El sol entre las nubes de Pellestrina

Pellestrina. «¿Quién permite levantar la mirada del fango?»

El desastre en la laguna veneciana ha golpeado duramente a la isla vecina de Chioggia. Entre la destrucción y la gente que lo ha perdido todo, el relato de los amigos del movimiento que viven en la zona

Martes 12 de noviembre. La diaconía no puede celebrarse, como de costumbre, en el seminario de Chioggia, en el centro histórico, a causa de las previsiones de agua alta. Don Giovanni se queda en el seminario, no puede venir, pues si sale no podría volver a entrar, lo mismo les pasa a Nane y Mauro, de Pellestrina. En el grupo de Whatsapp quedamos para vernos el domingo, en la asamblea y la misa de la Fraternidad. Para nosotros es algo habitual, nacimos con agua alta, así que nos reunimos los que podemos en otro lugar. Pero al final, de vuelta a casa, nos damos cuenta de que además del temporal hay una fuerte borrasca en el mar.

Electrodomésticos y muebles amontonados en las calles de la isla

Por la noche llama Nane. Está confuso y pide que recemos por ellos. Algo grave está pasando. Por la mañana, las imágenes, los mensajes y las llamadas nos abruman: en Pellestrina ha habido un desastre, las bombas de extracción todavía no funcionan y el agua empieza a desbordarse por todas partes. «Como el 4 de noviembre del ’66», dice alguien. Aunque parece peor. La lagua se ha convertido en un tsunami, con olas altísimas y muy violentas que han pillado de golpe a la gente en su casa, superando y a veces destruyendo las barandillas de protección. Puertas y ventanas arrancadas en las plantas bajas, donde vive la mayoría de las familias. Multitud de barcos catapultados por las aguas y destruidos, los locales de la laguna a ras del suelo.

En Chioggia muchos negocios y bodegas se han inundado, las mamparas no han podido evitarlo. Pero todo puede arreglarse… Nos vamos al trabajo llevando en el corazón y en el pensamiento a nuestros amigos de Pellestrina. A primera hora de la tarde, Lorenzo y Antonio van a verlos. Allí el agua está a la altura de la rodilla. Por la noche nos juntamos. Su mirada, sus ojos hablan solos de una experiencia fuerte y dramática. Nos cuentan que es imposible hacerse una idea de lo que ha pasado sin estar allí. Muchas familias amigas lo han perdido todo, aún no hay electricidad. Algunos intentaron apuntalar y bloquear las puertas, pero el agua entraba por las fisuras del pavimento y salía por los desagües. En poco tiempo han perdido electrodomésticos, muebles, colchones, sillones… En su lugar, escombros y fango.

Las primeras oleadas de la marea

Raffaele y Michela, un matrimonio con la salud muy probada, tienen su casa destruida. Giulia, que como cada día había ido a casa del abuelo, tuvo que enfrentarse a la furia del agua fría y sucia, que le llegaba hasta la cintura mientras intentaba derribar la puerta con un poste de los que indican los “caminos” en la laguna. En la oscuridad, con su abuelo, rezaron a “su” Madonna de la Aparición, que tiene un santuario en la isla. Igual que otro amigo que vive junto al río, rezando avemarías para que la barca atracada frente a su casa no acabara entrando en ella. Como el papá de Samuel, que arriesgó su vida porque los amarres de su barca se habían desatado. Cuenta que en aquel momento su vida entera le pasó por delante, y que se dio cuenta de que «el Señor me ha tomado al encontrar el movimiento, no por mis propios méritos». Lloraba de conmoción.

Hay una imagen que se le ha quedado grabada a Antonio tras la tarde que pasó con los amigos de Pellestrina. «Entendí lo que estábamos haciendo allí, en aquel momento que parecía absurdo, cuando entramos en casa de Michela. Ella, al ver a Lorenzo, corrió a abrazarlo y se echó a llorar. Era como si Cristo nos estuviera abrazando. Estábamos allí para acompañar a nuestros amigos y dejarnos abrazar por Jesús».

Conmovidos por estos relatos y queriendo seguir estando delante de lo que estaba sucediendo, nos pusimos en marcha para ayudarlos. Desde la mañana siguiente a la marea, en cada calle, casa por casa, hay mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, limpiando, lavando, sacando electrodomésticos, sillones, objetos destruidos. Rostros pálidos y cansados que hablan del miedo que han pasado. Algunos aún lloran, pero todo expresa el deseo de volver a empezar. Los bomberos liberan los pozos obstruidos y “los ángeles del agua” ayudan a recoger y limpiar. En esta franja de tierra que es Pellestrina, entre el mar y la laguna, donde el sol sale y se pone sobre el agua, la gente es sencilla y veraz, cada uno ayuda al otro, la solidaridad se toca con la mano. Nuestra amiga Maria, por ejemplo, no está en casa. La llamamos y nos dice: «Estoy de misión». Ayudando a los que están peor que ella.

