«Una jornada a la carrera contra el coronavirus»

Uno de los muchos médicos lombardos a los que se ha pedido ayuda para sustituir a colegas infectados. Mono impermeable, máscara doble, gafas, guantes… para atender a los enfermos durante horas. Y descubrir, dentro del drama, qué puede vencer al miedo

Anoche recibí la llamada del director sanitario con la petición de ayuda de un hospital lombardo situado en una zona especialmente crítica. Enseguida di mi disponibilidad y a la ocho en punto del sábado estaba cruzando las puertas del hospital. Para mí, siempre ha sido fácil decir sí porque en la vida siempre he aprendido que estar disponible es siempre ocasión de crecer a todos los niveles.

En una breve conversación telefónica el viernes por la noche con un colega, me adelantó algo que al día siguiente pude constatar con mis propios ojos. La mayoría de los médicos están en casa en cuarentena o incluso con resultados positivos en la prueba del Covid 19, y por tanto aislados. Platas enteras bajo mínimos y la UCI al borde del colapso.

Nada más llegar pude comprender la situación ya en el aparcamiento: totalmente desierto. En la puerta, un bedel repartía gel y mascarilla a los pocos que entraban. Llegué a la quinta planta, rebautizada como Covid 19 con 40 pacientes ingresados, de diversas edades, con los que pasé toda la jornada. Nos vestimos adecuadamente (monos impermeables, doble máscara, gafas, guantes, etcétera) y hacemos la ronda de visitas, con control de tensión, seguimiento del tratamiento, control de pruebas y demás. Algunos casos son muy graves, otros menos, pero todos con cuadros radiológicos de pulmonías intersticiales más o menos severas. En sus caras, miedo y angustia, y muchas veces la pregunta: «Doctor, ¿me estoy muriendo?».

Me llama la atención la postura de mis colegas. No una queja, ni angustia, nada de miedo, sino una profesionalidad y humanidad fuera de lo común. Comunicando una positividad a la mayoría: «No se preocupe, ha dado positivo pero aquí estamos nosotros para hacer todo lo posible por que se cure».

Esta postura me ha fascinado y contagiado, así que yo también me he puesto a tranquilizar a los pacientes y a apoyar a los más vulnerables. Desde las ocho hasta las cuatro y media, sin parar, atendimos a cuarenta enfermos, con los que surgió una sintonía inimaginable. Luego, veinte minutos de pausa y de nuevo a controlar los hemogramas para calcular el riesgo de necesidad de traslado a cuidados intensivos, todo ello con algunas urgencias entre una visita y otra.

¿Cómo se puede ser tan positivo ante toda esta devastación? Una posición humana positiva solo es posible si hay una presencia humana y profesional con otro, si uno está sostenido incluso en la dramaticidad de una jornada así. Y eso es lo que hacemos los tres médicos que trabajamos juntos. Compartir el trabajo y la propia humanidad de la misión de nuestro oficio. Igual que hacen todos los empleados sanitarios que estos días trabajan sin pausa y sin miedo, ¡son ángeles! Son el sostén y el cuidado de todos los pacientes que se nos confían.

Esta noche les contaba mi jornada a mis hijos y a mi mujer, y me venía a la mente ese pasaje del evangelio donde Jesús duerme en la barca y los discípulos tienen miedo, así que le despiertan y él hace que las aguas se calmen y les dice: «¿Por qué tenéis miedo? Yo estoy con vosotros, no temáis».
Hoy he experimentado eso en el trabajo con mis colegas, a los que se lo agradezco de corazón. Nuestra unidad ha hecho más fácil a nuestros pacientes afrontar la angustia y el miedo que provoca este virus, tan microscópico y devastador.
Creo que cada vez más nosotros, los sanitarios, tenemos la responsabilidad de ayudar a nuestros colegas que tienen dificultades. Sin duda ha sido una jornada terrible, pero yo he vivido intensamente, hasta el fondo, me ha marcado profundamente y me ha hecho crecer humana y profesionalmente. Estaba seguro de que diciendo sí tendría la posibilidad de vivir una experiencia que difícilmente olvidaré. Mi disponibilidad sigue abierta.
Carta firmada