Dublín

Europa. El "martirio" cotidiano en una vida tranquila

Irlanda vive una aparente tranquilidad, entre el crecimiento económico y el Brexit, que da la impresión de que no va a durar mucho. El vacío de una religiosidad que se deja a un lado. «¿Por dónde volver a empezar?»

En Irlanda, las elecciones europeas llegan en un momento aparentemente estancado. La misma cuestión de Irlanda del Norte, un conflicto que corre el peligro de reavivarse, se suma al problema del Brexit y, por eso, de alguna forma se ha "pospuesto" unos meses. Si bien, por un lado, los irlandeses son "europeístas", en el fondo no se puede decir que el tema de Europa se viva muy de cerca o que se ponga mucha confianza en las instituciones.

Sin embargo, a esta aparente tranquilidad, o casi serenidad, no le queda mucho tiempo. Uno de los periodistas irlandeses más famosos, Fintan O’Tool, columnista del Irish Times y defensor incansable del laicismo más exasperado, recientemente comentaba los resultados de un sondeo cerca de Irlanda, retomando el libro de Samuel Beckett Esperando a Godot: «Estamos contentos. (Silencio). ¿Y qué hacemos ahora que estamos contentos?».

O’Tool no niega la confusión –más bien, consternación– frente a dicha contradicción. «Es difícil pensar en otro periodo en el que Irlanda haya sido, aparentemente, tan libre de la angustia como ahora... El país parece haber conseguido un cierto equilibrio frente a la complejidad de su nacionalismo, la represión sexual ha sido eliminada. El hiper-catolicismo se ha sustituido, al menos en las ciudades, por una completa indiferencia ante una afiliación oportunista». Por cierto, la última edición de World Happiness Report 2019 sitúa a Irlanda en la decimosexta posición en un listado de 156 países.

Por un lado, hay que elogiar la lealtad intelectual de O’Tool cuando no elude reconocer que, a fin de cuentas, del sondeo sale a la luz la imagen de una Irlanda muy parecida a un pato que nada: «Un deslizamiento aparente y suave en una superficie que debajo esconde un chapoteo complicado». Por otro lado, cierra la cuestión no solo criticando el hecho de que el problema religioso parece una herida abierta para la mayoría de los irlandeses, pues solo una minoría se muestra indiferente, sino explicando también la razón de forma ideológica y reductora: «Los resultados del sondeo ponen de manifiesto que aunque Irlanda se ha alejado de la religión como centro de su identidad cultural, todavía no ha abrazado del todo el liberalismo social como sistema de fe alternativo».

Frente a la realidad descrita, la pregunta del documento de CL de cara a las elecciones europeas me toca en toda su dramaticidad: «¿Por dónde volver a empezar?». Y también los reclamos a los valores fundamentales de Europa: quería hacer hincapié en dos de estos, a raíz de la experiencia de los últimos meses.

El primero es el valor de la "tolerancia", de la apertura al otro que es distinto, que desde siempre ha definido a Europa, una realidad cuya identidad se basa más en la unidad entre las diferencias que entre la geografía. Recientemente, el embajador de los Emiratos Árabes Unidos en Irlanda me invitó por trabajo. Por casualidad, el encuentro estaba previsto para el miércoles de ceniza, por eso fui a la embajada preguntándome cómo "gestionar" mi identidad cristiana en ese contexto particular, considerando que se preveía un almuerzo.

No ocultaré mi sorpresa cuando, al principio de la conversación, el embajador empezó su discurso diciendo que desde que papa Francisco visitó su país nada era como antes. Desde aquella visita, nació la necesidad básica de un diálogo auténtico para entender la identidad del otro, su religión y su diversidad, con el deseo último de construir puentes y relaciones basadas en el respeto mutuo y la tolerancia. Para que ese deseo se convirtiera en algo concreto, sencillamente me propuso organizar unos encuentros para jóvenes de distintos países que se encuentran en Dublín en el colegio donde trabajo. Tal vez, este fuera el mismo espíritu que animó también al primer pinistro irlandés cuando, por iniciativa propia y sin invitación previa, decidió participar en el Via Crucis organizado por CL el Viernes Santo en Dublín, con mucho asombro por parte de todos, considerando sus posiciones acerca de temas como el aborto y el matrimonio homosexual.

Sin embargo, otro gran concepto que el documento de CL subraya es la palabra "construcción". ¿Cómo contribuyo yo al bien común y a su construcción? Enseguida se me hizo evidente que un instrumento que se me da es este trabajo, mi trabajo. En la empresa que gestiono junto con mi mujer y otro amigo, en los últimos meses hemos tenido que enfrentarnos a situaciones difíciles que implicaban decisiones graves, con repercusiones para la vida de los que trabajan allí y para el futuro mismo de la empresa.

Hemos visto que existen muchas formas de afrontar el problema y hay muchos criterios a tener en cuenta a la hora de tomar decisiones. Ninguno de esos criterios, sin embargo, era suficiente o nos dejaba dormir tranquilos. Sobre todo, ningún análisis o razón en concreto era capaz de movernos. Hemos entendido que el motor, el origen de nuestra acción... es decir, lo que nos permite construir, ya no puede ser un cálculo estadístico o aspirar a un resultado futuro.

Nos hemos dado cuenta de que "la fuente de energía", el muelle, la guía es algo que viene antes: la búsqueda de Cristo. Pedir Su llegada en la circunstancia, desearlo "por encima de todo", este es el verdadero motor, el punto de partida más verdadero para cualquier construcción. Entonces, incluso en la dificultad, nos hemos visto contentos, agradecidos por la prueba que teníamos delante. El desafío se ha convertido en petición, desvelando su naturaleza más auténtica: la circunstancia se me da para que en ella yo busque a Cristo. Mi mujer y yo nos hemos acompañado mucho en este sentido, y solo en esto hemos encontrado una energía que no sería posible de otra forma, así como la ganas de seguir construyendo.

Esto no ha sido nada abstracto, nos ha hecho y nos hace vivir al máximo el reto que tenemos por delante, verificando que la contribución más grande a la construcción del bien común es la manifestación de una presencia. En el fondo, es justo a esto a lo que me reclamaba el embajador de los Emiratos.

Como verificación y respuesta a las preguntas planteadas en el documento para que del corazón salga el deseo de vivir el "martirio cotidiano" del que hablaba uno de los monjes asesinado en Thibirine, Christian de Chergé: «Me parece que hoy [noche de Pascua] recibimos la vocación a ese martirio que se nos ha destinado, "el martirio de la esperanza". Oh, ¡no se trata de un martirio ni glorioso ni brillante! Se adapta exactamente a las dimensiones de lo cotidiano»
Mauro, Dublín (Irlanda)