«Camina el hombre cuando sabe bien a dónde ir»

La sorpresa de un pueblo que camina cantando a su paso por los pueblos que atravesaba. La peregrinación de los universitarios de CL en América Latina

Una cruz de madera tallada y trabajada por uno de nuestros amigos nos acompaña. Un grupo de jóvenes de siete países de América Latina –algunos comenzando y otros acabando la universidad– nos encontramos en Sao Paulo, Brasil, para ir caminando hacia Nuestra Señora Aparecida con preguntas que exigen entender la utilidad de cada uno en el mundo.

A lo largo de los días se nos llamó a ser protagonistas y a peregrinar sin perder las razones para hacer el camino, diciendo cada mañana, cuando nos despertaba una canción de Claudio Chieffo; diciendo –nuevamente– ante cualquier dolor y fatiga del camino; diciendo –una vez más– a cada meta. «Cada paso ya es una meta», decía un amigo nuestro. «Piensen en la Virgen, a la que no se le ahorró decir todos los días».

Durante el día, cantos, oraciones del Rosario, lecturas y grandes conversaciones nos acompañaban; conversaciones y preguntas de personas a la altura de su deseo, a la altura de un ideal que nos cautivó y nos tuvo esos días conociéndolo más, adentrándonos más en Él. Caminar detrás de la cruz novedosamente permitía adentrarse en la realidad. «Cristo pasó por esta cruz, y ya no está porque está resucitado. Ahora a través de Él vemos la realidad». El contorno de Cristo tallado se dejaba asomar desde una luna llena de noche hasta un cielo azul y unas montañas fundadas en gamas de verdes jamás vistas.



«¿Por qué han decidido venir?», nos provocaba el padre Lorenzo. «No se puede empezar un camino sin la certeza de una meta. Hay Uno que te busca y te necesita. Este es un hecho que existe. Caminamos para darnos cuenta de esto y de que tenemos cada uno una misión única en el mundo».

Las historias de algunos amigos nos han acompañado cada noche. Dani y Kim, un matrimonio amigo que vino a cocinar, así como Cleuza y Marcos la última noche, fueron testimonio de lo que significa entregar la vida a Uno que los llama por su nombre y que los invita a acoger a través de las distintas circunstancias que les pone delante. «Es una atracción lo que me mueve», diría también Alexandre, que luego del primer día de camino nos contó su historia y cómo llegó a través del encuentro con ciertos amigos, y lo que generaba en él ver cómo ellos vivían, el hecho de querer seguirlos y vivir la vida de la forma en la que ellos lo hacían. Asimismo Lorenzo nos puso en evidencia que la vida y la alegría que trae consigo tienen un Nombre preciso.

Mientras andábamos era toda una sorpresa ver los ojos de las personas que nos veían pasar por sus pueblos. Se detenían a mirarnos, se persignaban y hasta abrían las puertas de sus casas para ofrecernos servicio. Se percibía una novedad en sus miradas que nos hacía volver a reconocer que entre nosotros sucedía algo que no nos estábamos dando: un bien desbordante de maravilla no solo para nosotros sino también para los que nos esperaban en los sitios al terminar el día. «Verlos llegar cantando es realmente conmovedor», dijo una tarde Fernando, lleno de lágrimas en los ojos.



Ha sido precioso ver cómo hasta las fatigas nos han vuelto más amigos, es decir, más compañeros de camino. Nada quedaba a un lado, ni siquiera el mal humor que alguno podía tener fruto del cansancio que traíamos con nosotros. Era hacer «una pequeña parábola de lo que es la vida», es decir, un camino en el que somos permanentemente mirados con estima, reconociendo que sin esa mirada se nos hace imposible movernos.
«Mis ojos piden tu mirada [...] mi corazón solo pide tu amor», escuchábamos cantar una noche. Y es que «Cristo se presenta como respuesta a lo que soy yo» –escribía Julián Carrón– porque «la vocación es una para todos»: construir Su reino, que nuestra vida sea Suya y para amarle más a Él.

«En la peregrinación he descubierto la importancia de la vocación. Es una muestra de lo que será el matrimonio, que solo es un camino feliz si uno va detrás de la cruz, detrás de Él y de la compañía de los amigos», nos contaba una amiga de Chile que se casará en diciembre de este año. «¿Qué tiene que vibrar en nosotros para tomar decisiones de este tipo?», exclamaba otro amigo. ¡Un deseo infinito de plenitud!, que cuando comenzamos a descubrir que tiene correspondencia, solo podemos cantar «¡Siento que la vida me explota dentro del corazón!».

«Si creemos que llegar a la Virgen es haber llegado a la meta, no hemos entendido. No peregrinamos a un santuario como meta definitiva, sino para que nos ayude en la realidad cotidiana a vivir en compañía de Aquel que es nuestra meta», nos decía el padre Julián en su homilía del último día. Estábamos ya en el puerto de Aparecida, a orillas del río en donde fue encontrada, hace tres siglos, la imagen de la Virgen junto con una multitud milagrosa de peces. Y es que solo de milagros habla este río: esta vez del milagro de nuestra compañía, una compañía que cantando camina, un pueblo que carga en sus mochilas las cosas esenciales de la vida.

A través de estos días hemos aprendido a llevar con nosotros solo lo que necesitábamos para caminar, pero es una necesidad que «se verifica caminando». Uno después de estos días ya no puede desear menos que una vida con amigos que te recuerdan: «Parsifal, parsifal, no te detengas, y deja pues que sea la voz única del Ideal la que te indique el camino».
Nos sucedió algo potente que nos hace una promesa, la de Uno que nos da las cosas y nos dice: te las daré cien veces más.
Pilar, Argentina