Una calle de Lisboa

Lisboa. «Lo que hace de la vida una aventura»

En el colegio Santo Tomáso, las mujeres de la limpieza piden recibir la Primera Comunión. Es el principio de una amistad para Luisa, la catequista, que se lo «juega todo, sin tabús»

Me encargo de la catequesis en el Colegio Santo Tomás de Lisboa. Durante la preparación a la Primera Comunión, uno de los niños me dijo: «¡Estoy muy nervioso por recibir a Jesús!». Yo le miré y pensé que es así como quiero despertarme cada mañana, con el deseo de encontrar a Jesús incluso de camino al trabajo en el colegio. Me he dado cuenta de que mi horizonte no puede limitarse a los alumnos, sino que tiene que alcanzar también a las familias y a todos los que trabajan conmigo.

En el colegio trabajan cinco mujeres en la limpieza, que mantienen el colegio siempre bonito y ordenado. Hace un tiempo, empecé a quedar con ellas para comer. Un día, mientras preparaba las clases, les pregunté si ya habían recibido la Primera Comunión: tres de ellas me dijeron que no, pero que querían hacerlo, así que les propuse acompañarlas en la preparación.

Al principio, la distancia entre nosotras era grande, y para mí era como chocarme con un "mundo real", hecho de un día a día complicado, matrimonios rotos, convivencias, abortos, familiares homosexuales... De cada tema que se afrontaba nacía la misma pregunta: «¿Qué hay de malo en eso?». Y ahí se jugaba todo, sin tabús. A veces llorábamos, otras veces nos reíamos mucho.

A lo largo de su camino –también mío–, me llamaba la atención que nada afectaba a nuestra amistad. Incluso ahora, a veces no entienden, como por ejemplo cuando hablo de una novedad enorme que está entrando en sus vidas. Pero para mí es un regalo poder contemplar la fuerza de Jesús resucitado. Otra mujer quiso entrar en el grupo al escuchar lo que ellas contaban. Se acercó y me dijo: «Ya he recibido la Primera Comunión, pero llevo veinte años sin confesarme y me gustaría asistir a vuestra catequesis».

Una de estas mujeres vivía con un hombre divorciado. No podía recibir la Primera Comunión. Su amiga me dijo: «Si ella no la recibe, yo tampoco. Somos tan amigas que tenemos que hacerlo juntas». Pasó el tiempo y un día, durante la preparación de la jornada de puertas abiertas del colegio, hicimos la catequesis de pie porque los niños estaban preparando sus trabajos y no quedaban sillas. Y las madres entraban y salían de mi despacho.

Mirando aquella escena y la belleza de esa comunidad que invadía nuestro espacio, me atreví a decir que no hacer la Comunión porque otra no la recibe era una enorme tontería; en cambio, hacerla era la posibilidad de estar más cerca de Jesús y de rezar por los amigos. Necesitamos los unos de los otros, pero la respuesta frente a Dios es personal y hacer la Comunión es caminar en una amistad más íntima con Jesús. ¿Cómo podía esa mujer no aprovechar ese tesoro? Me miró muy seria y, conmovida, me dijo: «Sí, quiero hacerla».

Es la experiencia de una novedad irreductible, la experiencia del anuncio que lleva a la conversión. He entendido que la forma que tiene Jesús de mirarlo todo es completamente distinta de la mía, incluso en un día tan ajetreado como ese, donde uno piensa que no puede suceder otra cosa, el imprevisto irrumpe con toda su fuerza.

El día de la Primera Comunión por fin llegó y toda la comunidad se quedó asombrada. Las profesoras se juntaron para organizar el coro, los regalos, los recordatorios... Al final de la misa otra señora de la limpieza se acercó diciendo: «Ha sido todo muy bonito y sencillo... Yo también quiero prepararme para la Primera Comunión. ¿Puedo apuntarme? Siempre he vivido con muchos prejuicios, desde que era pequeña...».

Entre nosotras ha nacido una amistad inimaginable. A veces nos "desafiamos" yendo a rezar a la capilla y hacer compañía a Jesús. Y la catequesis sigue para todas, incluso para las que ya han recibido la Comunión, solo por el deseo de seguir juntas.

Y no solo eso. Además, he descubierto que la vida es mucho más bonita de lo que podía imaginar. Por lo que vivo ahora, estoy mucho más segura de la vida eterna: sé que pertenezco al Señor. Todo lo que vivo es posible solo por esta alegría que es la misma que la de los discípulos de Emaús delante de Jesús. Pertenezco al movimiento a través de la compañía de rostros que todos los días me sostienen y hacen que mi vida sea una aventura.
Luisa, Lisboa