Makhtar, el Panda y las lágrimas de un hijo

Llegó desde Senegal con un trabajo, pero una noche no tenía dónde dormir. ¿Cómo acoger en casa a un perfecto desconocida? A Anna no le salían las cuentas…

Para ir a clase y para ver a sus amigos, mi hijo Ricardo suele moverse solo en autobús. Hace unos meses volvió a casa después de pasar la tarde jugando al baloncesto con sus amigos y se presentó con la cara enrojecida por el llanto diciendo: «Mamá, no te preocupes, no es nada grave». Con la voz aún rota por la conmoción, me explicó que en el autobús había conocido a un chico de raza negra que le había preguntado por una calle y Ricardo se había ofrecido a acompañarle. Por el camino se hicieron amigos y Makhtar, así se llamaba, de 35 años, le dijo que había llegado en tren desde Bérgamo para trabajar aquí y que su futuro jefe le había prometido comida y alojamiento pero a partir del día siguiente. Así que Makhtar le preguntó a Ricardo dónde podía encontrar un parque con un banco para pasar la noche… Ricardo me dijo entonces: «Mamá, pero no es justo, solo porque se ha equivocado y ha llegado un día antes tiene que dormir ahora en un banco, ¿no podemos hacer nada por él?». Sentí pánico. No me lo podía creer.

Me sentía dividida. Por un lado, quería increparle por el exceso de confianza que había tenido con un perfecto desconocido; y por otro, por el hecho de que esto le hubiera conmovido tanto, hasta las lágrimas. Ya era la hora de cenar y afortunadamente mi marido entraba en casa justo en el momento en que debía pronunciarme sobre el asunto. Me detuve para exponerle el problema. Davide respondió: «Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Hay un montón de gente así en el mundo, ¿vamos a socorrerlos a todos nosotros?». Yo le respondí: «¡Pero no todos han hecho llorar a tu hijo!».
Davide pidió entonces a Ricardo que le contara bien lo que había pasado y decidieron ir adonde estaba Makhtar para conocerlo. Al volver, Davide me dice: «Todo en orden, me parece una buena persona» y… ¡se lo habían traído en el coche! Yo seguía sin poder creerlo. Llena de prejuicios, me acerqué para hacer una cuidadosa inspección a distancia, todavía incrédula por la actitud tan decidida de mi marido e hijo.



Makhtar estaba solo, sin dinero, y solo quería un lugar donde dormir, estaba muy cansado. Luego descubrimos también que Ricardo le había prestado antes diez euros para que pudiera comprar algo para comer, así que no quería entrar a cenar ni molestar. Propusimos pagarle solo por esa noche una habitación de hotel, y que más adelante podría devolvernos el dinero si quería, pero esto también se lo tomó como un compromiso que no quería aceptar. No sabíamos qué hacer, pero en ese momento, sinceramente, nos preocupaba más no defraudar a nuestro hijo que ayudar a Makhtar…

De pronto a Davide se le iluminó la cara y me dijo: «¡Ya está! ¡Que duerma en mi coche!». Davide tiene un Panda verde de 1984 que usa para ir a trabajar y tiene los asientos reclinatorios. Le llevamos agua y una manta, y nos despedimos de él. Yo le dije a mi marido: «Si mañana no está el coche, de ahora en adelante vas a trabajar en bici». Al día siguiente estaba el coche y también Makhtar. Davide le llevó el desayuno y le acompañó al trabajo, y nosotros nos quedamos convencidos de que aquella sería una simpática historia que contar a nuestros amigos, que ya se había acabado. Pero…

Dos días después, Makhtar nos llamó diciendo que el famoso “alojamiento” ofrecido por su empleador era un colchón dentro de un almacén que se cerraba desde fuera, y él no quería estar encerrado. Así que lo acogimos durante veinte días, cenando en casa y durmiendo en el Panda. Así empezó lo que yo llamo nuestra adopción a distancia “cercana”.
El 27 de septiembre, gracias a la ayuda de Guido, conseguimos que le albergaran para dormir en el Samaritano, una casa de acogida de Cáritas y del ayuntamiento de Verona, pero sabíamos que solo podía ser una solución temporal. Le acompañamos a renovar el permiso de permanencia, le ayudamos a hacer el currículum y lo enviamos a todas las agencias de empleo. Mientras tanto, su trabajo se acabó pero, como él no tenía ningún contacto efectivo en Bérgamo, decidió quedarse en Verona. Encontró varios trabajos puntuales y cada vez que tenía un euro en el bolsillo nos lo quería dar en señal de agradecimiento.

Ahora, después de varias peripecias, tiene un empleo desde hace más de dos meses, con contrato hasta mediados de agosto, después de haber hecho de todo con contratos de uno, dos o cinco días. Como peón, limpiador, soldados… Ha conocido a otros senegaleses y vive con ellos desde hace unos días. Esta aventura, que nació de la conmoción de mi hijo, nos ha cambiado. Si me paro a pensarlo, me sigue pareciendo una locura, pero hemos dado cada uno de los pasos juntos, mi marido y yo, mis hijos, y nuestros amigos que se han mostrado siempre disponibles. Nos hemos dado cuenta de que Makhtar es una persona de la que podíamos pasar de largo o acogerla con todo lo que conlleva, de preocupaciones y de belleza. Para mí ha sido una gran ocasión para entender qué significa, para mí, estar delante de la realidad.

Anna, Bussolengo (Verona)