció y tuvo que ausentarse del trabajo. Fui a verlo a su casa, con su familia, pero enseguida estalló la pandemia y ya no pudimos movernos de casa. Le ingresaron en el hospital, en Pascua ya no podía hablar, pero nos comunicábamos por mensajes.

Su mujer pidió a todos sus amigos que nos viéramos por Zoom a última hora de la tarde para rezar juntos una novena a los esposos Martin, los padres de santa Teresita, pidiendo su curación. Me sumé, aunque las novenas no son lo mío. Era un gran amigo mío, habría hecho cualquier cosa. Cuando nos conectábamos, leíamos las cartas de amor y del camino vocacional de los Martin. Yo solo conocía a la mujer de Rocco y solo prestaba atención a la frase en que se pedía la curación completa y a poder saludar a mi amigo, que también se conectaba desde el hospital.

Al terminar la primera novena, empezamos otra, a san Juan Pablo II. Yo trabajaba hasta las 20:30h, luego me conectaba, antes de cenar. Hay algo que me ha llamado la atención de mí misma: siempre he querido mantener la cámara encendida, aunque cuando estaba trabajando no siempre era el top de la imagen presentable, pero era la manera que tenía de mostrarle a mi amigo que allí estaba yo, con él. Me di cuenta de que era la única forma que tenía de relacionarme con él, la novena por Zoom.

A partir de ahí, poco a poco, me fue conmoviendo descubrir que no era un menos, una limitación debida a la pandemia a la que debía someterme, sino que era la modalidad más verdadera para ser amigos. ¿Qué es la amistad sino acompañarse hacia el destino? Y yo tenía este gran privilegio: estar con él cuando tenía que afrontar este paso. Ser una amiga de verdad, hasta el fondo. Ya no se trataba de tener que obedecer a la realidad sino de una gratitud a Alguien que me daba la modalidad más verdadera que había, salvando mi deseo de bien para él.

He sentido hasta físicamente cómo Alguien giraba mi cabeza. Antes miraba su enfermedad, ahora veía lo que realmente estaba pasando: un hombre que caminaba hacia su cumplimiento, y Jesús a su lado sosteniéndole en sus brazos. Y la misericordia de Dios salvando el bien que yo quería para él, permitiéndome acompañarle en este paso.

A primeros de mayo, recibí el mensaje con el que su mujer nos anunciaba su subida al cielo. Y tuve que volver a decidir qué quería mirar. ¿Podía decir que me habían quitado a un ser querido? Más bien, se me había dado el don de su compañía cotidiana durante cuatro años, un regalo que no podía dar por descontado. Habría podido no conocerlo.

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Rocco escribió esto a un amigo sacerdote: «Está siendo un tiempo duro que me desafía todos los días a qué elegir, de qué parte estar. Y he de decir que, paradójicamente, me siento afortunado porque siento la compañía de Cristo más presente. Por la mañana la misa con el Papa, el Rosario por la noche, las oraciones durante el día. Abrazar a mi familia mirándolos con gratitud sencillamente porque existen y no con pretensión. Si contara mi historia reciente a un no creyente me tomaría por un loco desgraciado. Pero me doy cuenta de que este tiempo está lleno de su Presencia que lo invade todo, aligerando mi peso para continuar con lo que se me pide ser hoy: enfermo oncológico en tiempos de coronavirus. Sigo abrazado a la Cruz de Cristo, lo único cierto, lo único que no vacila en un tiempo en el que las estadísticas y los cálculos de probabilidad se esfuerzan por hacer previsiones de futuro».
Eva, Sesto San Giovanni (Milán)