Ecuador. Una excursión durante las vacaciones

Ecuador. Un atajo al corazón de la vida

Cincuenta personas de varias comunidades del país se juntan para unas vacaciones. ¿Es posible que la extrañeza entre desconocidos desaparezca en tres días? En Quito ha sucedido algo tan hermoso como un regalo inesperado

El avión corre por la pista y levanta con fuerza el vuelo con destino a Lima. Se termina una semana en Quito y las vacaciones pasadas con Stefi y los amigos de la comunidad de Ecuador.

Tres días de vacaciones en una linda hostería en Tababela, en las afueras de Quito, con 50 personas (de ellos ¡10 niños!) de las diferentes latitudes del Ecuador, y otros cuatro días visitando Quito y sus alrededores.

Han sido días llenos de bonitas actividades. Pudimos visitar el Palacio de Gobierno, recorriendo las estancias de poder, donde se cuecen las decisiones que configuran el país, pudimos conocer parte de la historia moderna del Ecuador, dialogar sobre la construcción del bien común y luego asistir a la misa en la Compañía, iglesia barroca de increíble belleza, y allí contrastar la historia con este otro factor de construcción de la sociedad que es la Iglesia, como nos contó nuestra amiga e historiadora Isabel María. Otro día pudimos gustar de la belleza de la naturaleza con el paseo cerca de las cataratas, los cantos y luego relajarnos en los baños termales de Papallacta.

Otras muchas cosas hicieron del tiempo ocasión de relación inteligente entre nosotros, como los títeres para los niños, con Don Giussani como protagonista, la tarde de fútbol o la noche de cantos típicos ecuatorianos de “Pasillos”, las partidas apasionadas de Risk o de cartas, los juegos, la asamblea o el testimonio. El canto y la música nos acompañaron en todo momento permitiéndonos despertar un gusto de humanidad diferente. En especial el concierto de violín de Beethoven, con ese violín, ese yo capaz de grandes cosas por sí mismo pero que en el tiempo decae y es recogido de nuevo por la orquesta, por la compañía de amigos, la Iglesia; o el canto de José Antonio Vergara: «Cantando a tu belleza, se perfuman mis noches y en todo lo precioso, admiro tus facciones. Por eso me parecen las flores más hermosas, y este paisaje andino está inspirando un poema».

La iglesia de la Compañía, en Quito

Pero sobre todo estos días han estado llenos de encuentros con amigos que antes no conocíamos. Un antiguo compañero de trabajo, que hemos vuelto a encontrar en Quito y que nos ha hospedado en su casa, se sorprendía viéndonos salir y entrar los días siguientes de las vacaciones contentos, con la agenda llena de almuerzos, cenas y actividades con estos “amigos”. «¿Pero vosotros no os acabáis de conocer?», preguntaba alguno. «Nosotros hemos estado muchos años trabajando juntos y hemos llegado a tener esta amistad sincera y profunda –contestaba Otto– pero cuando se comparte una fe que no solo son normas, sino una vida, esta es como un atajo, un catalizador al corazón de la vida, a compartir la esencia de las cosas». Y así ha sido efectivamente. Cristo hace nacer una unidad diferente e interesante entre nosotros, que elimina la extrañeza en solo tres días y que cualquiera mínimamente atento puede reconocer en seguida.

Stefi nos desafiaba desde el primer momento a vivir intensamente estos tres días y «vivir como niños siendo adultos, hay muchos niños y muchas personas nuevas a los que mirar». Así, a través de las intensas y bellas cosas que hicimos, se ha vuelto posible reconocer Su presencia entre nosotros.

Y por eso han podido acontecer los momentos de diálogo intenso con los amigos, aprovechando cada rato libre: en los desayunos, almuerzos, cenas, en el paseo, en el coche, en el café, en el bus, tomando una copa por la noche, esperando en el aeropuerto… han sido un regalo fruto de una cercanía que nació entre nosotros. Salía todo lo que a uno le preocupa, el trabajo, la mujer, los hijos, la casa, el uso del dinero, la enamorada, el futuro, la salud, las historias personales, la necesidad de una compañía… Todo atravesado por lo que ya nos ha sucedido, por Su presencia. Solo delante de Jesús es posible arriesgar libremente lo que nos sucede y que renazca la esperanza, porque en este lugar hay una Presencia que lo abraza todo.



También en las vacaciones ha pasado esto, sobre todo con las personas que venían nuevas. Una decía en la asamblea: «Aquí veo una familia de verdad, ¿qué hay que hacer para pertenecer a ella?». Otro decía: «Este lugar es diferente, pasan cosas que no ocurren normalmente, con gente que viene de los diferentes lugares de Ecuador, que deja todo para estar aquí tres días juntos y compartirlo todo».

Otto decía: «Algo ha sucedido que ha cambiado el sentimiento que tengo de mí mismo. Se ha vuelto a despertar el deseo intenso de ser yo, me he vuelto a descubrir libre, deseoso de volver a entrar en cada cosa con la mirada de Cristo que me ha vuelto a alcanzar en estos días».

También más ciertos de que el Señor presente es el que obra y nos quiere, haciendo acontecer esta historia particular donde Él es el protagonista, y por eso podemos ir a cualquier lugar donde es posible encontrar amigos con los que compartir la vida, y así Él construye nuestra historia.

