Giuseppe Bentivoglio

Don Benuccio, desde Giulianova hasta Suiza

El 8 de abril murió Giuseppe Bentivoglio. Salió de Varese, hizo crecer el movimiento en Giulianova y luego fue destinado al cantón de Ticino. De su testamento espiritual: «como un niño saciado, así está mi alma». El recuerdo de un amigo

El miércoles 8 de abril murió don Giuseppe Bentivoglio, más conocido como “Benuccio”. Llegó de Varese a principios de los años setenta, disparó literalmente la experiencia del movimiento no solo en Giulianova, donde era coadjutor, sino en una gran parte del Abruzzo y localidades cercanas a Las Marcas, contagiando no solo a cientos de jóvenes sino también a sus familias, tal era el estupor de los padres ante la entusiasta adhesión y el cambio de sus hijos, que en muchos casos habían abandonado la fe porque la consideraban ya inútil.

Benuccio fue un hombre sencillo, entregó su vida entera a los jóvenes que fue conociendo y guiando hacia la madurez, de la fe y de la vida. Yo estuve entre los primeros jóvenes que lo conocieron en sus primeros años tras llegar a Giulianova. La mayoría éramos bachilleres y, a medida que nos acercábamos a la madurez escolar, nos exhortaba a continuar con los estudios universitarios, a pesar de que así nos “perdía” porque nos marchábamos a ciudades más grandes, y en muchos casos fueron viajes definitivos. Le importaba tanto nuestra madurez humana que, aun a costa de “perdernos”, quería que nos hiciéramos adultos. Muchos adultos le deben, a él, a su amplitud de miras y a su pasión por la madurez, carreras profesionales consolidadas.

Del Abruzzo a Suiza, donde fue párroco durante más de treinta años en un pueblo cercano a Lugano. Don Benuccio fue un hombre con una inteligencia límpida por la fe, con un carácter fuerte, impetuoso, a veces abrumador, pero con una fuerza que no tenía nada de presuntuoso ni arrogante. Era solo un ímpetu desbordante por la belleza y la grandeza de lo que había conquistado. Benuccio fue para nosotros un ejemplo extraordinario de cómo el “sí” de un hombre a Cristo constituye el medio por el que Cristo mismo puede conquistar el corazón y la vida de muchos.

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Un “sí” dicho hasta el último respiro, como testimonia su testamento espiritual. «Encomiendo mi alma a las oraciones de todos, pido perdón por las ofensas causadas eventualmente a alguien, imploro la misericordia de Dios para que quiera perdonar mis muchos pecados y le doy gracias por el don de la fe y del sacerdocio. Muero en la mayor serenidad y paz porque sé que el Señor me ama y yo también le amo, a pesar de mis miserias, incoherencias y contradicciones. En él confío, haciendo mías las palabras del Salmo: “Acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre; como un niño saciado, así está mi alma dentro de mí”. Por eso deseo que en mi funeral se lea el fragmento del Evangelio de Juan en el cap.21, versículos 15 al 22. Con inmenso reconocimiento debido al movimiento, gracias al cual he podido conocer y seguir a Cristo».

Querido Benuccio, sigue mirándonos desde el cielo como nos mirabas y guiabas de jóvenes, con tu paternidad irónica, benévola, sabia y misericordiosa, que hoy, ya hombres y mujeres adultos, queremos hacer llegar también a todos nuestros hermanos los hombres.
Claudio, Giulianova (Teramo)