Europa. Los dientes blancos de Harouna

De la acogida de un refugiado africano nace una serie de encuentros y amistades. Hechos, acontecimientos que no son el resultado de un proyecto, pero cambian la vida alrededor

Este manifiesto no me ha explicado las elecciones europeas, me ha explicado a mí mismo. Me ha ayudado a juzgar lo que ha sucedido en mi vida en este último periodo.
Han pasado nueves meses desde que llegó a nuestra casa Harouna, un chaval refugiado de Mali de 23 años, musulmán.
Tras esta acogida no se ocultaba ningún tipo de proyecto: simplemente ha sucedido, la realidad ha salido a nuestro encuentro. Me atrevería a decir que es un acontecimiento. En estos meses, la relación entre nosotros, en la familia, con mi mujer Stefania y mis tres hijos, ha crecido mucho. Pero también ha crecido la amistad con quien comparte con nosotros este camino de acogida, compañía, apoyo al estudio, interacción e integración.

Cuando decidimos acoger, solo lo hicimos después de pedir a algunos amigos que no nos dejaran solos en este intento. No solo personas del movimiento de CL, sino también algunos scout, otros de Cáritas, de la asociación Papa Juan XXIII, algunos de la parroquia... Y esto, de por sí, ya es un milagro. Nuestro obispo, Francesco Lambiasi, que ha participado en algunos momentos con nosotros, durante la misa por el aniversario de don Giussani dijo: «Lo más bonito que estoy viendo en este periodo es que distintas almas de la Iglesia comparten un recorrido humano y de fe».

Otro hecho evidente es que a nuestro alrededor están sucediendo hechos que involucran a otras personas, que hacen que la gente se mueva y dé su disponibilidad para ayudar a Harouna y a nosotros. Un amigo que gestiona unos fast food me dijo: «Yo no puedo acoger a un inmigrante en mi casa como haces tú. Pero quiero ayudaros. ¿Qué puedo hacer?». Le contesté: «¿Por qué no contratas a uno de estos chavales? Con el nuevo decreto en el ámbito de seguridad, a algunos les caducan los documentos de residencia...». ¡Y así lo hizo! Creo que esto también es hacer política.

Hace unos días, en Rímini, se organizó una mini-conferencia sobre familias que acogen. Nos invitaron y allí vimos que, de una forma u otra, personas que ni siquiera se conocen entre sí están acogiendo o apoyando a 118 inmigrantes solo en nuestra ciudad. Es un pueblo que se mueve sin esperar una ley, que responde a la petición de ayuda de otros hombres.

En este periodo he comprendido qué significa verdaderamente la "acogida". El expresidente de la Cámara Luciano Violante, en un encuentro en Milán, dijo que la única acogida es una acogida mutua. Es decir, es imposible que yo te acoja si tú no me acoges a mí. La acogida unidireccional es, como mucho, un gesto de caridad del que, al cabo de un rato, uno se cansa. En cambio, la acogida mutua hace que nuestro corazón se ensanche.

Entre mi familia y Harouna ha pasado esto: nos hemos acogido mutuamente. Por ejemplo, Harouna ha querido entender qué es verdaderamente la Pascua. Y me ha puesto seriamente en crisis al tener que explicar a un no cristiano la "locura" de la resurrección... Por nuestra parte, otro ejemplo, estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos para que él pueda vivir bien el Ramadán, que empezó hace unos días.

En la familia, la presencia de Harouna se nota, no todo es fácil. No obstante, es algo que nos cambia y le cambia. Mi hijo le dijo a un amigo nuestro: «Harouna me acorrala. Trabaja muchísimos durante la noche en una panadería, por la mañana va al cole para sacarse la secundaria, por la tarde duerme, pero encuentra tiempo para ir a recuperar algunas asignaturas en Portofranco… Y ¡en casa ayuda siempre! ¡Y siempre está contento! Me hace sentir como alguien que no hace nada, por eso yo también he empezado a ayudar en casa».

Dice el manifiesto: «Lo que todos necesitamos es algo que sea capaz de cambiarnos la mirada, de hacernos volver a saborear el gusto del vivir, despertando nuestras ganas de hacer algo».
La alegría de Harouna es una pregunta para cada uno de nosotros, hasta tal punto que una mañana, al regresar de su trabajo por la noche, le pregunté: «Pero, ¿por qué, después de una noche agotadora, estás tan contento?». Y él: «Mira, los dientes son blancos aunque por debajo fluya sangre roja». Le pregunté: «¿Qué es eso? ¿Un refrán de Mali?». «Sí», contestó: «Quiere decir que aunque uno tenga muchos dolores y dificultades, la vida siempre da algo bonito por lo que uno puede sonreír».
Ignazio, Rímini