El Bautismo de Luigi en Ngozi

Burundi. El verdadero milagro

Dos neonatos reanimados durante horas rezando para que despierten. Pero solo uno, Luigi, lo hace. «¿Pero por qué, Dios mío, si has hecho el milagro con él, no puedes hacerlo también con esta otra niña?»...

El 12 de febrero estaba yo sola atendiendo a una mujer que estaba de parto, Lucie, que iba a dar a luz a su primer hijo. En el último momento hubo una complicación grave y la pequeña, llamada Mariachiara, después de dos horas de intentos inútiles de reanimación, murió. Mientras la intentaba reanimar no dejaba de pensar en Luigi, un bebé que nació prácticamente muerto de una madre presa en la cárcel de Ngozi, al que también estuvimos intentando reanimar casi dos horas sin éxito, hasta que en un momento dado Lorenzo, el médico, decidió bautizarlo con el nombre de Luigi y rezar a don Giussani para pedirle un milagro. Una vez devuelto a los brazos de su madre, Luigi poco a poco se fue recuperando, sin signos de daños cerebrales que normalmente están casi asegurados en casos de reanimación prolongada. Ahora Luigi está bien, vive en prisión con su mamá y el 17 de febrero, durante la misa dominical, el sacerdote celebró su Bautismo.

Mientras estaba reanimando a Mariachiara, pensaba en él y me preguntaba: «¿Por qué, si hiciste un milagro con él, no puedes hacerlo también con esta niña?». Cuanto más veía que la niña no se recuperaba, más me enfadaba. El milagro que esperaba no llegó y yo me sentía culpable, no había podido salvarla. En mi cabeza bullían pensamientos como «si hubiera hecho esto o aquello, si me hubiera dado cuenta antes, si hubiera llamado...».

Aquel día empezó para mí un periodo muy difícil. Tenía mucho miedo y me parecía que todos los casos que llevaba iban a acabar mal, poniendo en duda mi propio trabajo, la obstetricia, que tanto amo. En medio de todo esto, Israel, mi marido, estuvo pacientemente a mi lado, sin dejarme sola, aunque eso no me bastaba.

El 17 de febrero, día del Bautismo de Luigi, fui a la misa en prisión sin ningún entusiasmo. Estar allí me recordaba que Luigi había recibido un milagro y “mi” Mariachiara no. Ni siquiera era capaz de sentirme contenta ni agradecida ante un hecho tan grande. Solo me miraba a mí misma y mi tristeza.

La primera lectura me despertó. «Esto dice el Señor: “Maldito quien confía en el hombre y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Será como cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia… Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua… en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto”».

De repente comprendí. Yo era “quien confía en el hombre” y no veía el bien que existe, empezando por la ceremonia en la que estaba participando. Entonces me conmoví. El Señor me había vuelto a abrir los ojos, una vez más, rebajándose hasta mi nada. Toda mi tristeza derivaba del hecho de confiar tan solo en mí misma. Había dejado a un lado a Dios, acudiendo a él solo para que sucediera el milagro cuando y como yo decidiera. El milagro había sucedido, lo tenía ante mis ojos. Era mi conversión, es decir, aprender a esperar no tanto en mí sino en Él.

Hoy todavía sigo “luchando” con Dios, preguntándome si realmente era necesario un hecho tan dramático… pero lo que sé es que desde aquel momento mi trabajo cambió radicalmente. Sigo siendo la misma de antes, con las mismas capacidades y limitaciones. Pero ahora, cuando estoy con una mujer de parto, se la encomiendo, a ella y a su bebé, al Señor, para que sea Su voluntad. Y para que yo pueda ser un instrumento en Sus manos.
Mariachiara, Ngozi (Burundi)