Don Pigi Bernareggi

Brasil. La paradoja del coronavirus

Misionero desde hace 50 años en Belo Horizonte, don Pigi Bernareggi cuenta cómo está viviendo durante la pandemia. Entre la angustia existencial y el estupor por cómo, dentro de las dificultades, la humanidad puede florecer

Me preguntan cómo estoy viviendo este tiempo de coronavirus. Con angustia existencial por saber que allí donde no hay acceso a los recursos técnicos –sobre todo respiradores– la gente muere por el líquido que genera en sus pulmones su propio organismo. Angustia existencial, también, al percibir la surrealista oposición que el mundo plantea entre el valor de la persona (salvar vidas) y el de la economía (salvar empresas), todavía, después de dos mil años de cristianismo.

Para mí, que he dedicado gran parte de mi vida al problema de los sintecho, también surge la angustia existencial de percibir que “la casa” ya no es (posiblemente nunca lo ha sido) la principal referencia de equilibrio y bienestar de la gente para gran parte de la población, que reacciona negativamente a la sabia recomendación de Naciones Unidas y de los gobiernos más sabios: «quedarse en casa».

Otro motivo de angustia: el espíritu de desobediencia a las nuevas normas de vida, en nombre del propio criterio individualista y relativista. Es lo que el papa Benedicto XVI denunció cuando visitó la universidad de Ratisbona, donde había dado clase muchos años. De ese relativismo individualista nace el mayor peligro del tercer milenio según Juan Pablo II: «La civilización de la muerte».

Dice san Francisco de Asís en su Cántico de las criaturas: «Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana Muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar». Para él no existe realidad creada por Dios que no lleve consigo una bendición. Lo mismo sucede también con el coronavirus. De hecho, allí donde el virus aparece, inmediatamente un conjunto de medidas y facultades humanas entran necesariamente en acción: ciencia, tecnología, solidaridad, de infinitas formas, estructuras de apoyo, investigación de vacunas, ayudas financieras. Los gobiernos están obligados a dejar a un lado muchas operaciones de dudoso significado, para apresurarse en emprender acciones efectivas a favor del pueblo. Los propios partidos pierden importancia a favor del “bien común”. El horizonte es más digno, decente, idealista, fraterno. En resumen, la vida es paradójicamente más feliz, útil, necesaria, interesante, “amada”. Hasta las conversaciones cotidianas se vuelven menos aburridas, vacías, fútiles. La relación humana se humaniza. La perspectiva final se diviniza.

Por ello el Pregón pascual de estos días (Exultet) dice así: «¡Feliz culpa que mereció tal Redentor!». Por ello, estos días con mis compañeros del Convivium Emaús (casa para sacerdotes ancianos en la diócesis de Belo Horizonte, ndr), todos los días nos juntamos para rezar el rosario por el mundo, sacudido por el coronavirus, queriendo participar también nosotros en tan buen trabajo, en tanto espíritu de servicio, en la purificación de tantos corazones. Queremos vivir este tiempo inventado misteriosamente por el Creador de todas las criaturas: «Bendito seas, mi Señor, por nuestro hermano Coronavirus».
Pigi Bernareggi, Belo Horizonte (Brasil)