La "Misión de Navidad" de la comunidad de CL en Buenos Aires

Buenos Aires. Una felicitación que todos necesitan

La comunidad de CL se implica en la “Misión de Navidad” de la diócesis de la capital argentina. Un gesto sencillo: repartir una estampita con el belén y saludar a la gente en medio de la vorágine de las fiestas…

Este año, como desde hace tiempo, el DEMEC (Departamento de Movimientos y Nuevas Comunidades) de la Arquidiócesis de Buenos Aires, nos invitó a participar de la “Misión de Navidad”, que consiste en un gesto sencillísimo: estar en la calle, cerca de la catedral, desearle a la gente “feliz Navidad” y regalarle una estampita con la imagen del pesebre y una frase del papa Francisco: «En este día, iluminado por la esperanza que viene de la humilde cuna de Belén, pido para todos ustedes el don navideño de la alegría y de la paz: para los niños y los ancianos, para los jóvenes y las familias, para los pobres y marginados. Que Jesús, que vino a este mundo por nosotros, consuele a los que pasan por la prueba de la enfermedad y el sufrimiento y sostenga a los que se dedican al servicio de los más necesitados. ¡Feliz Navidad a todos!».

Es necesario dar algunas coordenadas… este gesto se hizo en el centro neurálgico de la vida de negocios de nuestra ciudad, en el lugar que se conoce como “la city porteña” o el “microcentro porteño”; era un día veraniego y de mucho sol, con más de 30 grados de temperatura; nos rodeaban oficinas, empresas, comercios de todo tipo, bancos, casas de cambio, vendedores ambulantes de diversos productos y multitud de gente apurada, caminando o casi corriendo, para hacer trámites. En este marco, ese sencillísimo gesto puede parecer “inútil” o “inadecuado”... ¿o tal vez “valiente” y “sorprendente”? ¿Servirá también para mantenernos “a la espera”? ¿Qué espera? Esa de la que hablaba Julián Carrón en el retiro de Adviento de la Fraternidad de San José: «Con esta espera nos queremos preparar para el hecho de Cristo, para la Navidad. Ningún año soy capaz de comenzar el tiempo de Adviento pensando que esta espera es algo obvio».



Cuenta Sonia: «El lugar donde estábamos entregando las tarjetas de Navidad reflejaba claramente que estamos en una ciudad cosmopolita. Pasaba gente de distintas nacionalidades, raza, color, religión, con los más variados peinados, vestimentas y accesorios, incluyendo piercings y tatuajes. El primer impacto que tuve fue la velocidad a la que transitaban las personas, aspecto que desvela el frenetismo con el que se vive en Buenos Aires: rostros preocupados y manos llenas de cosas (en una el celular, en la otra cartera, carpeta y, tantas veces, bolsas con regalos). ¡Difícilmente podían agarrar también la tarjeta navideña! En medio de este panorama pensaba: “Jesús vino para todos, vino para cada uno de estos que pasa”. Me sentía invitada a darle la estampita a cada uno, sin distinguir, porque Él no hizo distinción de personas. Vino para la felicidad de cada uno. Lo que suceda con este simple gesto no lo sé, ¡se arreglará Él! Muchas personas te ven a distancia y ya calculan cómo te van a esquivar, luego rechazan la tarjeta o miran de reojo, pero después de escuchar un deseo de “¡Feliz Navidad!”, varios cambian la mirada, sorprendidos, y entonces acceden a recibirla. Algunas veces hasta responden con un “gracias” o un “feliz Navidad para vos también”, y se les escapa una sonrisa, como si el deseo de bien los hubiera tocado, contagiado y cambiado el “chip” con el que venían. Me sorprendió en especial una persona de traje, se veía como un “hombre de negocios” de unos 50 años, con lentes de sol. Mientras pasaba de largo le di la estampita y le dije: “¡buen día, feliz Navidad!”, y me la agarró medio de costado y sin prestar mucha atención. Luego de unos segundos volvió, se sacó los lentes de sol y me dijo: “¡gracias, es un muy lindo gesto lo que están haciendo, discúlpame y una muy feliz Navidad para vos también!”. En ese momento comprendí que lo que hacíamos era un gesto humano, porque más allá de que el otro sea o no “creyente” necesita que alguien le desee el bien, y un simple “feliz Navidad” puede transmitir todo ese deseo que necesitamos. Hubo un vendedor ambulante de jazmines que estaba sentado en el bar, cerca del lugar donde yo estaba, al que le di una tarjeta y me pidió más para repartirle a los mozos del bar. Luego uno de los mozos me vino a pedir más porque quería dársela a sus familiares. Otra de las mozas me miraba medio de reojo mientras yo repartía, pero cuando el vendedor de jazmines le dio la estampita y le explicó lo que era, ella se quedó mirándola y leyéndola. Otros de los que pasaban llevaban muchas bolsas de regalos, entonces yo les decía: “para agregar en el arbolito”. Y si bien muchos ni te miraban, otros se sorprendían y te agradecían la tarjeta. Varios volvían a pedir más para sus familiares y amigos. También les repartí a otros vendedores ambulantes que estaban cerca. Todo sucedió en el fragor de la ciudad, sin calcular ningún resultado. Me impresiona que, en medio de la vorágine, pueda llegar una palabra de esperanza, de salvación, de paz, incluso aunque las personas no lo perciban así. Era evidente que en medio de las carreras, en estos días que vivimos tan acelerados, también en este contexto pueden alcanzarnos las palabras que todos necesitamos, palabras que son signo de la paz y, en última instancia, de la salvación».

