Un momento de la recogida de alimentos en Chioggia

Después del temporal, llega la fiesta

Los desastres causados por el agua alta hicieron que la jornada de recogida de alimentos se enfrentara a una edición muy especial. Una fiesta de pueblo que vuelve a mostrar el valor educativo de la caridad

Este año llegamos a la Jornada de recogida de alimentos llevando dentro todo lo que nos había pasado últimamente. Ha sido extraordinario ver implicarse en el gesto a los amigos de Pellestrina, que tanto han sufrido el impacto de las inundaciones. En la isla hay un supermercado que abre a ratos y los otros dos establecimientos de alimentación que hay están cerrados. Aun así, nos llamaron para preguntarnos cómo podían participar en la iniciativa, deseosos de volver a vivir una experiencia que para ellos ha sido muy importante estos años. No se trataba de decidir si organizar algo o no sino de decir “sí” a una experiencia que reabre el corazón a la pregunta sobre qué es lo que verdaderamente responde a nuestra necesidad, que no es solo comer sino algo infinito. Al final decidieron participar como voluntarios en el Lido de Venecia, donde recibieron la visita del Patriarca, monseñor Francesco Moraglia. Uno de ellos, Mario, me escribió esta noche: «Tenía previsto quedarme solo media jornada, pero cuando apareció una niña de ocho años con su catequista me dije: “¿Qué viene a hacer aquí esta pequeña?”. Luego me enteré de que era su cumpleaños y, para la ocasión, decidió que quería hacer algo importante. No podía dejar de mirarla: no había nadie capaz de frenarla ni de rechazar la bolsa que ofrecía a todos. Mirándola se me pasó el cansancio y decidí alargar mi turno hasta la noche».

Para los de Chioggia, en cambio, fue una jornada festiva. Este año queríamos expresar, durante la recogida de alimentos, la belleza de la caridad. Así que invitamos a participar a varios grupos que, para nuestra sorpresa, aceptaron: la banda musical, los coros de música popular y góspel, que actuaron gratuitamente a la entrada de los supermercados. Luego preparamos una pequeña exposición para contar cómo nació el Banco de Alimentos y cómo llegó a implicar en los años noventa a nuestra comunidad local. Resumiendo, la jornada se convirtió en una verdadera fiesta de pueblo.



«En esta jornada de servicio a los pobres, es importante recordar lo que dice el papa Francisco: los pobres nos facilitan el acceso al Cielo», dijo el padre Luca al empezar, antes de rezar el Angelus. «De hecho, mientras ayudamos a otros recibimos un gran don a cambio. El pobre dilata nuestro corazón, alimenta nuestra generosidad. Es decir, ofrece un gran servicio a nuestra vida».

La mañana siguió adelante con cuatro grupos de bachilleres que participan dentro de los proyectos escolares de voluntariados. A la una quedamos para comer juntos, como ya es tradición, y se sumaron algunos más. Incluso vino a vernos desde Forlì nuestro amigo Gibo, porque tenía curiosidad por vernos en acción. Su hijo Andrea estuvo con nosotros en el grupo juvenil y ahora está en el Cielo, a su memoria dedicamos nuestro Banco de Solidaridad, y además el día de la jornada era su santo, san Andrés.

Los encargados del almacén, que no ven lo que pasa fuera, nos llamaron para saber cómo iba la cosa. Les respondí: el espectáculo más bonito es el rostro radiante de los voluntarios. Eran muchísimos, de todas las pertenencias religiosas y civiles: jóvenes, adultos, ancianos. Y las caras de la gente que hacía la compra y donaba algo se dejaba impregnar por el clima festivo e incluso nos preguntaban por algún detalle de la exposición. Por la noche, también relucía la cara de Michele, el jefe de almacén, al frente de toda la organización logística, que se puso a leer todos los mensajes que le habían llegado, llenos de alegría y gratitud.

Hemos recogido un once por ciento más que el año pasado, pero sobre todo hemos vivido la experiencia de una posición del corazón que nos recuerda el bien que somos, que cada uno de nosotros está hecho para este bien, para este amor. Creo que lo que la gente ha visto no son personas que les invitaban a hacer la compra para donar alimentos. Ha visto a un pequeño pueblo que era expresión de un pueblo más grande que para nosotros es el movimiento, dentro de la Iglesia, un pueblo alegre por lo que vive y que desea comunicarlo a todos. Pienso en don Giussani, que ya decía que este llegaría a ser el mayor gesto de caridad, «el fondo común de los italianos». Creo que lo habrá disfrutado con nosotros. Acabamos agradecidos y más conscientes de la responsabilidad por la herencia paterna que nos dejó cuando decía a Danilo Fossati: «¿Qué es el amor, sino querer el bien del otro, querer reconocer la misteriosa bondad de Dios con cada hombre?».

Me acosté cansada pero contenta y, antes de dormirme, pensé en mi primera caritativa con Anna, hija de unos amigos del movimiento que padece una discapacidad. Yo estaba en la universidad y, al principio, notaba algo que no me atraía. Con los años he aprendido cada vez más a mirar la realidad para captar la belleza oculta en cada gesto de caridad que vivo.
Patrizia, Chioggia