El papa Francisco en Port Louis

El Papa en Mauricio. «Me ha querido justo aquí»

Treinta años después de Juan Pablo II, Laura cuenta la llegada de Francisco a la isla del océano Índico. La acogida de la gente de todo credo y origen, los mensajes de los amigos de la pequeña comunidad de CL y un regalo final…

El papa Francisco ha estado entre nosotros durante el tiempo de una visita breve pero intensa y cargada de significado. Los mauricianos se prepararon durante meses para recibirlo, sobre todo para estas dispuestos a recibir su mensaje de paz y esperanza.
“Papa Francisco – Peregrino de Paz” fue el lema de la visita a Mauricio, un país donde gente de diversas religiones y culturas conviven juntos porque son descendientes de los primeros migrantes procedentes de Europa, África, India y China.

Fueron muchos los que no dudaron en mostrar todo su entusiasmo por la decisión del Santo Padre de visitar, además de Mozambique y Madagascar, “una pequeña isla” como la nuestra, testimoniándonos así su afecto. Por las calles y plazas por las que pasó, había un montón de gente animada por el reconocimiento, por el deseo de verlo aunque solo fuera un instante, exactamente igual que pasaba en tiempos de Jesús, agitando las palmas.
También fue muy bonito y significativo el gesto del primer ministro, que no es católico, al declarar día festivo el pasado 9 de septiembre.

Ya en 1989, año en que me casé con Leckram, de credo hindú, y que llegué aquí, recibí la gracia inesperada de la visita de san Juan Pablo II. Aquel 14 de octubre fuimos juntos a misa al monumento de “Marie Reine de la Paix” en Port Louis, lugar simbólico dedicado a la Virgen maría, cuya estatua “domina y protege” la capital. Fue una bendición para nosotros, recién casados. Hace cinco meses, cuando se anunció la visita del papa Francisco, volví a sentirme preferida, llena de gratitud por poder, de nuevo, treinta años después, recibirlo y escuchar su mensaje.

Pero esta vez fuimos a misa con los amigos de nuestra comunidad, que nació hace unos años y que va creciendo en afecto al carisma, dentro de la fidelidad a la propuesta y a la fraternidad sencilla y espontánea entre nosotros.
Inesperadamente, me pidieron representar a la diócesis para traducir el discurso que el Papa quería dirigir a las autoridades y a la sociedad civil desde los estudios de la televisión nacional. Tuve que renunciar a estar físicamente con mis amigos y familia, y eso al principio no me gustó. Pero una amiga me escribió: «¡Felicidades, es el Señor quien te lo pide!». De nuevo experimenté que era “buscada y valorada” en la humilde tarea que podía prestar para ayudar al buen funcionamiento de la visita.

Nada más terminar la misa, que gracias a Dios pude seguir por las pantallas, recibí otro mensaje de Karen, una amiga de la Escuela de comunidad, contándome la gran alegría que le había causado vislumbrar el papa-móvil y la sorpresa de haber sido entrevistada por un periodista italiano y haberle podido contar que la experiencia del movimiento la mantiene pegada a Cristo y a la Iglesia. Luego fotos y más mensajes, como el de Tessa, que decía haber visto a «un pueblo» en oración, junto a los fieles de las islas cercanas desde primera hora de la mañana.

Esta comunión vivida “a distancia” con los míos hizo que cada momento fuera aún más significativo y, como don final, nada más terminar el discurso del Papa pude alcanzarle y decirle en italiano: «¡Gracias, Santo Padre! ¡Buen viaje y arrivederci.
Otra vez preferida, por la mirada de un Padre que te mira fijamente lleno de ternura, esa preferencia me permite volver a empezar aquí y ahora, esta isla del océano Índico donde el Señor me quiere para ser testigo de su amor gratuito.
Laura, Port Louis (Mauricio)