Fondo Común. «Con la alegría que nace del agradecimiento…»

Al principio se llamaba “diezmo”. Y en parte cubría los gastos de los que salían de misión. Pero tanto entonces como hoy, tiene un solo sentido: que todo, también el dinero, esté en función del Reino de Dios. Como testimonian estas cinco cartas

Ya a finales de los años cincuenta, don Giussani invitaba a los primeros muchachos de GS a «no recibir nada de dinero sin que una parte, pequeña o grande según las circunstancias y la generosidad del sujeto, no se separase como testimonio concreto de una preocupación por el mundo entero y por su felicidad, que se reduce a la difusión en este del Reino de Dios». Era el “diezmo”, la manera sencilla e inmediata de educarse en el sentido misionero, es decir, de ser útiles al mundo. Parte de aquel dinero sostuvo a los primeros muchachos que partían a Brasil.
El “diezmo” se convirtió en “fondo común”, un gesto concreto y periódico para aprender a vivir la pobreza. Como dice el mismo don Giussani en los primeros Ejercicios de la Fraternidad en 1982, y como ha repetido Julián Carrón en los pasados Ejercicios, «la pobreza no es no tener nada que administrar: la pobreza es administrar teniendo como objetivo supremo que todo esté en función del Reino de Dios, en función de la Iglesia. La señal de que concebimos toda nuestra vida –incluido el dinero y lo que poseemos– en función del Reino de Dios es nuestra participación en el fondo común de la Fraternidad». Un gesto sencillo de pertenencia, que ayuda a afrontar la vida de manera más plena. Como testimonian las cartas que publicamos.



Queridísimos amigos, con embarazo, pero también con la alegría que nace del agradecimiento, me dispongo a responder a esta comunicación que recibí hace ya más de un año. No, mis datos no han cambiado… pero la conciencia de mi pertenencia al movimiento y a la Fraternidad creo que sí. En el umbral de los 55 años, tengo que reconocer que el encuentro con Cristo y con la Iglesia a través de las personas de la comunidad de GS determinó toda mi existencia. Atravesando la “crisis” de los años de universidad, mi alejarme y acercarme, mi juicio crítico, a menudo negativo, hasta llegar, hace 29 años, a mi matrimonio y al encuentro con un párroco del movimiento. Poco a poco, el Señor me ha precedido siempre con la presencia del movimiento, en los encuentros ligados al trabajo, en los primeros años de nuestro matrimonio, en las amistades. De aquí nace la mirada que hoy tengo ante todo sobre mí misma. La fuente de la que brota el mirar y el vivir toda mi existencia, mi ser hija, hermana, mujer, madre y abuela de un niño pequeño, hasta la pertenencia eclesial, en la parroquia y en la comunidad pastoral. Hoy debo rendirme, y es una rendición gozosa, a la evidencia de que el carisma donado a don Giussani es la “forma” del amor de Cristo, que me ha alcanzado y me alcanza en un lugar físico que es la compañía del movimiento. Esta es mi “casa”, donde el corazón vive el estupor agradecido de una correspondencia esperada, reconocida y deseada en el mismo instante en que sucede. «Cristo presente ante mí y yo misma presente ante Cristo». Así, tras haber retomado desde hace un par de años la escuela de comunidad; haber vuelto durante dos días al Meeting, después de haber participado en el lejanísimo 1982, este año he “vuelto” a los Ejercicios de la Fraternidad (¡la última vez fue en 1993!). Deseo reiniciar, también después de algunos años, la aportación al fondo común. La había interrumpido en un momento de especial dificultad económica. Recuerdo haberlo comunicado por escrito, pero entiendo ahora que la dificultad era más de razón y de sentido. Me he decidido por una pequeña suma, un gesto que pueda ser también para mi marido criterio en todos los demás gastos familiares y en los gestos de caridad que llevamos a cabo juntos. Un gesto que él abraza con su libertad, signo este también de nuestra comunión de esposos.

