En el parque nacional De Loonse en Drunense Druinen

Holanda. Una jornada con los Franken

Son el equivalente a la experiencia italiana de los “Cavalieri”, pero aquí los juveniles toman el nombre de un antiguo pueblo holandés. Este año han empezado el curso con una aventura en el desierto…

La cita para los “mayores” era a las 9.30 en la capilla universitaria de Tilburg para el rezo de Laudes. Empieza el padre Michiel: «Al comienzo del nuevo curso, ya tenemos delante toda una lista de cosas que tenemos que hacer y no nos vemos capaces de llevar a cabo. Por eso, pidamos a Dios no estar distraídos sino abiertos durante esta jornada, para que podamos interceptar todos los regalos que Él nos quiera dar hoy».

No es la primera vez que se organiza una jornada con un grupo de jóvenes al comienzo del curso. El programa es muy sencillo: visita a un lugar bonito, comer juntos y por la tarde regreso a Tilburg para la misa de cinco. Pero el éxito del año pasado y el entusiasmo de los que participaron entonces han hecho que se corriera la voz y este año se unieron dieciséis chavales nuevos al grupo de los Franken.

Ese nombre, Franken, que significa “libres”, se inspira en el pueblo que se estableció en Holanda en torno al siglo VI, en el ocaso del Imperio Romano, y que se hizo católico, haciendo suyas las raíces romanas.

Se respiraba en el ambiente un cierto nerviosismo. ¿Habrá suficientes adultos para cuidar a todos? ¿Saldrá todo bien? Después de Laudes, llegan los primeros chavales. Rostros frescos y animados que nos miran como preguntando: ¿qué novedad nos habéis preparado hoy? Tras un último control por parte de Kathrin, la secretaria, para confirmar que todo está en orden, un recuento rápido y nos ponemos en camino hacia nuestro primer destino: el parque nacional De Loonse en Drunense Druinen. Ese parque contiene, en el centro de un bosque, una de las tres grandes áreas desérticas de toda la Europa occidental, herencia de la última era glacial. Es un paisaje único, ¡un desierto en el corazón de Holanda!

Acompañados por el buen tiempo, empezamos el paseo cruzando el bosque hacia el desierto. El ambiente es alegre y despreocupado, hasta que Michiel irrumpe con una propuesta: «Intentemos hacer ahora el último tramo del camino en silencio. El silencio no es un castigo sino la manera de darnos cuenta mejor de la belleza que nos rodea en este instante. Si nos ayudamos en esto, también veremos que nos hacemos más amigos entre nosotros». Sorprendentemente, todos toman en serio la propuesta de Michiel y nos encaminamos en silencio hacia la meta.

Al llegar al desierto, Kristina empieza a explicar el juego, una mezcla entre rugby y roba la bandera. Al final, llenos de arena hasta las orejas, con los chavales hambrientos y nosotros un poco magullados, nos dirigimos hacia donde están Cindy y Heba, que mientras tanto han preparado bocatas para todos.

Después de comer, volvemos a los coches para ir a nuestro segundo destino, la casa-museo de Peerke Donders. El padre Donders fue un misionero holandés, nacido en Tilburg en el siglo XIX, que dedicó su vida a cuidar a los enfermos de lepra en el Surinam y que fue beatificado en 1982. «Santo es aquel cuya humanidad se ha cumplido. ¿Cómo se puede cumplir la nuestra y ser felices?». La pregunta queda abierta al salir de aquellas salas llenas de reliquias del beato holandés.

Tras una breve oración en la capilla adyacente, llega la hora de volver a la capilla universitaria para la misa. Nos unimos al coro para preparar los cantos. Stefania dice a todos: «¿Por qué cantar en el coro? Para aprender una unidad entre nosotros y crecer en nuestra amistad».
Después de la misa, los padres recogen a los chavales y ponemos punto final a la jornada. «¡La próxima cita es el 13 de octubre!», exclama Kathrin. Muchos ya no ven la hora en que llegue ese día, pues la vida es más apasionante cuando se convierte en la posibilidad de verificar una propuesta.
Giuseppe, Tilburg (Holanda)