«¿Los otros? No, debo cambiar yo»

Años de quejas e inercia. Hasta que el malestar estalla y retoma seriamente la Escuela de comunidad. Hasta se pone en juego con una compañera de la que no esperaba nada… Una profesora describe cómo se ha revolucionado su manera de trabajar

Me ha impactado mucho, releyendo los Ejercicios espirituales de la Fraternidad, el hecho de que la primera condición que reclama Carrón para poder intentar entender qué resiste el embate del tiempo sea el afecto a uno mismo. No una circunstancia favorable, un razonamiento perfecto ni una doctrina justa, sino sencillamente reavivar el «interés por el propio yo». Según mi forma de ver, afianzado ya desde hace años, lo que debía cambiar eran las circunstancias, el ambiente, las personas de alrededor. En resumen, todos esos factores que me impiden gustar las cosas. Pero no yo.

Una de estas circunstancias “desfavorables” era para mí el ambiente de la escuela donde trabajo. De hecho, desde hace dos o tres años la queja generalizada por parte de todos, incluida yo, se había convertido en la normalidad ante una serie de situaciones objetivamente negativas que estaban teniendo lugar. Tenía la tentación de pasar de todo y dedicarme a cumplir con mis clases. Por supuesto, siempre de la mejor manera posible, pero limitándome a dar bien la clase, que era el único lugar donde la hostilidad no podía causar daños.

Pero cuando me topé con una circunstancia personal bastante seria, se agudizaron mi necesidad y mi malestar. Limitarme a cumplir con mi tarea no me bastaba. Sin entender muy bien por qué, empecé a hacer la Escuela de comunidad con una amiga que trabaja conmigo, todos los lunes a la hora de comer. Estoy convencida de que ahí empezó todo.

Hace unos meses, en la escuela estalló la enésima “bomba”, generando las habituales polémicas, bandos, discursos y búsqueda de culpables y responsabilidades. Y yo estaba totalmente en medio. Unos días después, hablando con una amiga, me dijo: «Pero mira, con todo lo que está pasando, ¿qué es lo que verdaderamente deseamos? ¿Solo necesitamos tener razón? ¿Eso es todo?». Si me lo hubiera preguntado otro, habría reaccionado mal. ¿Pero eso qué tiene que ver con todos los problemas que tenemos en la escuela? En cambio, delante de ella no podía liquidar el asunto con la típica frase y empezó a rondarme una pregunta: ¿qué quiero yo? ¿Ver quién tiene razón y quién se equivoca y dedicarme a quejarme afirmando mis ideas justas, o buscar una belleza y un gusto incluso dentro de esta circunstancia aparentemente adversa?

Y tuve que medirme conmigo misma, con ese irreductible deseo de bien que me constituye. Pensamos ver cómo podíamos contribuir a que todo lo que sucediera no solo fuese lo negativo, sino que se pudiera desarrollar de la mejor manera posible. Así que le pedí a una profesora, con la que tengo una relación muy limitada y formal, si quería hacer conmigo un trabajo sobre todo lo que estaba pasando. Sabía perfectamente que ella no comparte mi experiencia y por eso, en el fondo por un prejuicio, no esperaba nada de ella. Pero reconocía en ella una atención hacia los chavales que me suscitaba curiosidad. Cuando le pregunté si quería trabajar conmigo, inicialmente reaccionó con desconfianza, por otro lado la misma que sentía yo. Pero delante de mi propuesta tuvo que posicionarse y su respuesta me descolocó: «Si tú estás, yo también».

Empezamos a trabajar juntas y ha surgido una relación que nunca habría imaginado. Pero sobre todo, más allá de todo esto, lo sorprendente es que la queja ya no sea la última palabra. Aunque me queje –¡forma parte de mi naturaleza!–, un instante después surge la pregunta, y tengo que decidir: o cedo a la queja o sigo la pregunta. Así empieza a entrar la alegría y los hechos “positivos” –que antes me eran completamente invisibles– se suceden diariamente. El clima en la escuela está cambiando, y es un milagro.

Me he dado cuenta de que lo que ha pasado no me ha hecho decir: «por fin han entendido y hacen caso a lo que yo digo», sino a preguntarme delante de cada cosa que sucede, incluso aunque sea aparentemente negativa: «¿pero qué quiero yo, qué busco?», sin la pretensión de resolver los problemas. Solo dando espacio a lo que deseo más profundamente, las circunstancias “habituales” se vuelven distintas. Y yo quiero gustar la belleza que hay también ahí dentro.
Julia, Abbiategrasso