Laura


Rímini. Ejercicios de la Fraternidad 2018

Queridísimo Julián, el mes pasado fue el vigésimo quinto aniversario de mi ordenación sacerdotal. Algunos días antes de ordenarme, tuve la ocasión de decírselo a don Giussani y él me dijo: «Reza a la Virgen para que te permita entender, por usar un término mundano, la suerte que tienes». Nadie me había dicho algo así. Era como si en muchos, de hecho, ante el paso que iba a dar, prevaleciese en el fondo más la estima por mí o por la radicalidad de la forma de vida que iba a abrazar; pero en nadie veía una conciencia tan resplandeciente de la “suerte” que me había tocado y que estaba todavía toda por descubrir. Ni siquiera en mí mismo. Porque entonces, aun no teniendo ninguna duda sobre la vocación, tenía un temor secreto: tenía miedo a perder a lo largo del camino el entusiasmo del inicio. Como si se tratase de algo que tenía que tratar de conservar, de mantener, yo. Ahora solo puedo decir que Giussani tenía toda la razón. Verdaderamente Cristo cumple la promesa que nos hace. Tanto que el entusiasmo, la libertad y la certeza que tengo ahora son incomparables a los del inicio. Lleno de gratitud al movimiento, al que debo todo, he decidido donar a la Fraternidad lo que me han regalado para esta ocasión.

Padre Agostino

Querido Julián, poco antes de salir para los Ejercicios recibimos nuestra parte de una herencia derivada de la venta de un pequeño apartamento. Así, llenos de gratitud por los ejercicios, a la vuelta decidimos compartir con nuestros hijos la decisión de hacer una donación extraordinaria a la Fraternidad: la décima parte de lo que hemos recibido. Nos preguntaron por qué queríamos hacerlo y ellos también, sin darlo por descontado ni de manera automática, nos dijeron: «Sí, estamos de acuerdo con vosotros. Esta historia también es lo más grande que tenemos nosotros». De hecho, les habíamos hablado de los tres días en Rímini, de lo que nos había llamado la atención y de la inmensa gratitud por la preferencia de Dios por nosotros. Debemos todo a esta “historia particular” y hoy como nunca nuestra vida es verdaderamente un continuo don inesperado, como nos también has recordado en estos ejercicios: ¡todo es don! La contribución económica que hacemos quiere ser un pequeño apoyo al camino más querido que nos educa continuamente y en las circunstancias que nos son dadas: este es el céntuplo prometido y mantenido.

Stefano y Maura


Querido Carrón, en los últimos años no he pagado casi nunca el fondo común, sobre todo por olvido. Cuando se acercaban los ejercicios volvía a acordarme, pero nunca tenía a disposición la suma entera para conseguir colmar los olvidos. Por eso tendía a no pagarlo o pagaba solo algunos meses.
Este año he pensado tomar en serio lo que a menudo te he oído decir: basta con un euro. Por tanto he fijado una cuota mensual más baja y he hecho una transferencia que creo me permitirá volver a empezar y ser fiel a este gesto. Deseo que este sencillo inicio sea para mí la ocasión de aprender a ser fiel.

Cristina

Queridos amigos, con el corazón todavía conmovido por los Ejercicios de la Fraternidad, y en particular por los testimonios de los que, entre nosotros, aun haciendo más esfuerzo, viven el gesto del fondo común con toda la seriedad que se nos pide, no me he podido eximir de participar con un depósito extraordinario. En estos días he tenido la agradable sorpresa de recibir unos atrasos inesperados que mi jefe me debía, que ni siquiera recordaba que estaban pendientes. Ha sido un signo de la Providencia. Quizá podría dar más, pero el corazón no está del todo convertido, y además la preocupación de ayudar a mis hijos y nietos en el inicio de una vida adulta, en estos tiempos, me sugiere un mínimo de prudencia.

Roberto

Querido Julián, me he jubilado antes de tiempo por graves motivos de salud. Hace poco me ha llegado la primera cuota de la liquidación, pero aun antes de que llegase ya pensaba en hacer un ofrecimiento a la Fraternidad. Los Ejercicios han sido tal don de gracia que si hubiera podido, habría aumentado mucho más la cifra, pero por varios motivos no consigo llegar a más. La Fraternidad es el lugar que me educa, me sostiene, me rescata, custodia mi humanidad, me ayuda a mirar todo, incluso el límite y el dolor. La Fraternidad es mi casa. ¿Quién no se lo daría todo a un lugar así?

Carta firmada