Acogida. Un sitio en casa y en el corazón

El deseo de entender mejor este fenómeno “histórico”. La invitación del Papa a «descubrir que ese pobre es Jesús». De aquí nace la hospitalidad con los extranjeros que huyen de sus países

En junio de 2016 un aviso de la asociación Familias para la Acogida señalaba la posibilidad de acoger migrantes. En octubre de 2016 se casaba nuestro último hijo, por lo que íbamos a tener la casa vacía. Dijimos que sí por estos motivos: ante todo la estima y el conocimiento tanto de la asociación como de Avsi; el deseo de entender algo más de este fenómeno histórico del que no podemos dejar de ser conscientes; y finalmente fue decisiva la indicación de la carta del Papa a Julián Carrón al término del Jubileo de la Misericordia, en la que se proponía un camino de pobreza, es decir, ir hacia el pobre «no porque sepamos ya que es Jesús, sino para volver a descubrir que ese pobre es Jesús». Pensamos que esta experiencia de acogida era una ocasión para ir al fondo de esta indicación.

Dimos nuestra disponibilidad preferiblemente para una madre con un niño porque estamos a menudo fuera de casa y nos parecía más fácil que un joven. Nos propusieron acoger a una familia joven, M. de 22 años, su mujer de 20 y su niña de 8 meses nacida en Milán. Esto supuso encontrarse con una diferencia enorme, en todos los sentidos, sobre todo en los hábitos alimenticios y en la percepción del tiempo.

Nos confiaron algunas vicisitudes un poco fuertes, poco a poco llegamos a saber algo de sus familias, de una tía, de un hermano y de una hermana. Fue una disponibilidad continua al imprevisto. A veces incluso conmovedora, como cuando falleció mi hermano y M. quiso participar en el funeral y estar conmigo hasta al final, o cuando al volver de misa el domingo lo encontramos fregando el suelo de toda la casa.

Hicimos dos excursiones con ellos y M. se quedó fascinado por la belleza que veía. Otra cosa que me impresionó es cómo él y sus amigos, que venían a menudo a verle a nuestra casa, sabían reconocer quién les daba clases de italiano por obligación o por dinero, y quién lo hacía por pasión. Es un juicio que surge inmediatamente y ellos lo captan con una precisión absoluta.

El día de la despedida era el cumpleaños de M., en pleno Ramadán. Esa noche cenamos tarde y vinieron cinco amigos suyos, junto a una familia de nuestra fraternidad. Durante la velada nos pusimos a hablar de Los novios, porque uno de ellos, que llevaba dos años en Italia, quería saber más sobre esta historia de la que había oído hablar en el colegio. Nos dimos cuenta de hasta qué punto Manzoni describía su corazón, su vida: el sentido de injusticia, la necesidad de huir, la ruptura de relaciones con las personas que quieres.

Al principio esta experiencia de acogida fue para mí una explosión de correspondencia. Nunca había sentido las palabras y oraciones de la liturgia cotidiana tan cercanas y tan capaces de describir mi vida, mi exigencia, mi necesidad, mis deseos. Después, y esto forma parte de la experiencia de la pobreza, toda esa tensión inicial se “manchó” un poco por la costumbre, por eso tengo el deseo de que estas cosas puedan volver a suceder continuamente.
Siempre se habla de “integración”, que me parece una palabra muy fea, mientras la experiencia que hemos hecho dice algo mucho más sencillo: abrir tu casa a un “extranjero” significa hacerle un lugar en nuestro corazón y hacer juntos una parte de camino, por lo que se hace cercano a ti.
Claudio y Laura, Milán


Mi marido Michele y yo, con nuestros cinco hijos, estamos acogiendo a O., un chico de 20 años que proviene de Senegal con una historia durísima a sus espaldas. Ha perdido a sus padres, le han pegado, esclavizado, y al final ha llegado a Italia en una barcaza. Ya habíamos escuchado la invitación del Papa a abrir la casa a estas personas, pero la decisión maduró gracias a un amigo americano que, al leer en los periódicos lo que estaba sucediendo en Europa, nos preguntó cómo podía ayudarnos a afrontar esta necesidad, mientras nosotros no habíamos pensado que lo que estaba sucediendo tuviera que ver con nosotros en primera persona. Por lo que dijimos sí al curso de preparación, que duró casi un año.

El proyecto “Refugiado en familia” del Ayuntamiento de Milán tenía como objetivo que el paso por una familia pudiese dotar a estos jóvenes de instrumentos para afrontar mejor la vida social. Puedo decir que esto le ha sucedido a O. y le está sucediendo. Ante todo porque le vemos madurar, en el sentido de que está aprendiendo a tratar con otras personas. Empieza a escoger con criterios nuevos y más maduros. Por ejemplo se decidió por unas prácticas de cocinero donde le pagan menos pero puede aprender más. Está aprendiendo a gestionar de manera más adulta ciertas reacciones instintivas ante los problemas de la vida. Muchas veces mi marido le ha acompañado al trabajo porque había discutido con el chef y quería quedarse en casa. En esos momentos le ayudábamos a entender que estaban en juego sus perspectivas de futuro.

Pero la pregunta más interesante es: ¿qué hemos ganado nosotros? Esta experiencia nos ha hecho ser conscientes de que haber nacido y crecido en un país libre y estable no ha sido una decisión nuestra, sino una preferencia de la que hemos sido objeto. Lo segundo ha sido la sorprendente relación de estima con los trabajadores de Farsi prossimo, que ha supuesto una riqueza humana realmente inesperada e increíble. Además ha sido de gran ayuda la compañía de otras familias con las que hemos compartido esta experiencia. Nos hemos encontrado por el camino a estas familias que no conocíamos pero que se han convertido en rostros a los que mirar.

Esta experiencia también ha contagiado a gente de su trabajo. El chef, un chico de 25 años con el que O. trabaja, se ha quedado muy impresionado por nosotros, tanto que, probablemente, cuando termine este periodo de acogida en nuestra casa, O. podrá ir a compartir apartamento con él y otros compañeros.

Respecto a las acogidas anteriores, en esta experiencia se ha jugado una relación de paternidad-filiación que necesitaba sin embargo una distancia entre O. y nosotros, y el respeto a su libertad, lo cual también nos ayuda a situarnos continuamente en una posición más verdadera ante nuestros hijos.
Laura y Michele, Milán