Hacia las europeas. «Yo también puedo cambiar el mundo»

La falta de interés por la política no puede ocultar una pregunta sobre uno mismo: «¿yo estoy haciendo algo por cambiar el mundo?». Una madre e investigadora científica narra cómo ha empezado a comunicar su pasión por el trabajo en las redes sociales

Al leer el manifiesto de las elecciones europeas, me ha llamado la atención que tenga una mirada más amplia que la simple campaña política, a lo cual estoy muy agradecida, porque nunca he tenido mucho interés en la política (ninguno, para ser sincesor), sobre todo cuando sobre la mesa solo hay ideas y promesas (casi siempre ilusiones). En cambio, mirar desde este punto de vista, es decir, como un moverse para el bien del mundo, me ha abierto la vaga posibilidad de que tal vez una política así pueda interesarme. Sobre todo, me han llamado la atención las historias: relatos de personas sencillas (como yo) que se han movido para el bien del mundo con los recursos que tenían, intentando cambiar el mundo partiendo de lo cotidiano. Todo esto me ha recordado un libro que, hace mucho tiempo, una amiga me sugirió leer –Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig–, que explica cómo las elecciones de una sola persona pueden cambiar el destino del mundo. Desde que lo leí, se me ha quedado dentro una especie de esperanza, en primer lugar en la humanidad: ¿acaso yo también, en mi día a día, puedo cambiar el mundo?

Dicho así, parece irreal y totalmente desproporcionado, y quizás lo sea, pero tengo que decir que gracias al camino que estoy recorriendo en el movimiento eso está siendo cada vez más realista. No porque yo tenga poder, sino porque mi humanidad también tiene valor y las decisiones que tomo en mi pequeña realidad pueden cambiar la vida de alguien cercano, que puede llevar algo nuevo a quien encuentre y, generando un efecto dominó, seguir potenciándose en el tiempo hasta el infinito. Por este motivo, hace unos meses empecé a hacer una difusión científica (#lestoriedellaricerca) en Instagram: intento explicar de forma sencilla lo que hace un investigador científico todos los días. Ha nacido un poco por casualidad y por distintos factores: demasiadas personas me decían que no sabían nada de lo que era la investigación ni del valor que puede aportar; a menudo las opiniones sobre determinados temas (por ejemplo, las vacunas) son fruto de la ignorancia; me encantan las redes sociales y considero que, utilizadas con prudencia, pueden ser un instrumento verdaderamente potente, por eso uní mi amor por la ciencia con mi interés por las redes. Además, siempre me he quejado de que la política no hacía nada concreto por los investigadores, así que me he dicho a mí misma: «¿y yo qué hago? ¿Estoy haciendo algo por cambiar algo?». He empezado por ahí y lo sorprendente es que los primeros que se han apasionado han sido mis amigos “legos” en la materia, y luego un grupo de chicas a punto de graduarse en Biología que habían leído algunas de mis publicaciones y han visto que la investigación es viable incluso teniendo una familia.

A través de este gesto, aparentemente “irrelevante” para el mundo, he podido ver lo útil que puede ser compartir la pasión por tu trabajo y ofrecer una esperanza en un país donde todo y todos intentan quitarte las ganas de dedicarte a la investigación. Pero me parece que esto lo explica mejor el propio manifiesto: «Compartiendo las ansias y problemas de todos, el papa Francisco nos invita a realizar una “amistad social”, para un diálogo y encuentro donde cada uno pueda ofrecer la contribución de su propia experiencia a la vida común».
Laura, Milán