Perú. Una sorpresa al final del curso

Carta de una profesora cansada porque sus alumnos no muestran interés por sus clases, sino por las ideologías y las redes sociales. Pero la despedida de Gian, ese alumno ateo que no quería oír hablar de la Capilla Sixtina, la desmonta… y no es el único

Última semana de junio, última semana de clases. Estaba agotada porque las clases habían sido tan intensas, me había esforzado mucho para que pudiera llegar alguna propuesta de mi curso de historia del arte a mis alumnos de la facultad de comunicaciones, a ellos que estaban más preocupados en sus ideologías, redes sociales e indiferencia, que no parece que valoren mis temas. A veces salía de la clase triste, con la pregunta: ¿habré dejado algo en ellos? Esa era mi principal preocupación, hacer una propuesta de conocimientos, de arte, de belleza, en clase y de la mano de un juicio y de la misma vida.

El último día de clase se acerca un estudiante llamado Gian y me dice: «Le quiero dar las gracias porque usted ha calado en mí». Sacó su celular y me enseñó las fotos que había tomado y clasificado según los estilos artísticos que había aprendido en clase y me fue hablando del romanticismo y del impresionismo. Me quedé en silencio absoluto al ver los ojos de este jovencito feliz por lo que había aprendido. Después me dijo: «Pero sobre todo gracias porque por usted he conocido el amor, en una chica que ahora es mi enamorada». Yo no entendí bien la relación. ¿Cuándo he hecho yo algo así?, pensaba para mis adentros. Luego añadió: «Porque sus clases me han enseñado que la vida tiene una belleza por la que vale la pena vivir».

Después de él, también otros se acercaron a saludarme y empezaron a venir a mi mente recuerdos del curso. En una ocasión a Kevin, otro estudiante, se le llenaron los ojos de lágrimas frente a la Piedad de Miguel Ángel, me interrumpió y me dijo: «Profe, yo no creo en Dios, pero ante tanta belleza uno se conmueve». A partir de entonces empezó a sentarse delante e intervenía siempre en clase.

Qué alegría sentí en mi corazón, no porque me agradecieran sino por la correspondencia que se experimenta entre la labor que uno hace y la positividad de la vida. Recuerdo que en las primeras clases Gian prejuzgaba porque no cree en Dios y yo le hablaba de la Capilla Sixtina, qué ironía que termine el semestre enamorado del arte y de la vida ¡Qué misterio! No sé cómo el Señor puede actuar en ellos, lo único que sé es que no se van a olvidar nunca de la belleza estudiada en el arte y descubierta en la cotidianidad de la vida.

Al final de este diálogo solo me salió decirles: «Estoy para servirles. Cada vez que necesiten algo búsquenme, allí estaré». Y me fui conmovida pensando en su destino y con el deseo que este pequeño inicio de amistad continúe.
María Luisa, Lima (Perú)