El síntoma de una inquietud de fondo

Elena, en los primeros días tras el cierre de las aulas, hacía miles de cosas. Hasta que se dio cuenta de que en este no parar había algo que no le cuadraba. Entonces comenzó un trabajo…

Al principio de este extraño periodo, entendía el cierre de los colegios como un tiempo que se me regalaba para hacer lo que normalmente no puedo hacer. Todo fantástico hasta la Escuela de comunidad del viernes de la segunda semana, cuando empecé a darme cuenta de que tal vez todos mis afanes y mi imposibilidad de pararme fueran síntoma de una inquietud de fondo.

Profundizando cada vez más dentro de mí y gracias a un par de conversaciones con una amiga, caí en la cuenta de que en realidad toda esta situación me hacía sentirme aplastada por el miedo a perder lo verdadero que he encontrado. Pero sobre todo tenía miedo de que las cosas que considero verdaderas fueran, en realidad, fruto de la estabilidad de la rutina.

Ahí comenzó el trabajo de ver sobre qué se apoya todo realmente, incluso en la emergencia por el Covid19 y en la reclusión. Por ahora, me he dado cuenta de que lo que no pierdo nunca son las ganas de ver a mis amigos. Además, he sentido con fuerza el miedo no tanto a contagiarme sino a contagiar. Me he dado cuenta de cuánto me importan las personas que me rodean. Hoy, después de una clase estupenda sobre Aristóteles, he entendido que me faltaba encontrarme con aquellos que normalmente me hablan a través de los libros y que el estudio es para mí un medio fundamental para interrogarme por la realidad.

Otro gran descubrimiento es mi necesidad de sentirme siempre útil, que me está haciendo trabajar mucho en casa y apostarlo todo por la relación, tantas veces complicada, con mis hermanas. Algo que me ha llamado realmente la atención ha sido ir a ver a mi abuela cuando todavía se podía. Ella se echó a llorar, no por miedo a enfermar sino por la tristeza de no poder vernos. Ahí me di cuenta de lo amada que soy y de cómo lo doy por descontado, incluso creyendo tal vez que es algo que se me debe. Este corazón, que a menudo creo que no sabe amar y al que por tanto infravaloro, vibra realmente. Y no soy yo quien lo hago vibrar, es siempre algo externo que yo no puedo prever.
Elena, Forlí