Lo que estoy descubriendo

El trabajo atendiendo enfermos a domicilio en Florida, la vida en casa, lejos de su país, Italia. Entre la ansiedad por las noticias que llegan de allí y el descubrimiento de una certeza sin la cual todo se vuelve «un peso en el corazón»

Hace un par de meses me trasladé de Miami a Gainesville, al norte de Florida. Esta mañana, The Alligator, uno de los periódicos locales, afirma que 60 personas ya han dado positivo en las pruebas del Covid-19 en el condado de Alachua, al que pertenece Gainesville. Una persona murió hace unos días a causa del virus.

Muchos aquí siguen yendo a trabajar todos los días, otros trabajan desde casa y, en cualquier caso, se sale lo menos posible. Yo trabajo en un hospice, y visito a mis pacientes regularmente. Las escuelas están cerradas, así como muchas oficinas, y el obispo ha cancelado las misas públicas. El papel higiénico ha desaparecido de los supermercados, ya nadie se estrecha la mano y cada día circulan cientos de videos por Whatsapp.

En casa somos tres. Esta mañana hemos participado en la misa del obispo en directo por streaming, luego nos hemos dedicado a lavar y planchar ropa. Vivimos en una casa grande en medio de la naturaleza, las glicinias han florecido, los nísperos maduran, los pajarillos cantan y las ardillas corren y saltan de un árbol a otro.

Todos los días leemos la prensa y durante la cena comentamos la situación, lo que ha dicho Trump o las consecuencias que traerá esta crisis. A veces estamos de acuerdo, otra vez discutimos acaloradamente. Obviamente, nos preocupan muchas cosas y, sobre todo, ansiamos que esto acabe pronto.

Escuchar y leer las noticias que llegan del norte de Italia tal vez sea la experiencia más dura, pues los tres somos de allí.

Así son las circunstancias que nos toca vivir aquí. Contradictorias, diría, entre la ansiedad por las noticias que recibimos y el relax de un cigarrillo al aire libre, entre el miedo a contaminar a los pacientes que visito y la gratitud por tener la posibilidad de compartir con ellos un tramo del camino en esta vida terrena.

Cuento un par de cosas que he aprendido estos días. La primera es fruto del ingreso de mi madre, que volvió a casa hace tres días y ya está bien. Estaba leyendo con el padre Rich, sacerdote del movimiento aquí, en Florida, y con otros el capítulo sobre la esperanza en ¿Se puede vivir así? de don Giussani: «La esperanza es una certeza con respecto al futuro basada en algo presente». Me preguntaba si yo tenía esta certeza, porque me daba cuenta de que estaba mirando lo que le pasaba a mi madre sin esta esperanza. El instinto de protegerla y el deseo de que se le ahorrase este sacrificio no se convirtieron en una petición, sino que solo me dejaban un peso en el corazón. Entonces empecé a pedir, encomendando a Jesús a mi madre, a mi familia y a mí mismo. Descubrí que yo soy relación con el Misterio, y que en esta relación yo puedo vivirlo todo con pasión y alegría. Descubrí que si hay algo que yo más desee para mi madre, es la certeza de esta relación con el Misterio que la hace y la ama infinitamente.

Mi segundo “descubrimiento” solo lo menciono porque se trata de un trabajo que todavía estoy haciendo. Me doy cuenta de que todos somos parte de la misma comunidad humana, que es el mundo. Creo que la fe cristiana no solo no nos separa del mundo sino que nos hace percibir la relación con todos como algo decisivo. Nos hace darnos cuenta de la belleza que vemos en los demás, en la generosidad, en la fraternidad humana allí donde exista.
Enrico, Gainesville (Estados Unidos)