También Viviana cuenta su experiencia: «Cuando nos propusieron como gesto de Navidad desear un simple “Feliz Navidad” a todos los que pasaban por la calle y entregarles una estampita, me sorprendí con un gran deseo de participar. Me descubría agradecida por todo lo que el Señor me estaba dando últimamente. Ese día, antes de ir, leí la Escuela de comunidad para prepararme y me sobresalté cuando don Giussani dice que si no percibimos que todo es dado por el Señor nos perdemos el atractivo de la realidad. Marché al gesto con esta petición, reconocer que todo me es dado. Cuando llegué, un amigo que trabajaba en la organización me advirtió que solo el 1% te saluda o agradece, el resto te ignora. La verdad es que no me importó, yo solo quería comunicar todo el bien que se me da. Fue así como sucedió algo increíble, el 1% se convirtió en un 99% que respondían ante mi saludo. Yo les sonreía y la gente se sorprendía de esta alegría. Me devolvían otra sonrisa e incluso alguno se paró a saludarme. No discriminé a nadie, vagabundos, adolescentes, familias, cadetes, todos eran para mí: Cristo vino para todos. Particularmente me conmovió una chica, se la veía con un rostro muy acongojado. Cuando la saludé me miró y me dijo: “no sabes cuánto necesitaba este saludo”. Había momentos en que venía el “malón” de gente y yo me apuraba porque quería darles a todos… de golpe me vino a la mente este “cuerpo a cuerpo” del que siempre habla el Papa y pensé: es uno a uno. Es importante mirar a los ojos al que viene aunque me pasen diez por el costado. En ese momento quedé agradecida por la educación que recibo en este camino de CL y la Iglesia, en el que me recuerdan que cada uno es precioso a los ojos de Dios. De otro modo, solo sería una continua ansiedad impulsiva y pretenciosa. En este gesto tan simple y bello pude percibir lo intensa que puede ser la realidad cuando ves la vida como un don. La conciencia de que lo más valioso que tengo es este mensaje nos convierte en luz para muchos».

Algunos vivieron también este gesto en sus trabajos, repartían a sus compañeros o, en un colegio, a los alumnos y familias. Los universitarios en una plaza antes de la misa. Un gesto sencillísimo, “simple y bello”, abierto a todos, que nos puede traer “paz y salvación” y nos permite compartir lo que tenemos y lo que somos.
Los amigos de la comunidad de CL de Buenos Aires