El “streaming” no puede ocultar la oscuridad que habita dentro

La llamada de un amigo en cuarentena, el recuerdo de unas vacaciones siguiendo a san Benito y esa pregunta del salmo: «¿quién es el hombre que ama la vida y desea días felices?». Un grito que no acallan nuestros intentos por seguir en contacto

Es sábado por la noche, igual que después de una intensa nevada todo aparece amortiguado y silencioso, no se oye el ruido habitual de los coches ni de gente charlando. Pero estamos a mediados de marzo y no hay nieve. El timbre del teléfono, a las 23.30h, interrumpe mis pensamientos. «Hola, diga». Me sorprende la voz de un querido amigo. «Desde hace dos días estoy aislado en casa porque he estado en contacto con personas que han dado positivo en la prueba del coronavirus. Estoy bien, también mi mujer y mis hijos, pero hoy me he acordado de ti y quería llamarte».

Así empezó a contarme qué tal estos días: las llamadas con los servicios sanitarios y las indicaciones a seguir, las preguntas y preocupaciones, no poder salir bajo ningún concepto. Pero sobre todo la sorpresa cuando me dice: «Qué ternura tiene Dios con nosotros al darnos a entender las cosas. Este invierno empezamos a hacer las vacaciones de bachilleres siguiendo las huellas de san Benito y allí tuve una intuición. Benito se retiró del mundo para que el mundo pudiera entrar más en Él, en Jesús. No huyó, se dejó atraer por todas las cosas. Nunca habría pensado que, aun sin quererla ni buscarla, encontraría tal cercanía con esa experiencia. Con los chavales leíamos en la gruta: “¿quién es el hombre que ama la vida y desea días felices?”. Esta pregunta, que está en la Regla, la toma san Benito del antiguo salmo 33, pero en la Regla es el Señor quien nos hace esta pregunta y nos invita a un trabajo. San Benito comenta: “Si tú, al oírlo, respondes ‘yo’, Dios te dice, antes de que le invoques: ‘Aquí estoy’”, y concluye: “¿Qué hay más dulce para nosotros que esta voz del Señor que nos invita? Cómo el Señor nos muestra piadosamente el camino de la vida”. Esta piedad es lo que estoy experimentando».

Al colgar, me quedé conmocionado. E inmediatamente pensé en la carta de Julián Carrón a la Fraternidad: «En estas semanas cada uno podrá ver qué posición prevalece en él: si una disponibilidad para adherirse al signo del Misterio, para seguir la provocación de la realidad, o bien dejarse arrastrar por cualquier “solución”, propuesta, explicación, con tal de distraerse de esa provocación, de evitar ese vértigo. Después, cada uno de nosotros podrá verificar la consistencia real de las “soluciones” en las que ha buscado refugio».

Yo ya estaba recurriendo al abanico de posibilidades y soluciones – clases por streaming, Escuela de comunidad por streaming, con los adultos y con los bachilleres…una vida por streaming. Todo un quehacer (positivo, no lo niego) que, en el fondo, ocultaba mi resistencia, como si hacer todo por streaming pudiera ocultar la “oscuridad” que, a veces, sientes dentro o ves a tu alrededor. Como si todo fuera normal y tú pudieras seguir confiando en todo lo que puedes hacer. Con esa llamada, mi amigo me despertó y reabrió la partida. «Yo soy Tú que me haces», cuántas veces habré repetido esta frase (dando clase de Religión, sobre todo, es el centro de mi programa), pero cuántas veces, en los hechos, lo habré negado. Creo que esto, reconocerlo realmente en la experiencia, es la conversión que se me pide en esta “extraña” Cuaresma.
Stefano, Monza