El camino hacia el Cervino

«Cuando su corazón se paró, el nuestro empezó a latir»

Marta cuenta su amistad con Laura y su marido, que ha llegado a su punto culminante con la muerte de él durante las vacaciones en Cervinia

Conocí a Laura hace casi tres años en una cena de la clase de los niños a la que no me apetecía nada ir. Las madres que conocía estaban sentadas en la otra esquina de la larga mesa, así que me vi “obligada” a charlar con quienes no habría elegido. Para mi sorpresa, la conversación enseguida tomó un tono muy personal e intenso: el colegio, la familia, las preocupaciones de los hijos y, casi sin darnos cuenta, la fe y la necesidad de una amistad donde compartirla. Al terminar, con la certeza de haber encontrado una amiga, invité a Laura al Happening que desde hace unos años organizamos en nuestra ciudad. Con el tiempo también la invité a algún encuentro en la parroquia, a la conexión con la Escuela de comunidad de Julián Carrón, la Jornada de apertura de curso en Caravaggio... Con gran sorpresa para mí, ella siempre aceptaba y traía consigo a su marido, Massimo. El año pasado vinieron a las vacaciones de nuestra comunidad, y este año volvieron.

Se nos unieron el segundo día en Cervinia y me crucé casualmente con Massimo que acababa de llegar desde Milán justo a tiempo para salir con nosotros a la excursión. Le di un abrazo con mi efusividad habitual y se echó a reír, sorprendido por tanta confianza. Pocos minutos después nos alcanzó Laura y empezamos a caminar con los demás. Massimo, siempre al lado de Laura, intervenía de vez en cuando en la conversación, con algún comentario, discretamente.

Íbamos en fila india por el camino, con todos nuestros amigos, y de pronto Massimo se detuvo, dijo que iba a descansar un momento y que luego nos alcanzaba, así que Laura y yo proseguimos tranquilamente, la meta estaba cerca y pensábamos esperarle más adelante con los que ya habían llegado. Desde la pradera donde los primeros ya esperaban sentados al resto del grupo, partí con unos cuantos “audaces” para otra media hora de camino hacia el glaciar, mientras Laura se acercó a ver llegar a su marido. Quedamos para comer juntas después.

No habían pasado diez minutos cuando el móvil empezó a vibrar. Era Laura, diciéndome que bajara rápidamente porque Massimo había tenido una parada cardiaca. Me di la vuelta inmediatamente. Laura estaba sentada en la pradera abrazada a Giulia, a la que no había visto nunca. Me uní a su improvisado rosario, donde nadie llevaba cuenta de los avemarías pero todos pedía, imploraban, gritaban que Massimo viviera.

Él, tumbado en el suelo, estaba rodeado de varios amigos médicos. Los servicios de emergencia alpina llegaron en pocos minutos para trasladarlo al hospital. Pasé el resto de la jornada con Laura hasta que una psicóloga y el médico del servicio de emergencias nos dieron la noticia de que Massimo había muerto antes de llegar.

Cuando por fin pudimos verlo, Laura se lanzó a abrazarlo y lo primero que hizo fue darle las gracias: «Gracias por cómo me has cuidado siempre». Luego añadió: «Ahora tienes que prepararme un sitio». Antes de recitar juntas el De Profundis, ella hizo una auténtica profesión de fe. Poco antes había dicho que ella sin Massimo no era nada, pero nosotros teníamos delante una mujer grandísima, totalmente determinada por su relación con Cristo.

Cuando volvimos al hotel, era evidente que lo que le había pasado a Massimo estaba marcando el clima de las vacaciones, todo era más transparente y verdadero. La propia Laura nos pidió que continuáramos con nuestra convivencia, no como si nada hubiera pasado sino partiendo de lo que había sucedido. Y eso es lo que hicimos con los juegos y cantos del día siguiente. Todo nos hablaba, ya nada era como antes. El director del hotel, que por la mañana nos había acercado con su coche para que pudiéramos llegar cuanto antes al hospital, se hizo cargo del traslado de los familiares de Laura que habían venido. Luego nos confesó que, al pararse el corazón de Massimo, el suyo y el de todo el personal que trabajaba allí había empezado a latir con más fuerza que nunca.

Dos días después me llegó un mensaje de Laura dándome las gracias por lo acompañada que se había sentido. Terminaba diciendo: «Bendeciré al Señor en todo momento, su alabanza estará siempre en mi boca». Aquello nos puso a todos ante la evidencia de que somos hechos, somos pequeños y dependientes, queridos y amados, preferidos siempre. No es solo un hecho dramático que nos llena de dolor y nos hace gritar «¿por qué?» o que nos descoloca por su aparente insensatez. El sacrificio de Massimo es un don para todos porque nos hace mendigos del Señor y nos permite experimentar ya que solo Él es la respuesta a nuestro deseo más profundo, que es su presencia, siempre.

El lunes, al terminar las vacaciones, fue el funeral. La iglesia se llenó de familiares y amigos, allí estábamos muchísimos de nosotros, que ni siquiera lo conocíamos… A los pocos días escribí a Laura diciéndole que rezaba especialmente por ella y por sus hijos. Me respondió: «¡Gracias, querida! ¡Qué poderosas son las oraciones de intercesión! Debemos ser bendición los unos para los otros. Y el Señor nos dará el ciento por uno… A veces me siento perdida, entonces abro la Biblia y rezo los salmos. Son tan antiguos y tan actuales… El corazón del hombre es siempre el mismo, como lo son sus dolores...».
Marta, Brugherio