Nane escribió a Julián Carrón, que le llamó, y ahora nos testimonia la seguridad y el abrazo paterno que ha experimentado. Llegan numerosos mensajes y llamadas de amigos de muchas comunidades del movimiento. Hay una cercanía increíble.

La isla inundada, al día siguiente

Lorenzo propuso alquilar una lancha a motor para ir a Pellestrina y hacer allí la asamblea prevista para el domingo. Algunos se quedaron perplejos. «Habría que aplazarla, o hacerla sin los amigos de la isla». Además, se espera agua alta, con un pico a las 13h. Pero un grupito decide ir igualmente, seguir el deseo que sentimos dentro de ver la victoria de Cristo allí, con los amigos de Pellestrina. Y al final se acaban sumando otros.

El domingo amanece muy nublado, amenaza lluvia. A las 15.45h, desde la Isla de la Unión, entre Sottomarina y Chioggia, se zarpa hacia la otra orilla. Llegamos a Pellestrina y nos dirigimos a la iglesia de Ognissanti, la única disponible. En la plaza nos encontramos con nuestros amigos, entre abrazos y lágrimas. De repente, la luz del sol, desde un hueco entre nubes negras, también nos abraza.

En la iglesia se dan cita casi doscientas personas para la asamblea. Mauro, de la isla, cuenta cómo vivió aquella noche. «Todos estaban desesperados, yo miré dentro de mí y, casi con una “sonrisa” me sorprendí pensando: “Fíjate en cómo el Señor me pide experimentar lo que nos decíamos hace poco: ¿hay algo que resista el embate del tiempo?”. En un instante mi casa había sido arrasada y un vecino mío murió, pero cuando vi a mis amigos… “¡aquí está el Señor!”».

Algo parecido cuenta Maria. «¿“Quién es este” que no me deja estar tranquila, pero que me permite estar alegre? Hoy ha pasado algo extraño. Han venido los nuevos dueños de la casa que hay al lado de la mía. No los conocía, pero he visto que no estaban bien y les he invitado a comer, pero antes les hemos dicho que íbamos a bendecir porque somos cristianos. Solo Él, que me hace, me puede hacer estar así».

Asamblea en la iglesia de Ognissanti en Pellestrina, el domingo 17 de noviembre

Desde Chioggia, Lolli renunció a compromisos importantes para poder estar con sus amigos. Y Paolo, uno que nunca habla, expresó todas sus resistencias antes de subirse a la lancha. «En Chioggia también tenemos nuestra agua alta y nuestros desastres… Mientras íbamos hacia el puerto, mi mujer se dio cuenta de que se le habían roto las botas e iba con los calcetines empapados. “Pues nada, volvemos a casa”, pensé. Nos encontramos con Maria y Alessandra y les dijimos que no podíamos ir. “Yo tengo calcetines de repuesto”, replicó una de ellas. Así que estamos aquí por un par de calcetines… Me habría perdido algo grande, pero el Señor es más testarudo que yo». También intervino Gómez, para terminar. «La tarea de nuestra compañía es quitarnos todos los pretextos… hasta los calcetines. Pero nosotros no cedemos fácilmente. Pero somos preferidos y Él no nos deja, incluso cuando ya tenemos preparado nuestro no Él vuelve a llamar a nuestra puerta».

Hoy me levanto y voy a trabajar, ¿qué tiene que ver todo lo que hemos visto con la vida cotidiana? ¿Qué me dice a mí, que en clase no consigo llegar al corazón de una niña muy difícil? ¿Qué dice de mi estupor, y el de mi marido, al saber que pronto seremos abuelos? ¿Qué tiene que ver con la Recogida de alimentos del sábado y con la fiesta que estamos preparando para la ocasión?

Yo quiero ver lo que nuestros amigos de Pellestrina han visto en medio del fango, lo que en medio del cenagal les ha hecho levantar la mirada. Hoy soy más consciente que nunca de que hemos encontrado el punto original de esta conmoción y que el acontecimiento de Él, que siempre sucede y “nos salva hoy, ahora”, es aún más familiar. O estamos locos, o es verdad.
Patrizia, Chioggia