Renacer en una habitación de hospital

Ingresan a Luisa y se encuentra con otra mujer en la habitación. Es un encuentro para ambas. Del malestar inicial a las partidas de cartas, los consejos… hasta aprender a rezar. Una amistad que las acompaña incluso cuando no están juntas

Hace unos años tuve la gracia de encontrarme con el movimiento. Convivo con problemas crónicos de salud a los que, en los últimos meses, se ha añadido una grave infección ósea que me ha obligado a permanecer ingresada mucho tiempo. Al llegar a la planta me decía: «A saber con quién me tocará compartir habitación». Todo lo que me preocupaba era yo misma y mi salud.
Al entrar en la habitación me encontré delante de una mujer con una voz muy frágil que me saludó enseguida, y me sentí aliviada. Pero duró poco, mi malestar volvió cuando me enteré del motivo de su ingreso: era seropositiva.
Pero tenía que partir de algún punto positivo, intuía que esa situación también me la estaba dando el Señor. Aquella mujer tenía que estar ahí para mí. Empezamos a charlar y no tardó en cambiar mi mirada sobre ella. Yo me preguntaba: «¿Pero quién me ha cambiado la mirada y me ha quitado mis miedos?».
Lo que sigue es el testimonio de esta nueva amiga, que ahora está ingresada por un tumor, pero que espera poder estar con nosotros en la jornada de apertura de curso.
Luisa, Carate Brianza

Recuerdo perfectamente el día en que me dieron el alta del hospital. Me sentía perdida, lloraba y pensaba: «Vuelvo a estar sola». Todo me daba miedo. La calle era una jungla llena de peligros para mi cuerpo enfermo, pero en el fondo sabía que ya no estaba sola. Ahora tenía amigos de verdad, aunque estuvieran lejos: Luisa, Gheri, Betta, Bianca, Davide, Federica y los demás… Estaban conmigo con sus oraciones y mi corazón lo notaba.
Al día siguiente volví al hospital. Echaba demasiado de menos a Luisa. Ella se dio cuenta enseguida de que no estaba bien y me animó, como siempre. Me sentía importante porque tenía delante a una persona que me quería incondicionalmente tal como soy, con mis virtudes y mis defectos. Gracias a ella y a sus consejos conseguí reunir fuerzas y entré en una casa para enfermos de VIH que me propuso el hospital.
En realidad, la idea de la comunidad no me gustaba mucho por sus reglas, demasiado rígidas: nada de visitas, ni llamadas, ni salidas. Me puse a rezar como me había enseñado Luisa y, entre una oración y otra, pensaba en los días que había pasado con ella, las partidas de cartas, nuestras risas… Hacía mucho tiempo que no me reía tan a gusto, con tanta alegría. Ella tenía mucho dolor físico, pero siempre sonreía, nunca la oí quejarse de nada.
Esta experiencia me ha cambiado la vida. Para mí ha sido un renacer. Ha sucedido un milagro: no la curación de mi enfermedad, sino la curación de mi alma. El Señor me ha mandado un ángel de la guarda.
Carta firmada