Prato, la catedral de San Esteban

Eunice y esa hora de los lunes

La búsqueda de un nuevo empleo, un coro de cantos africanos y el camino de la Escuela de comunidad. El encuentro con una mujer de Camerún y una cena solidaria se convierten en la ocasión de ser más amigos

Hace dos años, una compañera me presenta a una joven africana que había conocido en una tienda de teléfonos donde trabajaba como dependienta. Al enterarse de que participaba en una caritativa de ayuda al empleo, me pide que nos veamos para ayudarla a encontrar un nuevo trabajo ya que la tienda está a punto de cerrar. Nos vemos a comer. Eunice es de Camerún, está casada, tiene una hija y vive en Prato desde hace un par de años. La segunda vez que nos vemos, me entero de que canta en un coro de una iglesia de Florencia, compuesto por africanos como ella, todos de habla francesa. Le pregunto si es católica y me contesta que sí; luego, después de una breve e intensa pausa, me cuenta que en la universidad de Florencia conoció a un grupo de amigos con los que «también había estado en Rímini». Se notaba que con aquellos amigos había tenido una gran familiaridad pero ya los había perdido de vista. Le digo: «Nosotros hacemos Escuela de comunidad todos los lunes en la sala de un hotel aquí detrás». Ella deja de hablar de todos los problemas que le urgían en ese momento (trabajo, una hermana muy enferma, etc..) y me dice: «Quiero ir», inundándome de preguntas sobre el lugar en concreto, el texto, etc. Así, tras haber acompañado unos meses a su hermana que tenía que operarse en Francia, vuelve en Italia y empieza a participar en la Escuela de comunidad. Enseguida noto su atención, su entusiasmo, sus intervenciones que revelan una familiaridad con Cristo que nos deja impactados, el deseo de compartir sus problemas y preguntas como si nos conociera de toda la vida, su conmoción leyendo el testimonio de Mireille de la Jornada de apertura de curso. Es siempre la primera en llegar para colocar las sillas, incluso al principio, cuando no conocía a nadie más que a mí. Me decía: «Para mí este lugar es esencial».

El coro de Eunice

La relación sigue adelante durante casi un año, y crece la familiaridad con ella y con su hija Emanuela. En diciembre nos invita a un concierto de Navidad de su coro en Florencia. Allí descubrimos que es ella la directora y nos quedamos asombrados por la belleza de los cantos y de sus voces. Nos ponemos a bailar siguiendo sus ritmos. Al acabar, todos sus amigos nos invitan a compartir un momento con ellos, es decir a comer su comida. Conozco entonces al marido de Eunice que, en cuando se entera de quiénes somos, me da un largo abrazo y me dice: «Vosotros sois los del lunes. Para Eunice es importantísimo». Cuando estábamos a punto de irnos, tuvimos una idea. Ya que habíamos pensado organizar un evento para AVSI en Prato, ¿por qué no involucrar a Eunice y a sus amigos? La misma idea se le ocurre a otra amiga, Chiara, que no había acudido al concierto pero a la que habíamos contado todo. Así que la llamamos para proponérselo y ella contesta enseguida que sí. Se pone en marcha la organización del evento, pero con tantos obstáculos y perplejidades parece imposible llegar a un punto final. Sin embargo, ninguna objeción me convence. Merecía la pena correr el riesgo sin hacer demasiados cálculos. Además, pudimos implicar a Giovanni y a los amigos de su Escuela de comunidad, quienes habían tenido que cancelar pocos días antes una cena que habían organizado para AVSI. Se apuntaron y dieron su disponibilidad para la logística y la comida.

El número de inscritos aumenta exponencialmente; pensamos: «Como siempre, habrá bajas de última hora y será necesario calcular unas 30/40 personas menos». En cambio, las inscripciones no dejan de aumentar constantemente, se apuntan amigos de amigos, gente desconocida, hasta llegar a 170 personas. ¿Habrá suficientes sillas? ¿Llegará la comida para todos? ¿Y los espacios? ¡Hay muchos niños! Llega el gran día de la velada. Entro en el salón y me encuentro a mis amigos trabajando para preparar el equipo de sonido, las sillas, las mesas. Empieza el concierto. Eunice dirige con maestría y explica los cantos de su tradición. Empieza con el Padre Nostro, E Sangsu (Camerún del este) pidiendo a todo el mundo ponerse en pie y sigue con otros cantos a la Virgen, Mvi Kulu Wany que es un Magnificat (Lingala Congo), y a Jesús, Yesus A vom ya que significa «Cristo ha resucitado» (Camerún del sur). En el coro hay también dos curas y una joven monja. El salón está repleto, la gente se mueve al ritmo de los tambores. Acaba el concierto, proyectamos el video de AVSI de la campaña “¿Dónde está mi hogar?” y empieza el bufet. Es inevitable cierta confusión y un poco de caos, niños que pasan debajo de tus piernas, grupos de amigos sentados en círculo para charlar. Me pongo a hablar con algunos miembros del coro y sorprendo una familiaridad inesperada. A nadie le apetece irse. En un momento dado, se acerca a saludarme una chica que había invitado y que había conocido un año antes cuando buscaba trabajo. Había venido con su novio y cuatro amigos. Me abraza para darme las gracias.

Son muchos los que se despiden diciendo: «¡Qué noche tan bonita!». Había sucedido algo que superaba nuestra organización y todo lo que “ya sabíamos”. Terminamos de recoger las últimas cosas, de limpiar el salón. Veo caras cansadas, pero contentas, como la de Vicenzo, que había estado montando y organizando mesas y sillas sin parar. Recaudamos mucho dinero para AVSI, todo el mundo fue muy generoso.
Me pregunto: ¿qué ha pasado aquí? Nuestro deseo ha sido sencillamente seguir el acontecimiento sucedido: no solo el encuentro con Eunice, sino también nuestra amistad, que nos ha empujado a seguir la verdad y la belleza que veíamos; una amistad que ha ido creciendo en esa hora de los lunes.

Paola, Prato