Hacia las europeas. El juicio sintético de la caridad

Desde la carta de Carrón a “La Repubblica” en mayo de 2012 hasta el artículo de Navidad en 2018, pasando por las palabras de Giussani en la jornada de apertura de curso y el documento de CL sobre Europa

Trabajando sobre el documento de CL para las elecciones europeas, me ha resultado de gran ayuda repasar ciertos pasos que hemos dado estos últimos años, porque no es algo que salga de la nada y la experiencia coincide con darse cuenta de que uno crece.

No pretendo recordarlos todos, pero partiría de la famosa carta de Julián Carrón a La Repubblica el primero de mayo de 2012. Allí se denunciaba la identificación del movimiento con la atracción del poder, o en cualquier caso (y esto es algo que hemos pensado muchos) con el éxito o las consecuencias políticas de nuestra acción. A la política como búsqueda de hegemonía se oponía la política como presencia y testimonio. «Tendremos que aprender de nuevo lo que creíamos ya saber… Solo así podremos ser una presencia distinta en el mundo, como muchos de nosotros testimonian ya en sus ambientes de trabajo, en la universidad, en la vida social y en la política, o con sus amigos, por el deseo de que la fe no quede reducida a lo privado… “Presencia” no es sinónimo de poder o hegemonía, sino de testimonio, es decir, de una humanidad diferente que nace del “poder” de Cristo para responder a las exigencias inagotables del corazón del hombre».

En 2014, Carrón volvió a ponernos un ejemplo de cómo este criterio es también un criterio político, como decía con motivo de las elecciones europeas de hace cinco años. «Lo que está en peligro es precisamente el hombre, su razón, su libertad, incluso la libertad de tener una razón crítica». Y, citando a Giussani, añadía: «El peligro más grave no es ni siquiera la destrucción de los pueblos, sino el intento del poder de destruir lo humano. La batalla es entre la religiosidad auténtica y el poder».

Ahora, igual que entonces, están en juego los fundamentos de la vida en común (persona, trabajo, progreso y libertad). Carrón, hace ya cinco años, como reiteró en su artículo de El Mundo la pasada Navidad, identificaba el miedo como el punto del que nace la gran confusión e incertidumbre que vivimos (miedo a perder derechos adquiridos, perder el bienestar conquistado, la libertad, miedo al otro que nos pone en cuestión, ya sea el otro que llega o el otro que piensa diferente a nosotros). La alternativa al miedo, decía, es el deseo, porque «el corazón del hombre sigue latiendo de forma irreductible».

Invitaba entonces, ante los problemas (hace cinco años discutíamos sobre ética, ahora sobre economía), a «profundizar en la naturaleza del sujeto que los afronta» más que a preocuparse por resolverlos con nuestras propias estrategias. El verdadero problema somos nosotros, soy yo.
Si la política es la forma más alta de cultura (como decía Giussani en su discurso a la Democracia Cristiana en Assago en 1987) y la cultura es la reflexión sistemática y crítica sobre la experiencia, el problema es la experiencia que vivimos. Decía Carrón: «Hay que despertar al sujeto», despertar al hombre, y el hombre es ante todo libertad. De hecho, concluía diciendo que Europa debe convertirse en un espacio de libertad.

Un paso más: la Jornada de apertura de curso de septiembre de 2018. Allí se entendía muy bien, respecto a la política, el equívoco en el cual, en mi opinión, hemos caído muchas veces: pensar que la política era una condición para la presencia y no, al contrario, que la presencia era condición de la política. Ya en 1968, Giussani hablaba de la reducción política del acontecimiento y decía que esto sucede cuando pensamos como una asociación. «No es una asociación a lo que aspiramos, sino que es una fe, una claridad, una cierta, una determinada claridad de fe. Porque entonces tu persona, transformada desde dentro, vaya donde vaya, haga lo que haga, tenga las relaciones que tenga, construirá una parte de ese organismo del que somos socios tan sensibles: el organismo de Cristo en el mundo. Se trata de un acontecimiento, no se trata de una estructura que debamos pensar o salvar, sino de un acontecimiento en nosotros mismos, porque la estructura la creará después el hombre adulto como obra de sus manos en la medida en que tenga el corazón, la inteligencia y el corazón cuyo contenido deberán ser estas palabras». En un encuentro con políticos y sindicalistas volvían a plantearnos recientemente el problema de las consecuencias, insistían en que hace falta llegar hasta las consecuencias de la fe… Les leí estas palabras y enmudecieron.

Último paso: un artículo de Davide Prosperi publicado este año en Huellas. Decía que la crisis de la política tiene un carácter profundo: la renuncia a pensar que la política sea ante todo un intento de expresar un ideal. Falta la propuesta de un ideal (algo que en Europa, que ha renunciado a un ideal político y se ha reducido a una gestión economicista y contable, es evidente; nos limitamos a una rendición de cuentas inmediata, véase la inmigración, falta la perspectiva histórica de una construcción). La crisis de la política, decía Prosperi, aumenta la presión del poder, pero el primer dique frente a este poder es la construcción de un sujeto humano sólido. Y añadía: debemos volver a empezar por la caridad. Esto es revolucionario. Los gestos de caridad que el movimiento nos propone (la campaña de CESAL, el Banco de Solidaridad…) ofrecen públicamente un juicio cultural, pero también político. La caridad es un principio cultural y político. La política debe volver a la caridad, a la gratuidad y a la cultura que la hace nacer. Frente a los desafíos que tenemos, que son muchos, es como si faltara un juicio sintético, sigue diciendo Prosperi. Mientras que el genio de Giussani siempre ha residido en una capacidad de juicio sintético, aquello por lo que vale la pena realizar un gesto o una acción, más allá de todas las contradicciones que haya que atravesar para llevarlo a cabo. La caridad, concreta y al mismo tiempo refleja este juicio sintético. La caridad es un juicio histórico, no es algo que solo afecte a un espacio de generosidad que uno puede tener en su vida. Por todos estos aspectos, el documento sobre las europeas para mí es muy significativo ya desde el título: “Una presencia ante la necesidad del mundo”.
Ubaldo, Roma