Rosario (Argentina)

¿Dónde está mi consistencia?

Los efectos económicos de la pandemia ponen en grave peligro multitud de obras y empresas. De la angustia de ver cómo todo cae sin poder hacer nada a la liberación de reconocer que «lo que nos define no es lo que hacemos sino que hemos sido preferidos»

Antes de relatar lo que me ha sucedido estos días, quiero citar un texto de la Escuela de comunidad que iluminó mi experiencia y me está acompañando en el camino de este tiempo, permitiéndome juzgarlo: «Convertirse en una “criatura nueva” significa tener una conciencia nueva, una capacidad de mirar y de comprender lo real que los demás no consiguen tener, y un afecto nuevo, una capacidad de adhesión y de dedicación a lo real, a lo diferente de uno mismo, que ni siquiera es imaginable. La “criatura nueva“ significa una inteligencia y un corazón distintos para comer y beber, para velar y dormir, para vivir y morir»…. para afrontar esta pandemia.
Y sigue diciendo: «La criatura nueva tiene una mens nueva (nous en griego), una capacidad de conocer lo real distinta de la que tienen los demás. ¿Cómo nace este nous? El conocimiento nuevo nace de la adhesión a un acontecimiento, del affectus a un acontecimiento al que nos apegamos, al que decimos que sí. Este acontecimiento es un hecho particular en la historia: tiene pretensión de universalidad, pero es un punto particular dentro de ella».

Todo empezó con algo que le sucedió a un queridísimo amigo. Tenía una gran empresa de cuarenta años de historia, una de las más importantes en su sector y de las más reconocidas y fiables. A su vez hacía numerosas obras de bien a los más necesitados, invirtiendo mucho dinero, tiempo y esfuerzo. Era una persona con bastante reconocimiento público. En una ocasión hicimos, por iniciativa suya, una actividad de asistencia a los afectados por las inundaciones de Santa Fe con amigos del movimiento. También viajamos con él a conocer el Meeting de Rímini, etc.

En el último tiempo, su empresa entró en una situación crítica y finalmente terminó de la peor manera: en una quiebra muy publicitada por los medios. Esto le llevó a no querer salir de casa o de su despacho, no querer ver ni hablar con ninguno de sus amigos, ya que la vergüenza le corroía terriblemente. La última vez que pude hablar con él se quebró en el teléfono y cortó la comunicación. Su persona cayó junto con su empresa.

Ahora yo también estoy experimentando la angustia de lo que está sucediendo a raíz de la crisis económica generada por la pandemia y que impacta en todas las personas y empresas con las que trabajo. Intento asegurar las obras que llevamos adelante (unas doscientas personas dependen de mis emprendimientos). He iniciado diálogos, he buscado la experiencia de amigos del movimiento y de colegas y empresarios con los que trabajo para tratar de entender mejor lo que sucede, ver qué cosas podemos hacer. Y la verdad es que no podemos hacer nada, salvo adelantar trabajo en vistas a una supuesta normalización de la situación después de que esta pandemia termine.

Por momentos me gana el enojo por las decisiones políticas que, guiadas por una ideología cerrada, complican y ahogan a las empresas en vez de salir en su ayuda.
Así, en este estado, me pregunto: ¿terminaré como mi amigo? ¿Qué puede rescatarnos de esta situación inédita y terrible? ¿Cómo puedo vivirla con valor, sin ser abatido?

Un amigo del movimiento me dijo: «Nuestro amigo ha quedado definido por sus empresas, su consistencia se ha visto determinada por ellas. Sin embargo somos queridos no por lo que hacemos, sino porque el Misterio nos ha preferido, nos ha elegido gratuitamente». A partir de ahí empezó un diálogo nuevo con mis amigos y empezó a aparecer otra mirada sobre lo que estamos viviendo, aun no pudiendo hacer nada para remediarlo.

Me he dado cuenta de que se nos ha dado la gracia de poder construir durante estos 35 años nuestras familias, nuestras empresas, hacer cosas buenas por los demás. Pero el Señor no nos quiere por todo esto, nos ama gratuitamente. Nuestro valor no reside en lo que hemos conseguido hacer, llevar adelante con tanto esfuerzo, sino solamente en que hemos sido queridos.
Haremos los esfuerzos necesarios para salvar las obras y a su gente. Sin embargo, si esas obras tienen que caer por el virus, por las malas acciones de los gobernantes o por nuestros errores, caerán, pero no nosotros con ellas. Porque las obras no nos definen, no son nuestra consistencia, serán siempre intentos.

Cuando me fui haciendo más consciente de esto, pude volver a respirar y, aun en medio de los enojos y el dolor, me sentí libre, también de mis logros y fracasos. Como me decía mi amigo, si pierdo la empresa, la volveremos a construir de la manera que sea posible, si Él nos da la gracia de poder hacerlo. No somos los que sostenemos la realidad, no somos nosotros quienes garantizamos con nuestras capacidades lo que hay en la realidad.

Esta pandemia es una crisis que pone todo en juego, social y personalmente, como nunca en la historia. Es un imprevisto nunca imaginado y que desafía de manera absoluta a nuestra razón y a nuestro corazón. Pero es también una oportunidad para darnos cuenta de dónde está nuestro corazón, nuestra esperanza. Y así vuelvo al juicio del inicio, a la necesidad de encontrar en un hecho particular de la historia «una concepción nueva de la inteligencia y del afecto» que me permita hacer un camino humano. Es algo que no puedo descubrir solo, sino dentro de ese particular, de esa compañía de amigos que es el carisma dentro de la gran historia de la Iglesia.

Contando todo lo que me iba sucediendo a colegas, inversores, amigos que no están en la Iglesia pero son la gente con la que trabajo, se me fue haciendo más clara esta conciencia que iba surgiendo en mí, y a ellos se les abría una ventana, una posibilidad nueva que me agradecían, o intentaban verificar esto en sus vidas. Vi que, sin querer, todo esto se transformaba en ocasión de testimoniar que la experiencia cristiana nos da la posibilidad de hacer la vida más humana y bella aun en estas circunstancias.

Juan José, Rosario (Argentina)