Desde luego que hemos estado en un lugar que nos ha devuelto la mirada original.
Lucia, Lima


Tengo 29 años y estoy casada hace cinco con Pancho, tenemos dos nenes. Muchas veces he sentido que la vida es una estafa, porque no concebía la idea de ser creada para sufrir y estar triste. Junto a esta realidad que vivo ha empezado un bello camino, en el cual me he descubierto más necesitada que nunca, con más deseos de amor y de verdad que nunca, y reconocerme así, una pobrecilla con necesidad de todo, ha generado una tensión en mí para pedirle al Señor poder reconocerle, verle y que me aferré y me rescate una y otra vez (…) Estas vacaciones han sido bellísimas porque lo he visto acontecer, y también porque ha pasado algo especial, siempre le he pedido el milagro de la alegría, porque no es fácil para mí sentirme alegre y le pedí que algún día pueda estar tan feliz como para llorar de emoción, ya que llevaba años que no lloraba de alegría (para que tengan una idea, ni cuando nacieron mis hijos) ¡y esta vez he llorado de alegría en las vacaciones! Eso es para mí un regalo, una gracia, un don que me es dado. Que es posible solo porque el Señor existe, porque es el único que puede estremecer mi corazón hasta el punto de hacerlo rebosar de agradecimiento y alegría.
Nia


Este año, cuando ya se acercaban las inscripciones a las vacaciones y me encontré delante de todo lo que implicaba hacerlas (sobre todo los aspectos logísticos y económicos, dado que ahora tenemos tres hijos), me daba cuenta de cómo daba por supuesto mi asistencia a los gestos del movimiento (sobre todo porque los demás gestos, al ser más personales, no implican tanta logística ni costes). No es que me cuestionara si valía la pena el sacrificio, pero esta vez no pude dar por descontado el sacrificio. Además, veía cómo estaba siguiendo los gestos del movimiento casi por una cierta inercia. Esto me hizo darme cuenta de lo que decía Carrón en los Ejercicios: «Cristo no falta en nuestras acciones; en muchas de nuestras acciones puede que sea determinante pero, ¿y en el corazón?».
Entonces llegué a las vacaciones con una sed de que Cristo no me falte en el corazón, es decir, como dice Carrón, en la forma como uno mira a los hijos, a la esposa, a los amigos, etc. Sin embargo, este deseo de que Cristo esté en mi corazón todavía estaba incompleto. Pensaba que en las vacaciones lo llenaría, como esperando que sucediera algo milagroso, que hiciera que Cristo de nuevo esté en mi corazón. Así que, conforme empezaron las vacaciones, no veía nada aparentemente extraordinario, y me sentía un tanto decepcionado. Hasta que hicimos la caminata al pie de las montañas, en la que terminamos con los cantos. Durante los cantos, en que los más pequeños fueron los protagonistas (debido a la cantidad de niños incluso cambiamos en ese momento el plan de cantos para esa ocasión), me daba cuenta de la potencia de la mirada de Cristo sobre mis hijos y los de los demás que estábamos ahí. Cómo Cristo, al mirarlos a ellos, nos miraba a todos. Y finalmente me di cuenta de que esta sed no la debo buscar llenar con mi idea de Cristo, más bien debo pedir tenerla siempre y dejar que Cristo esté presente.

Christian


Un lugar que nos devuelve la mirada original... Estas vacaciones, la compañía de la Iglesia, de nuestro carisma, una vez más ha sido el lugar que me devuelve esa mirada. Fui a las vacaciones con pocas ganas, con toda la fatiga de esta etapa de la vida de la crianza de los niños pequeños. La primera noche después de los paseos, entre los llantos de los niñas, dije a Patricio, mi marido, que era mejor regresar a casa al día siguiente, que yo no podía estar bien, dentro de mí pensaba: «¿de qué vale estar aquí cuando es igual que mi día a día, cargando a las niñas y cambiando pañales? No puedo ni dialogar con los demás con facilidad». Al día siguiente no fui a desayunar y no quería salir. Patricio llegó a la habitación con leche y pan que una amiga nuestra le había dado cuando se dio cuenta de que yo no había ido a desayunar. Fue una enorme sorpresa para mí, la iniciativa de Dios me alcanzó en todo mi malestar, aun escondida en mi habitación. Como Cristo ha dicho, «la verdad os hará libres». La verdad es que soy preferida y no me puedo medir por mis capacidades o mi disponibilidad de entrega, sobre todo en esta etapa de vida. La preferencia de Dios hacia mí es la verdad que me libera, su mirada de ternura sobre mí que se ve en gestos concretos de los demás.
Experimenté el mismo asombro cuando Otto y Lucia nos buscaron en el almuerzo el último día para dialogar sobre una pregunta que le había hecho Patricio a Otto. Tomaron en serio su pregunta, su deseo, y luego tomaron la iniciativa de buscarnos y dialogar sobre la familia, el matrimonio, la relación entre el trabajo y la familia. Fue otro momento bello en que experimentamos la iniciativa del Señor en esta compañía, y su mirada que nos hace ver la verdad de su preferencia hacia nosotros.

Julián