Durante una caminata

Vacaciones. Aquella pregunta en la sierra peruana

Dos días y medio en los Andes por el mero deseo de estar juntos y de volver a percibir «esa novedad» que responde a la necesidad de todo hombre

Hace unas semanas unos amigos decidimos organizar una excursión aprovechando las vacaciones y la visita de un gran amigo italiano. No teníamos muy claro el sitio al que ir, solo el deseo de pasar unos días juntos.

Al final decidimos ir a las montañas de la sierra peruana, aunque algunos preferían ir al mar. Pero lo que nos movía era algo que superaba los gustos personales de cada uno. Podríamos llamarlo amistad, pero... si somos tan diferentes y discutimos tanto, ¿qué es lo que nos permite desear estar juntos, a pesar de todas nuestras diferencias?

Lo primero que me dijo una amiga después de esos días fue: «La convivencia con vosotros ha sido un don». Me hizo recordar el texto de la Escuela de comunidad: «El primer gesto de amistad hacia nosotros mismos y entre nosotros no es censurar esta pregunta sino tomarla en serio»; ¿y cuál es esa pregunta en torno a la que gira todo? «¿Hay algo que resista el embate del tiempo?».

Los dos días y medio que pasamos juntos fueron realmente sencillos, pues ya estábamos rodeados de una belleza indescriptible que superaba todas nuestras expectativas. Por internet encontramos una casa en medio de la naturaleza, cuyos propietarios nos acogieron estupendamente.



Durante los días de convivencia comimos y bebimos, dimos un paseo por el lago en el que pudimos ver algunos neveros, podríamos decir que hicimos lo que cualquiera habría hecho, pero había algo que marcaba la diferencia: aquella pregunta. Dimos mucho espacio al diálogo, y lo más interesante es que no era algo planificado sino que surgía de una necesidad real. «Pero tú, ¿cómo has estado estos días? ¿Has visto alguna novedad?». Me he dado cuenta de que, más que una respuesta, nos surgía una gratitud por volver a vernos desafiados en lo único que puede sostener nuestra vida. Y hubo un montón de preguntas sobre nuestras debilidades y errores.

Entre nosotros había una pareja de novios que iba a casarse, una amiga que está haciendo la tesis de magisterio, otro que está empezando un nuevo trabajo y aún no sabe adónde le llevará esta nueva aventura, algunos que han sufrido desengaños amorosos y otros con los que hemos retomado la amistad hace poco... Todos tan diferentes y con tantas preguntas... pero contentos. El dueño de la casa pasaba de vez en cuando a saludar, cuando veía que estábamos celebrando misa no nos interrumpía, a veces se quedaba gustoso a escuchar nuestros cantos, un poco desafinados, la verdad, pero llenos de alegría.

El último día nos presentó a su familia y nos enseñó su taller, nos habló de lo que él creía y de su manera de vivir. ¿Pero qué hacía posible que este hombre se abriera así a gente extraña? Al despedirnos, le dijo a uno de nosotros: «Al final todo nos conduce a Dios, y entonces ya no tenemos que llevar la cruz, es Él quien nos lleva». La mirada de gratitud de este hombre me ha hecho identificarme con él porque, aunque no compartamos las mismas convicciones, deseamos encontrar algo que sea cada vez más grande y verdadero.

La verdad es que lo que este hombre ha reconocido en nosotros no es el resultado de nuestro esfuerzo sino sencillamente el hecho de vivir esta amistad recordándonos siempre unos a otros esta pregunta: ¿hay algo que resista el embate del tiempo?
Maria Luisa, Perú