La cárcel de Opera

Mi jornada de recogida de alimentos en la cárcel

«Gracias a vosotros, porque nos dais la posibilidad de poder hacer el bien, de ser útiles y sentirnos útiles», decían los presos al terminar. Junto a ellos, Giacomo ha descubierto el verdadero valor de un gesto que lleva haciendo muchos años

Es la primera vez que hago la recogida de alimentos en la cárcel, pues solo llevo un año haciendo la caritativa en la prisión de Opera, y quizás por esto ha sido una jornada muy distinta de todas las demás en las que he participado.

Los presos ya estaban avisados por la dirección sobre lo que iba a pasar ese día. Nos dividimos en dos grupos para cubrir las cuatro plantas de las dos secciones a las que iríamos. Allí nos encontramos con un montón de rostros, algunos de los cuales ya se han hecho amigos, pues todos los sábados por la mañana un grupo de voluntarios de la asociación Encuentro y Presencia va a visitarles, pero también había caras nuevas. Nada más reunirnos, Guido invitó a todos –voluntarios y presos– a mirar el significado profundo de lo que estábamos haciendo, lanzando así una provocación que, si uno era mínimamente consciente del lugar en que resonaban esas palabras, no podía dejar de parecer osada. «Por mucho que uno haya podido cometer errores –y nosotros también los cometemos, todos los días–, donar a otros algo nuestro nos une, aunque nos separen las barreras, porque el corazón está hecho para esto. El corazón es igual en cada uno. Por eso queremos daros las gracias por lo que queréis donar».

Yo pensaba: «Pero qué valor hace falta para decir algo así». La respuesta me esperaba en el pasillo de las celdas. Mientras un preso nos ayudaba empujando el carrito donde estaban las cestas que había que llenar e iba invitando a todos a «donar algo para los más necesitados», llamándolos uno por uno, y poco a poco iban saliendo cada vez más presos llevando en las manos paquetes de pasta, carne, atún. Más tarde, llegamos a otra sección. Aquí no podíamos pasar por los pasillos, por razones de seguridad. Los presos nos pasaban por los barrotes las bolsas de comida o se organizaban para recoger alimentos y dárselos después a los empleados de la cárcel.

Entonces nos paramos a charlar con ellos: nosotros a un lado, ellos al otro. Andrea y Michele se pusieron a hablar de la jornada, a contar qué estaba pasando en ese mismo momento en muchos supermercados italianos y cómo ellos, de la misma manera que los que en ese momento vivían libres yendo a la compra, podían contribuir a la construcción de una obra buena. Cuando les dábamos las gracias por su generosidad, ellos nos interrumpían diciéndonos: «Somos nosotros los que os tenemos que dar las gracias porque nos dais la posibilidad, con este gesto, de poder hacer el bien, de ser útiles y sentirnos útiles». «Es una necesidad dentro de la necesidad. Nosotros que tenemos necesidad ayudamos a alguien que tiene más necesidad que nosotros».

Con el testimonio de estos hombres, cuya condición podría llevarles “comprensiblemente” a desinteresarse por todo, he descubierto el valor de un gesto que llevo haciendo años. De hecho, solo el pobre –no solo ni forzosamente el pobre que no tiene nada, sino solo aquel que sabe qué quiere decir tener necesidad– puede donar verdaderamente lo que tiene, y haciéndolo estar más contento, más unido al otro. Y esto es más verdadero aún porque no se quedaron aquí; es más, nos hicieron una propuesta, testimoniando cómo la creatividad nace de la conciencia de la propia necesidad. Nos decían: «Nos gustaría seguir contribuyendo también a lo largo del año. ¿No podemos encontrar la forma?». Al terminar la jornada, volvían a mi mente estas palabras de don Giussani: «Cristo, en efecto, llega justamente aquí, a mi condición de hombre, de alguien, por tanto, que espera algo porque siente que le falta todo».

Contemplar el espectáculo de la recogida de alimentos en la cárcel ha sido la oportunidad de volver a coincidir con lo que yo soy de verdad, lleno de alegría y deseo de ser pobre como estos presos. Los 826 kilos recogidos no son más que el signo tangible de la gratuidad con que cada uno de ellos quiso participar.
Giacomo, Seregno (Milán)