Nottingham

Inglaterra. En medio del caos, el sí de Benedetta

La insatisfacción de ser “mamá a jornada completa”. Pero tampoco basta encontrar trabajo y crece la envidia por los que son felices. «Necesitaba desesperadamente que Alguien arreglara todo esto». Luego, unas palabras en misa vuelven a abrir la partida…

Vivo en Nottingham con mi familia desde hace unos años. Desde que nos mudamos a Inglaterra me dedico a ser madre a jornada completa, pero llegó un momento, hace más de un año, cuando nuestro segundo hijo todavía era pequeño, tuve una especie de crisis. Me sentía defraudada, nerviosa, y no dejaba de preguntarme cuál era el valor de mi vida: «¿Cuál es mi lugar, mi papel en el mundo?».

Inesperadamente, gracias a un nuevo amigo, se me ocurrió la idea de organizar un curso de italiano para ingleses en mi ciudad. Fue un gran éxito, me gustaba hacerlo y ganaba suficiente para llevar a mi hija a la guardería. Pero unos meses después seguía insatisfecha. Era una ocasión para ganar algo extra, lo cual era muy positivo, pero no bastaba para hacerme feliz. ¿Por qué? Quería ser algo más que una madre. Creía que un trabajo me ayudaría a ser mejor persona, más importante, al menos en mi pequeño mundo.

En esa misma época empecé a saltarme la Escuela de comunidad por diversos motivos (bastante razonables). En todo caso, aquel no era un lugar donde yo compartiera esta lucha interior que sufría. Lo consideraba un problema menor en comparación con los del resto de mis amigos.

Luego también me daba envidia una amiga que me hablaba de cómo la relación con su marido había crecido en los últimos años. Por mi parte, yo no veía crecer nada. Ni siquiera había conseguido compartir con mi marido las dificultades que estaba atravesando, solo intentaba demostrarle que podía ser algo más que una madre y ama de casa. Pero mi problema no se resolvía. Me daba la sensación de estar perdiendo el tiempo con mi marido y con mis hijos. Y también estaba perdiendo la fe.

Me di cuenta durante las vacaciones de verano. No quería seguir dependiendo de algo que midiera mi valor, ya fuera un trabajo, el dinero o el reconocimiento de mi marido e hijos. Necesitaba desesperadamente a Alguien que arreglara todo eso, quería vivir la fe en serio, como veía en algunos a los que envidiaba por cómo vivían visiblemente enamorados de Jesús y alegres. Así que decidí cambiar las prioridades de mi día a día, quería dar tiempo y espacio a Su presencia, quería que Él me guiara en lo que tenía que hacer. En primer lugar empecé a ir a misa siempre que podía. El primer día que lo hice me topé con la expresión del profeta Isaías: «Tú eres precioso a mis ojos». Rompí a llorar porque era justo eso lo que estaba esperando: alguien que me dijera que era preciosa a sus ojos.

Luego decidí que debía aceptar el desafío y fiarme de la Escuela de comunidad. Creo que ese fue el primerísimo lugar donde miré con sinceridad los rostros de mis amigos de la comunidad. Pedí a Dios que me hablara a través de ellos, y eso me abrió de par en par ante una realidad totalmente nueva. No en el sentido de que la comunidad pueda resolver mis problemas, pero ellos, en primer lugar, me ayudar a hacer memoria de Aquel al que seguimos y por qué.

Desde la primera vez que volví a verlos en Escuela de comunidad en septiembre me pareció un milagro. Cada uno de nosotros, por diversas razones, había quedado impactado por un acontecimiento o una amistad. Cristo seguía sucediendo delante de mis ojos. Aquel lugar, aquellos rostros, empezaron a convertirse cada vez más en un lugar al que poder llamar “casa”. Lo mejor de nuestra amistad, especialmente con algunos de ellos, es el hecho de que me “obligan” a recuperar mi relación con Él. Es lo más bonito que he visto nunca. Incluso cuando creemos ser capaces de responder a las preguntas de otros, hay algo, un acontecimiento, que nos devuelve al origen, como por ejemplo durante la Jornada de apertura de curso en Londres, en octubre.
Para mí, ir allí suponía un gran esfuerzo porque tenía que estar doce horas fuera de casa. Pero tenía tantas preguntas que decidí ir. Nada más salir de Nottingham, me di cuenta de que estaba rodeada de gente que podría ser realmente la compañía de mi vida. Tal vez, en otra situación, sin todos aquellos tormentos internos, no me habría dado cuenta. Al llegar a Londres, me resultó evidente que Él nos había hecho una promesa: «Yo estoy siempre con vosotros». Me conmoví hasta las lágrimas escuchando a don Giussani, mientras reflexionaba sobre el caos que reinaba en mi vida y lo perdida que me sentía. Normalmente no lloro así. Pero Él estaba allí, me hablaba, me pedía decir sí a la compañía que me daba. Así, cuando un amigo que estaba sentado a mi lado me vio en aquel estado, tuve que decidir. Me pregunté: «¿De verdad deseo seguirte? ¿Es verdad que Tú creas las circunstancias para mí?». Aquel amigo no intentó resolver mis problemas, tampoco me dijo que «todo irá bien». Me abrazó y dejó abiertas mis preguntas, haciéndome reflexionar sobre mi postura ante la realidad, el punto donde mi fe estaba en caos total. Al principio no le entendí, pero ahora estoy empezando a darme cuente de que este es el mejor regalo de una verdadera amistad.

Siempre he oído estas cosas en los últimos veinte años. Pero cuando he empezado a comprender que todo había cambiado, nuestra pequeña Escuela de comunidad se ha convertido en un verdadero milagro a mis ojos. No ha habido un solo martes en que no haya experimentado Su presencia real entre nosotros. Y si esto es verdad, no necesito salvar a nadie ni construir nada especial, ni conseguir grandes éxitos en la vida. La prueba de ello es el hecho de que me importa mucho más la gente, la casa, mis hijos. Y probablemente los demás lo ven porque empiezan a decir: «Tú eres distinta, me preguntas cosas que nadie me pregunta, te importo de verdad, me gusta estar contigo». Yo quiero vivir así.
Benedetta, Nottingham (Reino Unido)