Caracas. El despertar de Aimara

¿Qué significa «vivir la vida como vocación»? ¿Y «responder al Señor a través de las circunstancias»? En medio de la cuarentena y la preocupación por el trabajo la familia, se abren paso las provocaciones del libro de Julián Carrón

Al leer El despertar de lo humano estaba preparada para encontrar elementos que me ayudaran a ver a la realidad como aliada. Este punto que en mis primeros pasos en el movimiento tanto me sorprendió, hoy se ha convertido en el principal instrumento en la maduración de mi fe. No dar nada por obvio y entender que la dificultad «es el lugar en que se juega el cumplimiento de la vida» me hace mirar la realidad con otros ojos. Sin embargo, al continuar avanzando en el texto lo que realmente me sorprendió fue encontrarme con el tema de la vocación.
«La mayor contribución que nosotros ofrecemos al mundo es nuestro sí a la llamada del Misterio, nuestro “sí” a Cristo, la fe, y no en primer lugar lo que somos capaces de hacer».

Al comenzar la cuarentena tuve conversaciones intensas en relación al hecho de si trabajar o no en medio de las circunstancias que vivíamos. En un primer momento lo veía como un ejercicio de evasión. Una manera de mantenerse a salvo de la realidad. Me molestaba mucho porque aquellos que querían evadir pretendían obligarme a mí a continuar cuando yo solo quería detenerme a hacer silencio, leer y rezar.
Un día tuve oportunidad de conversar con una amiga médico que me confesaba su frustración por no estar haciendo nada más que resguardarse en medio de una emergencia sanitaria. Cuando entendí la fuerte llamada que sentía de hacer algo, no como un mecanismo de evasión sino como un genuino deseo de aportar su grano de arena en medio de las circunstancias, entendí que mi argumento no era del todo válido.

Hubo ocasiones en las que llegué a sentir que no me importaba quedarme sin trabajo porque definitivamente no compartía el rumbo que estaban tomando las cosas o porque simplemente no estaba de acuerdo con seguir. Ahí me pregunté: ¿por qué no siento el mismo deseo y compromiso por trabajar que mi amiga?, ¿me veo trabajando en otra cosa?, ¿será que esto no es para mí? Pero al retomar mi trabajo lo hice con el mismo gusto y disposición de siempre.
A estas alturas pienso que las circunstancias no estaban para poner a prueba mi vocación profesional sino para darle el justo valor a mi vocación familiar. Soy una mujer profesional que siempre le ha gustado trabajar, ser eficiente en lo que hace y generar ingresos. Tal vez lo que necesitaba comprender era el verdadero valor de mi familia en mi vida.
Hablando con mi amiga médico llegábamos al punto de que las vocaciones, al parecer, por naturaleza no eran sencillas porque de lo contrario no podríamos darle su justo valor. Si todo es fácil, no hay preguntas, no hay decisiones, no hay que sopesar cosas. Yo, por mi parte, le comentaba lo difícil que había sido mi matrimonio y cómo otra vez, después de siete años, estábamos juntos y que a estas alturas considerábamos que todo lo vivido tenía que pasar justo para entender que esta era nuestra vocación, ser familia.

Cuando mi hija enfermó estuvo claro para mí que no había nada más importante que ella, no importaba el tiempo ni el dinero, ni mi descanso, ni mis obligaciones. Estuve dispuesta a sacrificarlo todo por ella y hasta me planteé dejar mi trabajo si era necesario.
Luego, al extenderse el tiempo de cuarentena y con ella las complicaciones complementarias producto de los altos precios, escasez de gasolina y, por ende, dificultad de movilización, se nos presentó una solución que en otras circunstancias no habría estado jamás en mis opciones: mudarnos a casa de mi suegra para pasar juntos la cuarentena para ayudarnos y acompañarnos.

«Vivir la vida como vocación significa tender hacia el Misterio, a través de las circunstancias por las que el Señor nos hace pasar, respondiendo a ellas».
Si las circunstancias no se hubieran complicado como lo hicieron estoy segura de que yo no habría dado este “sí”, este “sí” a mi vocación al matrimonio. Hubieran predominado mis criterios, mis exigencias, mis condiciones y me hubiese perdido la oportunidad de vernos sorprendentemente felices de estar juntos.

Doy gracias por esta «compañía humana» que me sostiene y me ayuda hasta sin saber en mi caminar hacia mi destino.
Aimara, Caracas (Venezuela)