M. Chagall, "El hijo pródigo"

Escuela de comunidad. Una ocasión para volver a levantarse

Un grupo de amigas trabajan los textos de los Ejercicios de la Fraternidad. Y frente a las dificultades del curso que acaba, es imposible esperar hasta septiembre para volver a verse: «Necesitamos este lugar»

Somos un pequeño grupo de amigas que quedan para leer la Escuela de comunidad. El otro día nos vimos para la que iba a ser la última del año antes de las vacaciones pero, por lo que pasó, no será así. Este año no ha sido nada fácil para ninguna: el fallecimiento de un querido amigo, las dificultades de una amiga después de una operación, los problemas con los hijos, un bebé recién nacido que ya ha sufrido una operación de corazón y, finalmente, la herida abierta de la separación para una de nosotras.

Al leer el punto donde se habla del "hijo pródigo" y de cómo ese padre deja ir al chaval, nos surgieron muchas preguntas: ¿cómo pudo llenar ese vacío? ¿Cómo pudo estar delante de su libertad? ¿Cómo es posible "dejar ir" a un hijo? ¿A quién estaba aferrado ese padre?

Una de nosotras rompió a llorar diciendo: «¡Lo habéis hecho adrede!». Y empezó a contar que su marido, después de 30 años, quiere marcharse. No podía dejar de llorar mientras contaba su dolor y nosotras la escuchábamos en silencio. Otra amiga empezó a decir que lo que estaba pasando entre nosotros hacía que uno se empiece a mirar a sí mismo de forma más profunda y sin reticencias para intentar entender el sentido de lo que nos pasa. ¿Qué es lo que está en juego cuando la libertad de cada una se pone a prueba? ¿Qué puede resistir? ¿Cómo volverse a levantar?

Al día siguiente una de ellas me escribió: «Me llama la atención cómo el Señor utiliza nuestro peor mal para generar sentimientos de gratitud. Podría bastarme esta conciencia para volver al punto de partida cada día. En cambio, yo necesito, como tú, como el Innominado de Manzoni, mirar un rostro, un lugar donde retomar esta conciencia. Y la compañía que me habéis hecho este año ha sido así. Gracias por no haberme dejado». Como decía la última Escuela de comunidad, en todas las cosas que no funcionan en este mundo, así como en la distracción, «cada uno tiene siempre un Luca que vuelve a recogerlo».

Existe un lugar donde unas mujeres se han puesto en juego por entero, un lugar donde se nos llama por nuestro nombre, concretamente, para hacer el trabajo de compararse con lo que se nos propone cada quince días, y en esta fidelidad se introduce, progresivamente, una novedad de vida, como escribía otra de ellas: «La primera palabra que me ha venido a la cabeza esta mañana nada más abrir los ojos, doloridos por la falta de sueño, ha sido "gracias", por la sencillez y sinceridad con la que hablamos anoche. Me hubiera gustado compartir con vosotras mi problema en el trabajo, pero ya había decidido cómo actuar. Iba a ser rígida, intransigente. Después de lo de anoche he entendido que si quiero partir de la Escuela de comunidad no puedo no tomar en consideración mi vida en Su presencia. Todavía no sé cómo, pero hoy tengo una conciencia distinta». Un lugar donde Cristo vive y me llama por mi nombre.
Carta firmada